Las sonrisas eran forzadas, la bonhomía falsa. En los últimos años, el Diálogo de Manama, una reunión anual sobre seguridad celebrada en Bahréin, se ha centrado en la amenaza de Irán y sus aliados regionales. Funcionarios árabes y occidentales encontraron mucho en lo que estar de acuerdo. “Sólo era necesario culpar a Irán para que nos aplaudieran”, declaró Josep Borrell, responsable de política exterior de la Unión Europea, en una mesa redonda al inicio del diálogo de este año. “Hoy va a ser un poco más difícil”.
Y así fue. La sala escuchaba educadamente a Brett McGurk, asesor del Presidente Joe Biden para Oriente Próximo, que ofrecía la opinión de su país sobre la guerra de Israel en Gaza, que ya va por su séptima semana. Pero la charla que siguió durante la pausa para el café fue mordaz. En más de una ocasión, McGurk afirmó que Gaza sólo recibiría una “oleada masiva de ayuda humanitaria” una vez que Hamas, grupo militante palestino, liberara a los aproximadamente 240 rehenes israelíes y extranjeros que secuestró el 7 de octubre.
La crisis humanitaria que afecta a los 2,2 millones de habitantes de Gaza es grave. Escasean los alimentos, el agua potable y los medicamentos, y los pacientes mueren en hospitales que se han quedado sin combustible. La mitad sur del enclave está a punto de reventar, con el doble de su población anterior a la guerra tras la afluencia de palestinos desplazados, mientras que el norte probablemente sea inhabitable durante años.
Pero el enviado de Estados Unidos a la región parecía impasible. “La responsabilidad recae sobre Hamas. Este es el camino”, afirmó. La idea de que la ayuda a los civiles de Gaza dependía de un acuerdo sobre los rehenes no cayó bien entre un público mayoritariamente árabe. “Han tomado a toda la población como rehén”, dijo uno de los asistentes (la Casa Blanca dijo después que las declaraciones de McGurk se habían “malinterpre