Definitivamente, la economía mundial está atravesando por serios problemas expresados, principalmente, en indicadores como la inflación en aumento acelerado y de un crecimiento de la producción, aún, tratando de regresar a los niveles pre pandémicos; con lo cual la población, por un lado, siente que el dinero en sus bolsillos alcanza cada vez menos para adquirir los bienes y/o servicios que necesita y, por otro, muchos -producto de la pandemia- se quedaron sin trabajo, les disminuyeron la jornada laboral o, simplemente, están en el ejército de personas desempleadas que, para no morir de hambre -en países como el Ecuador-, han empezado a enrolar las filas de la economía del día a día, es decir de quienes por la desesperación tienden a salir a las calles de las ciudades a ver cómo venden algo y, con ello, llevar alguna moneda a sus casas para contribuir a que las personas de su entorno cercano puedan, al menos, llevar un pan a su boca.
En este perfil del entorno mundial, han contribuido dos serios acontecimientos que no estaban incluidos dentro de los radares de planificación de las empresas y los países, estos son: la pandemia y la guerra entre Rusia y Ucrania que a lo único que han contribuido es que la incertidumbre aumente y, con ello, las expectativas de inversión, producción y consumo se sientan afectadas negativamente; llevando, así, a que la reactivación de la economía mundial realmente no tome un rumbo como el que se venía perfilando antes de 2020.
Frente a esta realidad, es vital que, al interior de los países, los responsables de la política económica sean lo suficientemente inteligentes para leer lo que ocurre y, a partir de ahí, establecer directrices que, acompañadas de efectivos instrumentos operativizadores, contribuyan a lograr un crecimiento económico adaptativo, inclusivo y, con altas dosis, de creatividad puesta al servicio de la política macro social y económica de los países y, así, combatir lo que, en su momento, dijo Albert Einstein “cuando insistes en hacer lo mismo, sin cambio, los resultados van a seguir siendo los mismos”; entonces no se debe seguir con el mismo enfoque y alcance de la política económica que estaba escrita en libros y manuales que, desde la contextualización de la variable tiempo, corresponden a una realidad en donde no había pandemia y, tampoco, una seria amenaza de que pueda prenderse una tercera guerra mundial.
Otros dos aspectos clave que deberán incluirse dentro del diseño de políticas públicas inclusivas y responsables con la sociedad a la que se deben, son, por una parte, la preocupación por lograr un crecimiento económico que no atente al medio ambiente natural y, por otra, generar propuestas que ayuden a disminuir las brechas de pobreza que, cruelmente, la pandemia complicó a algo que, desde antes, ya estaba presente en el proceso de desarrollo de un mundo que, si busca sobrevivir más años para que vivan bien futuras generaciones, deberá redireccionarse, como plantea Amartya Sen, a un reencuentro de la economía con la ética que, parafraseando a Aristóteles, significa “buscar hacer el bien a los demás con los actos que cada ser humano realiza en su diario vivir”.
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