“Nunca imaginé que esto iba a suceder”, es la frase que comúnmente la gente -sobre la base de la experiencia vivida por decenas de años- repite cuando trata de explicar la vida en los tiempos actuales que, para sobrevivir, exigen de altas dosis de adaptación a una nueva realidad; en donde la triada espacial: sanitaria, social y económica es el centro de la atención de todas las estrategias y acciones que se van definiendo para que, hasta cuando se logre una vacunación masiva que enfrente con eficacia al covid-19, permitan que las personas -disminuyendo al máximo las posibilidades de contagio- se reincorporen de a poco, de forma segura y con tranquilidad emocional, a sus actividades cotidianas.
Y, claro, esa reincorporación, desde la óptica del pensamiento y acción sistémica, involucra trabajar al unísono en varios frentes comportamentales; empezando por el comportamiento individual que, al combinarse con el comportamiento de las otras personas, será el que contribuya de forma directa a que las ciudades y países puedan ir enfrentando de mejor forma al enemigo invisible (covid-19). En este escenario, como siempre se repite, es fundamental la consideración y aplicación disciplinada del modelo DV2M: D -distanciamiento entre personas al contactarse-, V -ventilación de los espacios de reunión reducida de personas-, M -uso obligatorio de mascarilla-, y M -manos limpias usando agua y jabón o algún líquido antibacterial-.
Al comportamiento individual, hay que sumar la actuación de las empresas privadas y todos los demás tipos de organizaciones proveedoras de bienes y/o servicios al momento de entrar en contacto con los clientes u otras personas relacionadas a la actividad que realizan. Otro actor clave son las autoridades del gobierno central y los gobiernos locales ejerciendo un liderazgo que construya confianza dirigida al fortalecimiento del comportamiento colaborativo y disciplinado del resto de la población.
Dentro de la nueva realidad, junto a los cambios adaptativos comportamentales humanos está también la evolución incierta de la economía de los países y del mundo en general, ya que, a partir del 17 de marzo de 2020 (17M) -para el caso ecuatoriano-, la antigua realidad –considerada como una vida normal- dejó de estar vigente al pasar a una situación de vida de emergencia llamada “cuarentena”, la cual obligó a que las personas y las empresas -de todo tamaño y de todos los sectores, con ciertas excepciones como las de alimentos- tuvieron que dar un frenazo a las actividades que, diariamente, las venía haciendo como una costumbre o rutina que parecía nunca se iba a modificar. Lo cual, ahora nos hemos dado cuenta no ha sido así, pues, de manera obligada, por la activación de una amenaza externa imprevista -un virus imperceptible a primera vista- tuvimos que confinarnos para evitar un colapso del sistema sanitario de los países.
Y, claro, ese frenazo económico- ha generado un costo gigante en términos de las pérdidas de inversión, producción, ventas y puestos de trabajo que, para su recuperación, requerirá de un buen tiempo acompañado de trabajo y esfuerzo colaborativo, creativo y colectivo que permita al país salir de una crisis socioeconómica que por varios años se venía acumulando y que, ahora, con la pandemia se potenció; mezclándose, así, en una sola factura lo que el país, en su conjunto, deberá ver cómo la cubre mediante una estrategia económica que combine principios de sostenibilidad, justicia, solidaridad e inclusión cruzada por los desafíos sanitarios y digitales que están evolución permanente.
Finalmente, como producto de las enseñanzas pandémicas que, de a poco, van emergiendo como referentes para la mejora futura del bienestar humano; va quedando claro que la flexibilidad y adaptación a una nueva realidad, sobre la base de una creatividad e innovación de emergencia, es el camino para poder enfrentar una serie de cambios que, antes de la pandemia, parecía iban demorar muchos años y, ahora, ha obligado a que se produzcan en pocos meses, como es el caso de la intensificación de la digitalización de los procesos que soportan las relaciones personales, familiares, laborales y empresariales. En definitiva, como se puede ver, los desafíos, para reorientar la vida de la sociedad nacional y de todo el planeta -a la nueva realidad-, son grandes, de ahí, la necesidad de trabajar de forma sinérgica entre naciones, organizaciones de todo tipo y entre personas y familias que, cuando actúan sobre los principios de la unidad, nadie les gana, y más bien se vuelven gigantes a la hora de enfrentar a situaciones tan difíciles como las que vive el mundo actual.
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