Las fichas del tablero político ya se mueven de cara a las elecciones presidenciales de febrero de 2021, muy pronto seremos testigos del baratillo de ofertas y oportunismos típicos de este tipo de contiendas. Hasta ahora no hay mayor novedad en las opciones que se han hecho públicas, las hay desde viejos candidatos que intentan refrescar su imagen, hasta nuevas figuras -al menos en la arena política-, pasando por aspirantes de ocasión que pugnan por conquistar espacios cuasi privados de poder.
A solo siete meses de las elecciones, sobran candidatos, faltan propuestas; en efecto, todavía no conocemos propuestas de gobierno integrales, que justamente coloquen en primera línea los asuntos esenciales para definir nuestro futuro inmediato como nación, proscribiendo con ello la pobreza, el atraso y la anarquía.
Vivimos un contexto crucial, histórico; por esto, en medio de una durísima crisis sistémica, los ciudadanos debemos estar preparados para elegir a gente con trayectoria de servicio a la sociedad, con equipos de trabajo que generen confianza, con capacidad para concebir un plan de gobierno viable, de la magnitud y nivel que requiere el país. Las fuerzas políticas deberán afrontar una prueba de fuego, tendrán que sacudirse de políticos pícaros, y crear las condiciones para arribar a consensos amplios, superadores de posiciones unilaterales y de coyuntura, con el propósito de lograr gobernabilidad y progreso.
El accionar político y la próxima justa electoral deben girar en torno al Ecuador anhelado, así, sentar bases de un Estado enfocado a servir a la sociedad con justicia, educación, transparencia y eficacia para el bienestar general, en donde el bien común sea la regla y no la excepción, donde la igualdad y la equidad constituyan principios transversales para el obrar público y privado. La posición y proyección en lo cosmopolita también deberán ser factores decisivos para el resurgimiento y adelanto nacional.
Texto original publicado en El Telégrafo
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