Cada vez es más recurrente ver en los diversos medios de prensa (radio, prensa, tv y plataforma digitales) distintos tipos de violencia que se presencia en los centros educativos, tales como bullying, acoso, entre otros. Llama la atención casos muy lamentables que se conocen a edades más tempranas, como el acontecido semanas atrás en una institución fiscal de la ciudad de Guayaquil, donde una estudiante de 11 años fue golpeada reiteradamente, por compañeros, en la cabeza y que después de varios días murió por traumas. Probablemente siempre estuvo ahí el problema pero no se visibilizó como ahora.
La UNICEF en su informe “Ocultos a plena luz. Un análisis estadístico de la violencia contra los niños” muestra datos reveladores y hasta dramáticos a nivel mundial basados en la información recolectada en 195 países, donde refleja las amplias ramificaciones del problema para que las autoridades, estudiosos, organizaciones y sociedad en general dimensionen la naturaleza y magnitud del problema.
Un niño o joven que es parte de un acto violento, que haya sufrido directa o indirectamente del mismo, es probable que interiorice lo sucedido y sea un agente a través del cual se generará otros actos violentos en el futuro, lo que lleva a repetir una y otra vez este lamentable suceso. Las historias son las mismas pero con diferentes actores.
Por ello, las secuelas psicológicas y sociales de ese problema dejan marcas en las víctimas y en los autores (en muchos casos), pero hay también otros tipos de secuelas, que considero costos ocultos de la violencia escolar, y estos son de carácter económico. Estos costos económicos se presentan tanto en corto como en el largo plazo, es así, que en el corto plazo el desarrollo de los procesos administrativos y judiciales, producto de las distintas formas de violencia escolar, conlleva el redireccionamiento de recursos (valorados en monetarios, tiempo, etc.) que pudieran utilizarse para otros fines deben usarse para atender esta delicada problemática.
De igual manera, la atención psicológica, tanto de la víctima como del victimario, conlleva el traslado de recursos que pudieron ser usados por las familias o por las organizaciones que buscan solucionar el problema, para atender otras necesidades del hogar o de la sociedad, respectivamente.
En el largo plazo, costos que se presentan no dejan de ser innumerables, por ejemplo, el desperdicio del potencial, tanto de las víctimas como de los victimarios, de lo que hubiera podido a llegar ser y eso incide en la reducción de la capacidad productiva de los países. Adicional a ello, los problemas de salud mental que se presentan en quienes son parte de la violencia, ocasiona en el futuro un mayor peso financiero en la atención de la salud de las enfermedades o problemas que se generan, tales como estrés, ansiedad, entre otros.
Incluso los servicios sociales tienden a ser insuficientes ante esta problemática, y al carecer de estadísticas del mismo, puede llegarse a pensar que es una situación marginal y por ende no se desarrolla políticas públicas para atenderlo. La violencia escolar no solo debe ser atendida por los centros educativos, sino que conlleva la participación conjunta y organizada de autoridades educativas y políticas, y en especial de las familias, para que realicen una identificación temprana cuando se presente este tipo de problemas. Es decir, se requiere acciones multidimensionales que permitan atacar este alarmante problema desde la raíz, y pueda reducirse en el tiempo, pues no solo se afecta a las generaciones presentes sino también las futuras.
Como conclusión, el costo económico de este problema se refleja en la asignación de recursos que pudieron atender otro tipo de necesidades y problemas, tanto a nivel personal, familiar, organizacional, y estatal, que se desviaron para apaliar la violencia escolar, y es que definitivamente la violencia escolar no es gratuita.
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