No es cuestión de identidad sexual ni de estar a favor o no del matrimonio igualitario. La decisión de la Corte Constitucional que favorece a Helen Bicknell y Nicola Rothon, quienes como familia han luchado durante seis años por la identidad de su pequeña hija Satya, es una celebración al amor.
Este hito en el Ecuador es magnífico pues nos brinda la oportunidad de visibilizar otras formas de amor y cuidado como familia, en este caso, dos mamás con su niña y niño. La acción constitucional es una puerta al amor y al cuidado. La decisión de la Corte Constitucional rompe con la heteronormatividad. Es decir, con el régimen social y cultural que intenta imponer la heterosexualidad como la única sexualidad ‘normal’, ‘natural’ y aceptada, y también su correlato: la persecución y la marginación de las personas y amor no heterosexuales. Dicha decisión abre una puerta amplia para reclamar y generar derechos para las familias del mismo sexo que ahora tienen niños y niñas. Funciona también para recordarle a la sociedad que el amor y el cuidado no está regentado por un tipo de corporalidad, amor o deseo.
La literatura académica de la mano de estudios como los de Wendy D. Manning en conjunto con Marshal Neal Fettro y Esther Lamidi (2014) demuestran que no hay diferencia en el desarrollo de niños y niñas en familias homoparentales. Estudios preliminares incluso muestran que muchos hijos e hijas de familias del mismo sexo aprenden a conocer sus derechos temprano y, al estar al tanto de cómo funciona la discriminación a las familias consideradas como “no normativas”, pueden convertirse en personas que exigen y muestran respeto a la diversidad. Familias que, como las madres de Satya, tienen un reto para educar a sus hijos e hijas en una sociedad conservadora que les ha dado la espalda. El rol incansable de Helen y Nicola con Satya y Arundel, de la mano de las comunidades LGBTI en este caso precedente ha sido central. En tiempos de desmovilización social, es otra razón para congratularnos.
La familia retratada como la norma en la sociedad está conformada en el imaginario por mamá, papá e hijos. En este sentido, cuando pensamos en la familia tradicional nuclear, la imagen, aunque parece natural, está reforzada por los medios de comunicación, redes sociales, la familia y la escuela. Sin embargo, la familia ideal en la práctica no funciona, un número alto en el país presenta estadísticamente problemas de violencia intrafamiliar, abuso sexual, y diferentes tipos violencia hacia los niños y niñas.
Por ello, es necesario cambiar el imaginario conservador convencional que limita las formas de amor y con ello de cuidado, y con ello de familia (como otro ejemplo, las familias monoparentales). No es menor la legislación sobre los apellidos de los niños y niñas y su orden impuesto, siendo en el país el apellido del padre el que legitima un nacimiento, imponiendo el uso del mismo como primer apellido. El apellido históricamente ha asegurado, por ejemplo, que los bienes familiares, la herencia, la tierra, y con ello el prestigio y posición económica, se transmitan patrilinealmente entre hombres, teniendo como impacto menor acceso de las mujeres a bienes materiales que son a su vez simbólicos.
El caso de Satya demuestra las contradicciones existentes entre el discurso escrito (Constitución de 2008) que garantiza la no discriminación y la puesta en práctica de esos derechos, y la realidad de las familias no heterosexuales. Es por ello una gratificación que la Corte Constitucional pueda ser una voz, amplia y fuerte para exigir al Estado ecuatoriano el cumplimiento de las leyes. La Constitución del Ecuador es una de las más protectoras de derechos humanos en términos de identidad de género, y debe serlo no solo a nivel discursivo, sino también en la práctica.
La comunidad ecuatoriana puede celebrar y abrazar este momento como una oportunidad de poder seguir creciendo en el respeto hacia otras personas. Es necesario reconocer la lucha de la comunidad LGTBI para construir un núcleo familiar amplio y diverso. El amor y el cuidado son los cimientos de familias como las de las mamás Helen y Nicola, quienes con su persistencia y demanda de derechos, nos dejan un camino lleno de esperanza. En mi caso, abre también la puerta para la inscripción formal de mi apellido como primer apellido de mi hija Simone, conforme ya consta en los Estados Unidos, hasta ahora no reconocido por la legislación Ecuatoriana.
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Dios hizo a un hombre y una mujer para el bienestar y desarrollo de la raza humana todo intento de cambiar lo que el creador hizo trae consequencias desastrosas para el individuo, la familia y la sociedad.