En el planeta cada vez deben ser menos quienes a estas alturas del mandato del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, duden de su palabra, sobre todo cuando se trata de amenazas. En 15 meses de gobierno, en diversas circunstancias, el mandatario ha mostrado ser un hombre que cumple lo que promete. Fiel a su estilo, el fin de semana reciente consumó su ultimátum de lanzar misiles contra Siria.
Una operación militar que implicó una descarga de 105 misiles contra centros de almacenamiento de armas químicas fue la aplastante respuesta al presunto ataque químico contra civiles de la ciudad de Duma, perpetrado exactamente siete días antes (7 de abril), el cual dejo dejó varias decenas de fallecidos y otros tantos heridos; la mayoría de las víctimas eran mujeres y niños. De inmediato EEUU responsabilizó al régimen de Bashar al Assad y al gobierno ruso.
Por su parte, los aliados de Estados Unidos: Francia y Reino Unido lanzaron misiles de crucero desde cuatro fragatas y cuatro aviones de combate, respectivamente. En definitiva fue una operación conjunta en represalia al ataque químico.
Según el Pentágono, las instalaciones de almacenamiento y desarrollo de armas químicas fueron totalmente destruidas, aunque sin descartar una posibilidad residual que podría ser usada a futuro. En cambio, el régimen sirio dijo que los aliados habían destruido un centro educativo y laboratorios de investigación, tras calificar al ataque de “agresión bárbara”.
Al ser aliada de Siria, Rusia es parte del conflicto, por ello la reciente escalada llevó a muchos analistas a sostener que nos encontramos a las puertas de la primera conflagración mundial del presente siglo. No obstante, el gobierno de Vladimir Putin ha evitado dar señales de probables represalias. De ese modo, al momento no soplan vientos de guerra.
Siria lleva unos siete años atravesada por la guerra civil. La lucha que se inició como una defensa de los derechos humanos, en 2011, y derivó en la aparición de grupos armados rebeldes (entre ellos destaca el poderoso y temido Estado Islámico), hoy por hoy es un motivo de tensión entre EEUU y Rusia, mientras se habla de casi medio millón de muertos en territorio sirio y al menos 5 millones de refugiados.
Aunque ahora sus ciudades solo reflejan desolación, destrucción, horror y muerte, antes Siria era un lugar próspero, de grandes riquezas naturales y poseedor de un gran acervo cultural y arquitectónico. El país era atractivo para las inversiones y el turismo.
Son contadas las ocasiones en que, vía intermediación de Naciones Unidas, se ha acordado un alto el fuego temporal por razones humanitarias, pero ni siquiera esas pausas han sido respetadas ya sea desde el lado del régimen o desde el lado de los rebeldes y los combates han regresado con más fuerza.
¿Por qué la guerra civil se ha alargado por tanto tiempo? Mucho tiene que ver el involucramiento de otras potencias: principalmente Rusia e Irán, del lado de Assad; mientras del otro se hallan Estados Unidos, Reino Unido, Francia y algunos otros países occidentales.
Moscú argumenta que el apoyo (aviones, armas y diplomático en Naciones Unidas) tiene como objetivo contrarrestar al Estado Islámico y otros grupos extremistas, aunque detrás está el interés de Rusia de mantener a Al Assad como su aliado más cercano en Medio Oriente y asegurar su influencia militar en la región. Además hay un interés geopolítico clave y es el control de la base naval de Tartús, ubicada en Siria, y que le ofrece a Rusia la posibilidad de tener acceso directo al mar Mediterráneo.
Los países occidentales, por su parte, atribuyen su implicación al interés por contrarrestar los avances del Estado Islámico en Siria e Iraq, debido a que este grupo es el portaestandarte del terrorismo yihadista mundial. Sin embargo se comenta que hay poderosas razones de tipo económico: la eventual construcción de grandes gasoductos y, sobre todo, porque diversos lugares sirios cumplen una importante función en el tránsito energético. Así se confirma que ninguna de las partes involucradas tiene motivaciones altruistas; como en todas las guerras.
Mientras tanto no hay quien logre poner un alto al conflicto en Siria. Son contadas las ocasiones en que, con la intermediación de Naciones Unidas, se ha acordado un el fuego temporal por razones humanitarias, para enterrar a los muertos y atender los heridos, pero ni siquiera esas pausas han sido respetadas ya sea desde el lado del régimen o desde el lado de los rebeldes y los combates han regresado con más fuerza.
Según reportes de Unicef, a raíz del recrudecimiento de la violencia en el país, unos 1.000 niños murieron o resultaron heridos solo en los dos primeros meses de lo que va de 2018. Otros muchos han sido torturados, secuestrados, víctimas de violencia sexual o reclutados por grupos armados para participar en el conflicto.
Los mismos informes añaden que en algunas zonas de Siria se sigue denegando la distribución de ayuda humanitaria y en otras continúa siendo extremadamente difícil acudir debido a los constantes ataques, la poca seguridad, la limitación de movimiento y la imposición de restricciones.
Con el paso del tiempo, y pese a los millones de refugiados y desplazados por el mundo, principalmente Europa, que dan cuenta de todos los horrores, esta guerra larga parece haber sumido en la indiferencia del resto del mundo. Los últimos días se sacudió un poco el sopor ante la posibilidad de un conflicto directo entre Rusia y Estados Unidos, aunque por ahora los vientos de guerra entre los dos colosos parecen haber amainado. Pero el reguero de sangre es imparable.
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