Venezuela está en un momento sin salida. La Asamblea Constituyente diseñada por el más burdo asesor de Nicolás Maduro la relata como lo que es: una dictadura. Una dictadura imperfecta, porque desde que las Naciones Unidas hasta la democracia más endeble no la reconoce, ha intentado un reconocimiento torpe. El primero y más grotesco fue el anuncio de una donación de $5 millones para las víctimas del terremoto Harvey en Estados Unidos.
El chavismo quiere donar dinero a una de las potencias de Occidente cuando su pueblo se muere de hambre. Un mensaje a la comunidad internacional que fue entendido como eso. Como una burla. La era de los petrodólares se acabaron. Hace mucho. La época del aplauso al cinismo del fenecido Hugo Chávez también. Nadie está en capacidad de aplaudir bromas siniestras. Nadie.
El chavismo quiere que Venezuela sea reconocida por la comunidad internacional como una democracia, con todas las ventajas que eso da. La primera: el negocio de los papeles de deuda en el mercado de capitales. La comunidad internacional le ha dicho no. Se ha negado a financiar su aventura totalitaria.
El chavismo antes de ofrecer ayuda a países que pueden ayudarse solos necesita ayudar a su país que ha comenzado a vivir un éxodo masivo de su gente, a cualquier país, a cualquier lugar con tal de respirar un poco de libertad y de acceder a cosas tan sencillas como una canasta básica. Una crisis humanitaria sin precedentes en la región.
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