Por María M.Mur |
Santiago de Chile, 11 oct (EFE).- Escudos de latón, cartuchos de bombas lacrimógenas y coloridos telares con mensajes reivindicativos son algunos de los objetos custodiados por un museo a las afueras de Santiago que busca “mantener vivas” las masivas protestas que sacudieron Chile en 2019, de las que apenas queda rastro en el centro y de las que pocos hoy quieren hablar.
Mientras camina por el pasillo principal de este museo comunitario y autogestionado en el municipio de La Florida, a Catalina Villa, una actriz de 28 años, le vienen muchos recuerdos de aquellos “meses de esperanza”, en los que muchos creían “que las cosas iban por fin a ser un poco más justas”.
“Estuvimos tan cerca de que las cosas cambiaran… Ahora, en cambio, se está haciendo una limpieza de imagen, tratando de hacer como si nada hubiera pasado, pero en realidad pasaron muchas cosas”, afirma a EFE, frente a un mural de ojos sangrantes de hojalata que recuerda a los cerca de 400 heridos oculares que dejó la represión policial.
Unos minutos más tarde entran por la puerta un par de estudiantes de Periodismo que están preparando un reportaje sobre el estallido social.
Ella es francesa y está de intercambio. Él no participó porque era pequeño, pero cuenta que “para bien o para mal” el estallido “marcó” a Chile: “Durante mucho tiempo se cometieron abusos, también se hicieron cosas buenas, pero la gente sentía que los políticos no les escuchaban y explotó”, añade a EFE.
El 18 de octubre de 2019 estalló en Chile la mayor ola de protestas desde el fin de la dictadura (1973-990), que comenzó como un reclamo contra el alza en el precio del boleto de metro y derivó en un clamor transversal por un modelo económico más justo y mayores derechos sociales
Las protestas dieron lugar a dos fallidos procesos constituyentes, que marcaron la primera etapa del primer gobierno de la historia de la nueva izquierda chilena, liderado por Gabriel Boric. Cinco años después, sin embargo, se han logrado pocos avances sociales y el apoyo ciudadano al estallido cae en picado.
El Centro de Estudios Públicos (CEP) reveló recientemente en un sondeo que solo el 17 % considera que el estallido fue “positivo o muy positivo”, frente al 50 % que lo ve “muy malo o malo”. También mostró que el 23 % sigue defendiendo las protestas, la mitad de quienes lo hacían en 2019.
“Esa crisis integral que atravesaba Chile y que explicaba el estallido está plenamente vigente hoy en día. Hay responsabilidad de ambos sectores, aunque la derecha, en concreto, está negando las causas del estallido y reduciéndolo a violencia”, indicó a EFE Octavio Avendaño, académico de la Universidad de Chile.
El estallido, que se extendió hasta la pandemia, combinó marchas pacíficas y multitudinarias con episodios de violencia desmedida, destrucción de mobiliario público y una cuestionada represión policial que dejó una treintena de muertos.
Durante meses el centro de Santiago pareció un campo de batalla, con plazas destruidas, edificios patrimoniales atiborrados de grafitis y negocios blindados con placas de aluminio.
Las autoridades se esforzaron por devolverle la normalidad a la mítica Plaza Italia y sus alrededores y hoy el epicentro de las protestas luce hasta con pasto verde.
“Uno podría engañarse y pensar que el tiempo hizo desaparecer la molestia que se expresó en 2019. Ahora bien, la población quiere cambios con estabilidad, reformas sin refundación”, indicó a EFE Rodrigo Pérez de Arce, investigador en la Universidad del Desarrollo (UDD).
Cuando intuyó que la pandemia iba a sofocar la revuelta, Marcel Solá empezó a hacer acopio de infinidad de objetos junto a otros compañeros, incluido el famoso “Perro Matapacos”, una escultura de un perro callejero negro, de 3 metros de altura, que se convirtió en icono de un movimiento social que nació sin líderes ni color político.
“La lucha del quiltro (perro callejero en Chile) es la lucha del pueblo. El quiltro representa el abandono, la indiferencia y la discriminación”, afirmó a EFE el curador del museo.
El “Museo del Estallido Social” abrió sus puertas en el primer aniversario de las revueltas en una casona en el patrimonial barrio de Bellavista, a escasos metros de Plaza Italia. Tras una inasumible subida del alquiler y de tantear la posibilidad de mudarse a Yungay, donde vive Boric, se instalaron este año en una casa cultural comunitaria en La Florida.
Solá describe la búsqueda de la nueva sede como una metáfora de lo que está pasando con el estallido: “Somos la resistencia, pese a todas las fuerzas que quieren apagarnos. Da pena decirlo, pero lamentablemente somos el último vestigio que queda de esa lucha”.
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