Viven en comunidades cerradas, con poco contacto con el exterior, en las que parece que se hubiera detenido el tiempo. Muchos no tienen televisión, ni internet ni, por supuesto, redes sociales.
Los hombres dedican la mayor parte de su tiempo al estudio religioso, mientras que las mujeres cuidan de sus numerosos hijos y trabajan para sacar adelante a la familia.
Los ultraortodoxos, también llamados jaredíes, son los seguidores de una corriente del judaísmo ortodoxo cuya vida está marcada por los textos religiosos y por estrictas normas sociales.
En Israel, donde conforman en torno al 13% de la población, los partidos que representan a esta comunidad llevan décadas ejerciendo una minoritaria pero decisiva influencia en la política.
A cambio de su apoyo a los sucesivos gobiernos del primer ministro, Benjamín Netanyahu, los ultraortodoxos han logrado mantener, entre otras cosas, exenciones al servicio militar obligatorio para aquellos jaredíes que dedican su vida al estudio y cientos de millones de dólares para sus instituciones.
Esto ha sido desde hace años motivo de tensión con una gran parte de los israelíes judíos laicos, obligados a prestar un largo servicio militar y a ser reclutados en las sucesivas guerras, además de pagar la mayor parte de los impuestos en el país.
Ahora, en un momento delicado por la guerra de Gaza y el temor a un nuevo conflicto abierto con Hezbolá en Líbano, el Tribunal Supremo de Israel ha acabado con esa exención, lo que ha hecho que miles de jaredíes salgan a las calles a protestar.
La decisión también amenaza la estabilidad del gobierno, ya que los dos partidos ultraortodoxos que forman parte del ejecutivo -Shas y Judaísmo Unido de la Torá (JUT)- han amenazado con abandonar la coalición que lidera Netanyahu, y se ha planteado la cuestión de hasta dónde llega la influencia de esta comunidad minoritaria.
Los jaredíes son una de las “cuatro tribus del Israel moderno”, tal y como los definió el expresidente Reuven Rivlin, junto con los seculares, los religiosos nacionalistas y los árabes israelíes.
Sus atuendos, con trajes negros para los hombres, que suelen llevar largos tirabuzones junto a las orejas, grandes barbas y sombreros de ala ancha, y faldas largas, gruesas medias y pañuelos o pelucas en la cabeza para las mujeres, los hacen fácilmente identificables.
Series como Unorthodox (“Poco ortodoxa”) o Shtisel de Netflix han despertado el interés por su estilo de vida y costumbres.
Los jaredíes forma parte del mundo ortodoxo, que se distingue por ser plenamente respetuoso con la ley judía.
Los judíos ortodoxos, le explica a BBC Mundo Naomi Seidman, profesora en el Centro para la Diáspora y Estudios Transnacionales de la Universidad de Toronto, obedecen “principalmente a tres elementos clave: respetan el sabbat (día de descanso judío), comen kosher (aquello que la religión permite comer) y practican lo que se conoce como la ‘pureza marital’ (dormir en camas separadas y no mantener relaciones sexuales hasta siete días después de haber tenido la menstruación y después de un baño ritual por inmersión)”.
Un ortodoxo moderno, apunta Seidman, “hará otras cosas y puede ser, por ejemplo, abogado o policía, siempre que cumpla con esos elementos de la ley judía”.
A los jaredíes o ultraortodoxos no les basta, sin embargo, con estas normas.
Su vida entera gira en torno a la Torá, tanto a la ley escrita como la oral, y todas sus elecciones vitales, ya sea el trabajo, la educación, dónde viven o cómo visten, están supeditadas a la tradición judía.
En la larga historia del judaísmo, el ultraortodoxo es un fenómeno relativamente reciente, que nace en el siglo XIX cuando la industrialización hace florecer un nuevo tipo de judío, más mundano e integrado en la sociedad.
Esto provocó una ruptura por una parte de los judíos ortodoxos que querían mantener una visión mucho más conservadora, aislacionista y antisecular del judaísmo, y que se organizaron en torno a distintos rabinos.
Cómo son sus comunidades
Los jaredíes suelen vivir en enclaves donde todos sus vecinos comparten su misma visión del mundo, y donde intentan tradicionalmente mantener al mínimo el contacto con el exterior para evitar la influencia y contaminación de sus valores y prácticas .
Existen comunidades importantes de judíos ultraortodoxos en Estados Unidos y en Reino Unido, aunque su mayor población se encuentra en Israel, donde actualmente componen algo más del 13% de los habitantes del país y donde su número crece rápidamente debido a su alta tasa de natalidad.
Barrios como Mea Shearim, en Jerusalén, o Bnei Brak, a las afueras de Tel Aviv, congregan a una parte importante de esta población.
“Suelen tener familias muy numerosas y son, por lo general, más pobres que los judíos seculares y que los judíos ortodoxos modernos, que se encuentran entre los sectores más pudientes de la población judía y tienen familias más pequeñas”, describe Naomi Seidman.
Cada una de estas comunidades tiene sus propias sinagogas, yeshivás o escuelas religiosas y organizaciones comunitarias.
El respeto y el estatus en el mundo jaredí es proporcional a la erudición en el estudio de la Torá, por lo que los rabinos son los grandes líderes de la comunidad, a quienes los vecinos acuden cuando tienen que tomar una decisión importante en su vida como con quién casarse o qué estudiar.
La mayor parte de los hombres adultos se dedican al estudio de los textos religiosos a tiempo completo, por lo que son sus esposas las encargadas de ganar el sustento familiar.
La variedad de empleos a los que pueden acceder es, sin embargo, limitada, y las familias son por lo general bastante pobres y dependientes de los subsidios del Estado.
Pese a su aislamiento, una nueva clase de jaredíes más modernos está emergiendo, apunta Seidman: “llevan una vida jaredí, viven en enclaves jaredíes y visten como tales pero, en lugar de trabajar solo dentro de la comunidad o en profesiones tradicionales como el negocio de los diamantes, son profesores o abogados y utilizan internet, algo que no se ve bien entre los más radicales”.
Algunos de esos jaredíes más modernos se ofrecen a veces como voluntarios para participar en el ejército, donde hay por el momento un solo batallón, el Netzah Yehuda, que se creó específicamente para satisfacer las demandas ultraortodoxas de segregación de género, con requisitos especiales de comida kosher y tiempo reservado para las oraciones y los ritos diarios.
Qué relación tienen con los otros israelíes
De los poco más de 40.000 ultraortodoxos que se podían contar en Israel en 1948 hasta el más de un millón que hay hoy, el peso de esta minoría ha ido en aumento y con él, explica Naomi Seidman, también la confianza en sí mismos y su poder político.
Pero también ha crecido el resentimiento de gran parte del resto de la población, que considera que paga con sus impuestos las ayudas sociales a un grupo en gran medida desempleado, y que manda a sus hijos a luchar en un ejército que hoy sienten que sigue los dictados de un gobierno influido por los jaredíes, mientras que ellos se mantienen seguros fuera de la línea de fuego.
Tradicionalmente, los jaredíes se han mantenido al margen de la política.
Teológicamente, los ultraortodoxos consideran que el Estado de Israel solo puede establecerse tras la llegada del mesías, por lo que se han considerado antisionistas.
Pero esto es la teoría y, en la práctica, solo un reducido grupo de ultraortodoxos defienden activamente esta idea, no reconocen el Estado moderno de Israel y salen a manifestarse con banderas palestinas.
La gran mayoría de los jaredíes, sin embargo, defienden un pensamiento más práctico, con el que han apoyado la participación política para defender sus intereses.
Esto les ha permitido en el pasado formar coaliciones con la izquierda o con la derecha para mantener sus exenciones y beneficios sociales.
Hoy en día, analiza Seidman, las coaliciones ya solo se dan con la derecha. En la calle, el mundo jaredí se ha alineado estrechamente con la derecha sionista, que defiende, en sus visiones más radicales, la expansión del Estado de Israel hacia lo que consideran sus territorios históricos, es decir, la Palestina de Cisjordania y Gaza.
Esta posición, que defienden partidos como Sionismo Religioso, socios de Netanyahu en el gobierno, han influido -denuncian sus críticos- en sus políticas y en cómo está llevando a cabo la guerra en Gaza.
De ahí que la participación de los jaredíes en el servicio militar haya ahora tomado una mayor relevancia.
Más de 60.000 hombres jaredíes están registrados como estudiantes de yeshivás y han estado exentos de participar en el ejército. Hasta ahora.
Según una reciente encuesta del Instituto Israelí para la Democracia, el 70% de los judíos israelíes quiere que se ponga fin a las exenciones generales del servicio militar para los ultraortodoxos, algo que finamente el Tribunal Supremo ha sacado adelante.
Desde entonces, se ha ordenado al ejército que reclute a 3.000 hombres más de la comunidad, además de los 1.500 que ya prestan servicio.
También se le ha pedido que elabore planes para reclutar a un mayor número de personas en los próximos años.
La tensión ha ido en aumento.
“¡Mi hijo ya lleva 200 días en la reserva! ¿Cuántos años quieres que haga? ¿Cómo es que no le da vergüenza?”, le reprochó recientemente Mor Shamgar, madre de un soldado que sirve como comandante de tanque en el sur del país, al asesor de seguridad nacional de Israel en una conferencia, diatriba que se hizo viral en las redes sociales.
Para Shagmar, como para otros israelíes, el gobierno ha “manejado la situación muy mal”, anteponiendo su propia supervivencia política a los intereses nacionales en la cuestión del reclutamiento, denuncia en conversación con la corresponsal de la BBC en Jerusalén, Yolande Knell.
Pero para los jóvenes jaredíes que podrían ser obligados a hacer el servicio militar obligatorio, la sentencia del Tribunal Supremo pone en peligro su estilo de vida religioso.
“Durante 2.000 años hemos sido perseguidos, y hemos sobrevivido porque aprendemos la Torá, y ahora el Tribunal Supremo quiere quitarnos esto, lo que causará nuestra destrucción”, dijo uno de los jóvenes que se manifestaron esta semana contra la decisión jurídica a la corresponsal de la BBC.
Para Naomi Seidman, la comunidad jaredí es, a diferencia de la imagen popular sobre ellos, cada vez más sensible a lo que piensa el resto de la sociedad de ellos.
En los últimos años han intentado expandir su red de servicios públicos, como el servicio de asistencia en carretera, o el de ambulancias, al resto de la población israelí, con la esperanza, afirma la experta de la Universidad de Toronto, “de que el mundo secular aprecie estas contribuciones y la vea como sustitutos del servicio militar”.
Texto original de BBC Mundo
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