¿Cuál es el estado de la democracia en EE.UU un año después de los hechos del 6 de enero?
Se cumple el primer aniversario del asalto al Capitolio de los Estados Unidos y a propósito de este hecho conviene reflexionar sobre el futuro de la democracia en el mundo.
Surgen varias preguntas. ¿Qué tan sólida es la democracia más consolidada del mundo?, ¿está la democracia en peligro?, ¿qué está pasando con los regímenes democráticos?, ¿el autoritarismo está ganando terrero en el mundo?, ¿las personas prefieren regímenes autoritarios, personalismos o liderazgos omnímodos?
La autocracia clásicamente se entendía desde la perspectiva de un régimen autoritario – personalista donde la concentración del poder recae en un solo líder, Cuba con los Castro es un ejemplo. Actualmente, el término se utiliza para describir a todos los regímenes que no son considerados como democracias con ejemplos que van desde Venezuela o Turquía hasta Corea del Norte. Para explicar las características de un político autoritario podríamos citar el trabajo del catedrático Juan Linz y los politólogos de la Universidad de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt que concibieron un conjunto de cuatro señales de advertencia conductuales que pueden ayudarnos a identificar a un autoritario potencial. 1. Rechaza, ya sea de palabra o mediante acciones, las reglas del juego democráticas, 2. Niega la legitimidad de sus oponentes, 3. Tolera o alienta la violencia o 4. Indica su voluntad de restringir las libertades civiles de sus opositores, incluidos los medios de comunicación.
El autoritarismo y el populismo no tiene color de bandera ni nacionalidad. En el caso estadounidense y como antecedente del ataque al capitolio, las tácticas poselectorales que practicó el expresidente Trump para mantenerse en el poder pusieron en tela de duda a la democracia más antigua del mundo. Negar o ignorar la derrota, reclamar un supuesto fraude electoral, dilatar una transición sana, amenazar con batallas legales, utilizar la maquinaria del gobierno para revertir el resultado o alentar a sus partidarios a violentamente impedir la promulgación oficial de los resultados pueden interpretarse como un argumento o herramienta propio de los políticos autoritarios, actitudes impensables en la historia política de Estados Unidos y su régimen constitucional en vigor por cientos de años.
La hostilidad en las declaraciones y ligereza en lanzar acusaciones de fraude sin mayores pruebas, demuestran que Trump entró en una dinámica autócrata y populista al puro estilo de autócratas como Maduro, Mugabe, Lukashenko o Milosevic. Erosionó una sólida tradición democrática al no reconocer que el presidente Biden superó los 270 votos de los delegados del colegio electoral para ganar la contienda presidencial. Las actitudes negativas del expresidente provocaron un debilitamiento evidente de la confianza en las instituciones y los tribunales, generó conmoción social y polarización, además de demostrar abiertamente su desprecio por sus opositores y hacia la libertad de prensa en general.
Entrando en el tema central el ataque al Capitolio del 06 de enero de 2021 se convirtió en uno de los hechos más impactantes para Estados Unidos y la comunidad internacional de los últimos años, poniendo sobre la mesa la idea de que la democracia más solida del mundo probablemente es más frágil de lo que parecía con el intento fallido de un autogolpe de estado. Una turba de simpatizantes radicales del entonces presidente Donald Trump irrumpió con gran violencia en el mítico edificio tomándolo por asalto, justamente el día en que el Congreso debía confirmar formalmente la elección de Joe Biden como mandatario, el saldo fueron fuerzas policiales heridas, muerte y destrucción.
Además del panorama violento y caos que se vivió aquel día, el resultado más evidente como lo hemos venido indicando fue el debilitamiento de los pilares democráticos que han caracterizaron por años a los Estados Unidos en una crisis política no vista desde el siglo XIX. El fantasma del fraude volvió a resonar, incluso antes de que se abrieran las urnas de votación con las declaraciones controversiales del entonces presidente que influyeron en la mente de sus partidarios al desconocer la derrota y llamar a la resistencia violenta, poniendo así en peligro las míticas figuras de los movimientos de los derechos civiles, derechos políticos, DDHH, entre muchos otros avances.
Este hecho que se convirtió en un factor de desestabilización de la democracia estadounidense y una señal del debilitamiento democrático global, no dista de la historia de inestabilidad y división política de Latinoamérica, comenzando con altos niveles de polarización y violencia política, liderazgos autoritarios u omnímodos, instituciones debilitadas y monopolizadas por regímenes extremadamente presidencialistas distando claramente de la división de poderes clásica y estado de derecho como elementos propios de una república democrática.
¿Lo que ocurrió el 6 de enero en EE.UU. tuvo consecuencias para la democracia alrededor del mundo?
El auge de la democracia contemporánea corresponde en gran medida al apogeo del poder del mundo liberal occidental. En los 90 después de la caída del muro de Berlín, el bloque Soviético y el fin de la guerra fría, Estados Unidos y Europa disfrutaron de un poder prácticamente absoluto que trajo consigo la expansión máxima de la democracia en el planeta. Sin embargo, los cambios geopolíticos en los últimos 15 – 20 años marcados por el debilitamiento de la legitimidad de los países occidentales, la erosión de su poder económico, militar o el surgimiento y confrontación estratégica con nuevos contrapesos como China que aumenta sus espacios de influencia en América Latina por ejemplo han influido en el debilitamiento de la democracia.
Durante el siglo XX durante la guerra fría, en América Latina la principal forma para que una democracia se debilite o muera, se manifestaba con situaciones relacionadas con la violencia de la mano de golpes de estado, golpes militares o el encarcelamiento, exilio o asesinato del mandatario para dar paso a una junta militar de gobierno con claros ejemplos como Chile, Argentina, Ecuador y otros en la región.
Las actuales autocracias se caracterizan por llegar al poder con un gobierno “democrático” elegido en las urnas, sin embargo, una vez allí utilizan las instituciones democráticas para acaparar los poderes del Estado mediante plebiscitos, referéndum, leyes desde el parlamento, elecciones o interpretaciones judiciales, así van debilitando y destruyendo al sistema, constituyéndose en la forma más común del colapso democrático contemporáneo.
¿Son estas consecuencias aplicables a América Latina, una región en la que la democracia enfrenta importantes desafíos?
Son muchos los acontecimientos políticos y sociales que ocurrieron durante el 2021 en América Latina y el Caribe (ALC), si hablamos de la democracia partamos por el regreso de la “derecha” al gobierno en Ecuador o las victorias electorales de la izquierda en Perú y Chile o también como dictaduras como el nicaragüense o venezolano siguen encontrado mecanismos y artimañas electorales o autoritarias para perpetuarse en el poder. El magnicidio del presidente de Haití Jovenel Moise copó la atención de los medios de comunicación y profundizó su grave crisis política e institucional. En Argentina y México sus actuales gobiernos cedieron espacio a la oposición con las elecciones legislativas ahondando aún más en su inestabilidad política.
¿La democracia en América Latina está en riesgo? ¿Qué es lo más preocupante?
Los devastadores efectos de la pandemia en su tercer año y sus desastroso resultados con un tercio de las muertes en el hemisferio, destrucción de alrededor de 20 millones de empleos, altos niveles de informalidad laboral, pobreza y desigualdad han aportado significativamente a la inestabilidad política en ALC. Sus consecuencias tienen grandes retos, la superación de la crisis económica pos-pandemia será uno de los puntos más altos en las agendas políticas de la región, la recuperación económica irá de la mano de los programas y acceso a la vacunación, generación fuentes de empleo y la gestión articulada de la crisis sanitaria e institucional.
Según el Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), con su estudio Estado de la Democracia en las Américas 2021, señala que la democracia muestra signos de resiliencia y deterioro en tiempos de pandemia. Por un lado, los procesos electorales se han realizado con relativa normalidad, se ha mantenido una defensa activa por parte de la ciudadanía de sus derechos a través de protestas y movilizaciones sociales como las ocurridas en Colombia, Perú o Paraguay en 2021. Los órganos judiciales, los parlamentos y los medios de comunicación han continuado ejerciendo su labor pese a las restricciones de las libertades civiles en algunos casos mediante el uso abusivo de estados excepción debilitando la división de poderes y el Estado de Derecho. Pase a un escenario relativamente positivo de la democracia desde una perspectiva electoral y de funcionamiento institucional, las autocracias y los regímenes híbridos también se han afianzado, erosionando la calidad de las democracias, aumento de la incertidumbre y riesgo político. En algunos países de la región la pandemia profundizó espacios para la corrupción, deterioro en materia de derechos socioeconómicos, igualdad de género, la libertad de expresión o derechos humanos.
La región en 2022 tendrá una amplia agenda electoral comenzando con tres comicios presidenciales considerados como trascendentales, Costa Rica, Colombia y Brasil podrían reconfigurar el escenario político regional dando un giro hacia la izquierda y aunque las posiciones son dividas, la victoria podría recaer sobre cualquier corriente. Los referéndums de Uruguay, México, Chile y las elecciones de medio termino legislativo en los Estados Unidos, donde el presidente Biden sufre de un desgaste evidente también podrían reconfigurar la arquitectura política de las Américas. Probablemente ALC se encuentra en un proceso de recesión democrática, vemos con más frecuencia como las democracias latinoamericanas se debilitan, los regímenes autoritarios se hacen cada vez más fuertes y cotidianos producto de la polarización y fragmentación de las opciones políticas y el fenómeno de la deficiente gobernabilidad. El debilitamiento del sistema democrático y la proliferación de los regímenes autoritarios o híbridos, junto con gestión de la crisis económica, sanitaria o institucional podrían en 2022 convertirse en un detonante que provoque un estallido social violento muy parecido a lo vivido en 2019.
Reflexión final
El estado actual de la democracia en la región es evidentemente vulnerable, volátil, polarizado y fragmentado, el descontento ciudadano provocado por la histórica desconexión de las élites políticas de las demandas o expectativas de la población ha provocado una profunda crisis de legitimidad y confianza tanto en los gobiernos, las instituciones, políticos o la política en general que se potencia con la pandemia y sus efectos en la salud, desaceleración económica y empleo. El malestar y desconfianza social extendidos, sentimientos antiélite o una fuerte tendencia de castigo a los oficialismos cumple con las condiciones perfectas para el ascenso al poder de liderazgos mesiánicos, populistas o autoritarios independientemente de su ideología.
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