Ecuador viene sufriendo una mala racha marcada por la crisis sistémica que atraviesa lo político hasta lo económico, pasando por lo social e institucional. Debido a malas decisiones la última bonanza petrolera (2007-2014) no sirvió para transformar positivamente al país, pero sí para esquilmarlo y lanzarlo por el despeñadero; ha sido azotado por la corrupción, totalitarismo, negación de libertades y socavamiento de la democracia, y por si fuere poco, últimamente también por la pandemia que nos encontró pobres y desprevenidos. Empero, la segunda vuelta electoral puede ser boya de salvación.
Desde la campaña y el primer día del nuevo gobierno, las fuerzas políticas y sus líderes deben esforzarse para generar tranquilidad, seguridad y certeza; pues la política y el poder tienen el potencial para lograrlo, sociedades más avanzadas así lo vienen demostrando desde hace mucho tiempo. Lo correcto también será convocar y aglutinar a la mayor cantidad de actores posible para acordar un nuevo pacto social y democrático, superador de recetas fracasadas, enfocado en lo esencial para liberarnos de la desgracia. En este escenario no habría cabida para la violencia y venganza políticas.
Nadie puede pensar que lo pasado fue óptimo e insuperable, por ello la acción del nuevo gobierno deberá ser ágil, sin permitir que la desesperanza se acentúe. Vivimos en un país deseoso de dignidad; queremos salud para trabajar y construir un proyecto de vida con bienestar, bajo reglas claras, con justicia y absoluto respeto a las diferencias. El Estado para la pos pandemia ha de ser un Estado acentuadamente social, generador de condiciones para que todos nos realicemos.
El siguiente paso de la vida nacional lo definiremos en las urnas el próximo mes de abril; que la norma de esta histórica jornada sea construir un país diferente para el porvenir. De nuestro voto y de la transparencia del proceso depende en gran medida lograrlo y recuperar el tiempo perdido.
Texto original publicado en El Telégrafo
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