Lo ocurrido la noche del lunes en Riobamba con el cierre de la campaña del correísmo volvió a recordar los diez años de agresiones y polarización, donde solo unos tenían derecho a la verdad, a ejercer su verdad, porque todo lo dicho por los demás era mentira, patrañas de la prensa; donde toda denuncia de corrupción era negada en interminables cadenas.
El disentir en democracia es lógico y hasta humano, pero ese disenso debe estar sujeto a un debate de ideas no a golpes ni agresiones tan evidentes como las que se ven en los videos que circularon en redes sociales donde el periodista Alejandro Lalama, de diario La Prensa, y la ciudadana Mishelle Jarrín, fueron atacados en medio de una bulla de parlantes donde se escucha el sonsonete de se viene correazo; un intento de reeditar la campaña de 2006.
El primero fue agredido por hacer su trabajo, informar, según dio a conocer el medio en el que trabaja.
Nadie puede obligar a un candidato a dar respuestas sobre sus propuestas de trabajo, sus planes, sus proyectos, su concepto de democracia, de libertades y hasta de su estrategia para mitigar la propagación del Covid-19. Es su derecho en democracia. No es su derecho permitir agresiones, fomentar la violencia. ¿Se viene el correazo? ¿Cuál correazo? ¿Es Ecuador parte de una cultura que agacha la cabeza ante discursos autoritarios y violentos?
Ecuador vivió durante diez años un escenario de confrontación permanente con el espejismo de la bonanza económica. Una bonanza con un factura que el país sigue pagando con la angustia del día a día, en medio de una pandemia inédita que carcome la bases de la sociedad, de un país que debería estar abierto al debate de las ideas.
El país no puede reducirse a la amenaza de si vuelve el correazo, el látigo del patrón, del capataz que cree saberlo todo. Si la historia no enseña a cambiar, el presente debería cambiar nuestras actitudes. La violencia no deja ninguna escuela, solo resentimientos y odios, deseos de venganza. Y para esa venganza está el poder político.
¿Cual es la personalidad de los candidatos? Es un campo todavía no abordado en tiempos de campaña electoral en Ecuador. Y sobre el que se debería volver, porque finalmente hay unas personas a la que se confía los destinos de un país, de millones de gentes que tienen rostro y vida propias. Las elecciones no pueden ser un escenario donde la política pase a transformarse en un puente no para salvar a un pueblo sino para montar una nueva jerarquía. O revivir jerarquías.
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