Ha tenido que llegar nada más y nada menos que una pandemia para apreciar con más detalle el valor de la persona y los efectos de algunas de sus acciones, como integrante de la sociedad. Sucede que ahora son más importantes las potenciales consecuencias que la acción individual podría generar en los planos político y social. Se justifica por ende hablar de la responsabilidad, una de las cualidades más relevantes en esta época caracterizada por la insuficiencia de certezas.
Cerca de nueve meses deberán transcurrir para que nos encontremos ante las urnas para expresar nuestra decisión política a través del voto y elegir al nuevo gobierno para el periodo 2021-2025. Los candidatos y sus asesores tienen el reto de reinventarse para llegar a los electores; deberán plantear propuestas posibles para profundizar la democracia, sanear las finanzas públicas y enrumbar al país sacándolo de una realidad brutalmente adversa en casi todas las áreas.
Necesitamos transitar hacia el progreso, sin latrocinio ni injusticia. La elección de cada uno marcará nuestro futuro compartido; por esto, debemos elegir a personas probadas, con equipos que garanticen un manejo inteligente y limpio de la cosa pública, con enfoque de derechos.
Digamos adiós a la política y a los politiqueros tradicionales, no más de lo mismo; debe ganar una propuesta renovada, apalancada por amplios acuerdos para arrimar el hombro con sentido práctico.
En lo social, la conducta individual puede tener serios efectos en la salud de los demás, en el espacio público, en el trabajo -para los afortunados que lo tienen-, en el hogar. El escenario post pandemia exigirá adoptar comportamientos que incluso podríamos calificar de atentatorios a la libertad; distanciamiento, uso de mascarilla y aseo de manos frecuente serán mandatos ineludibles para cada uno, si queremos cuidarnos y cuidar al resto. Visto está, la responsabilidad individual será decisiva para el futuro inmediato. (O)
Texto original publicado en El Telégrafo
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