Ecuador atraviesa una época dura, sobre todo, por su maltrecha economía. Penosamente, los ciudadanos heredamos esta situación, no la causamos, la causaron quienes parapetados en el poder durante una década violentaron los límites naturales para su ejercicio, impusieron a la sociedad la lógica y visión unilaterales desde el Estado, auparon la corrupción y despilfarraron los recursos. Para superar estos graves problemas no podemos repetir errores del pasado, ni caer en el juego de los que quebraron el país.
Hecho el daño urge la reparación. El gobierno ha tenido que adoptar medidas diversas, algunas muy duras por su efecto social; por esto ahora solo cabe apelar al diálogo; sostener con firmeza una posición que, sobre todo, represente a las grandes mayorías; corresponde ser recursivos e imaginativos para diseñar soluciones idóneas que nos impulsen a construir una verdadera democracia como sistema que anteponga los derechos de las mayorías a intereses de grupos o mafias pudientes.
La violencia, el sabotaje y el desorden no son mecanismos válidos para buscar soluciones ante esta crisis que nos afecta de manera general. Uno de los retos mayores de la época actual consiste en idear estrategias, prácticas y acciones orientadas a impedir que la factura del robo y del desgobierno la pague el pueblo. Que asuman su responsabilidad los que destrozaron el país, quienes dilapidaron la última bonanza económica de la historia nacional.
Se debe redoblar esfuerzos para recuperar lo robado por los corruptos, diseñar soluciones óptimas frente a la carga enorme que significan los subsidios para el erario, cambiar la maraña legislativa que bloquea el desarrollo, redimensionar el tamaño del Estado, fortalecer al aparato productivo y crear fuentes de empleo, garantizar especialmente los derechos sociales. Nuestra misión imperiosa: con diálogo y acuerdos debemos cambiar la realidad de los más desfavorecidos, al tiempo que nos proyectemos al progreso. (O)
Texto publicado en El telégrafo
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