El malestar en la cultura actual, desde la lectura psicoanalítica lacaniana, está signado por el declive de la imago paterna, la declinación del Nombre-del-padre y, su consecuente pluralización. J.-A.Miller, apoyado en Marx, señala que el mundo ha sido reestructurado por los discursos de la ciencia y el capitalismo, los que desde su aparición “han empezado a destruir la estructura tradicional de la experiencia humana… tal vez… hasta los fundamentos más profundos de dicha tradición”. Podemos anotar como uno de sus efectos lo que Eric Laurent llama la fragmentación de los modos de vivir la pulsión y el individualismo democrático de masa[i]. Este individualismo se juega en las comunidades de goce, y allí cabe la pregunta por el rasgo [ii]. Pues hoy no será el ideal el que comande, sino que es un modo de gozar el que hace fraternidad y pone en escena nuevas segregaciones.
El siglo del bio-engineering y el capitalismo cognitivo es el del auge de los unos solos; donde la expresión cínica “yo no me caso con nadie”, es la insignia. El discurso del amo contemporáneo que “hace-vivir” y “deja-morir”, ha producido mutaciones en la subjetividad y los modos de subjetivación como tal. Tanto así que en la actualidad, es el propio sujeto quien sigue sólo el mandato de “hacer-vivir”, interiorizándolo, sin que el Otro lo demande.
Lo hace activamente, adictivamente, solo.
Se trata de individuos, -no sujetos divididos, en apariencia-, que hacen su propio bio-control higienista y obsesivo del cuerpo con gadgets y dispositivos electrónicos: al estilo foucaultiano, de un controlado cuidado de sí. Otros, respondiendo a la ética del soltero; son seguidores de múltiples estilos de vida prêt-à-porter, adscribiéndose a ciertos objetos de goce y a un tipo de lazo social sin sorpresas. Están los que se auto-producen y auto-promocionan, siguiendo el mandato imposible “Be yourself!”[iii], y cuyas sus relaciones amorosas son reducidas a relaciones personales donde el otro sólo sirve “si te hace crecer”.
Los militantes de la causas colectivas, no perdidas sino triunfantes, son activistas actuantes, no incautos que no se permiten el engaño del amor y rechazan el inconsciente empujando a dejarse llevar: Let it be![iv]; y son quienes, guiados por una supuesta fraternidad universal, trabajan sin saberlo, por la homogenización y el racismo, al rechazar el goce singular, que traducen como, por ejemplo: “ser burgués”. Y algunos de ellos son becados por el Estado y estudian “arte”.
Cuando el Edipo va perdiendo su estrellato, vemos elevarse un reinado del simulacro y el “handicraft”. La rizomática web permite subir y mostrar en la plataforma un proliferante saber hacer/ arreglar objetos mediante tutoriales. El individuo mismo sabe hacer(se) y sin tacha ni gesto artístico se sube al escabel para verse bello y hacerse ver, empujado a hacer más y más… para seguir siendo visto. El acto de subirse a este escabel niega al inconsciente, para volverse “amo de sí”. Este saber-gozar pronto se vive como un deber-gozar. Esta nueva sublimación nos remite a un narcisismo actuante y a subjetivaciones que adquieren “ser” en esta exhibición triunfalista; y que, paradójicamente, colindan con la sumisión.
En Occidente, son muchos quienes sólo surfean en la superficie de lo virtual para no detenerse y sentir el peso de la palabra que cuenta, en un hablar con propiedad. Y, es creciente el número de entes que preferirían-no-hacerlo; aunque, lejos de “Oriente” existen cada vez más fanáticos solitarios aullando que sí prefieren hacerlo[v].
En este auge global y amenazante de los unos solos, ¿por qué alguien querría casarse?
El matrimonio en Ecuador, según las estadísticas del 2012, ha decrecido: por cada cuatro matrimonios hubo un divorcio y la tendencia iba al alza[vi]. Sin embargo, el matrimonio sigue siendo noticia: matrimonios civiles colectivos celebrados por las autoridades, y también eclesiásticos[vii]; que el sacramento del matrimonio no cuesta, pero que la ofrenda sí [viii]. Sobre su contraparte, el divorcio, se sabe que: ha crecido un 119,1% en diez años[ix]; los ajustes decretados no favorecen la nulidad de los matrimonios, sino la prontitud en el proceso (el Papa actual dixit)[x]. Hay nuevas reglas para el matrimonio, el divorcio y la paternidad[xi], que de ahora en más es suplantada por la “parentalidad”[xii].
A nivel legal, existe el matrimonio civil para las parejas heterosexuales y la unión de hecho para dos personas que quieran legalizar su unión, sean hombre-mujer o parejas del mismo sexo (Constitución del Ecuador del 2008). Desde el 2014 la unión de hecho como estado civil puede ser inscrita, sin distinción de género, en el Registro Civil y constar en el documento de identidad[xiii], lo que garantiza los mismos derechos y obligaciones que el matrimonio, excepto la adopción. La adopción es posible para parejas de distinto sexo y personas solteras. El “matrimonio igualitario” no tiene lugar y, según activistas, no se trata de una “novelería” como el oficialismo correísta ha declarado, sino del “reconocimiento de que todas las personas, independientemente de su opción sexual, puedan acceder a los mismos derechos”[xiv].
La primera pareja en Guayaquil en hacer uso de este derecho adquirido de poder inscribir su unión libre fue la pareja trans conformada por la activista y psicóloga Diane R. y Nicolás G.[xv], relación que no duró mucho tiempo: “Me separé porque no funcionó bien la relación…”[xvi]. En el 2015 esta activista, presidenta de una Asociación, escribió el twitter “voy a ser mamá, mi novio F. está embarazado de mí”[xvii]. Registraron al niño con el primer apellido de la “madre-biológica” de género masculino, porque: “Él llevó el proceso de gestación, y porque las mujeres históricamente han sido discriminadas”.
El mismo 2016, Diane fue criticada por convocar a un Desfile del Orgullo GLBTTI donde “los desnudos y el exhibicionismo” quedaron prohibidos, y sólo se permitirían “manifestaciones artísticas que tengan un justificado sentido de reclamo o reivindicación de derechos”. La convocatoria decía: “Somos lo que expresamos, tú decides/ No confundas Libertad con Libertinaje /Arte con desfachatez/ Desnudo con Exhibicionismo/ Originalidad con Ridiculez”. Esta censura parecería adquirir sentido en tanto ella ahora es “madre”, considerando que anunció que, en ese mismo evento, presentaría a su hijo. Para este abril (2017) ya se había separado de F. “por el bien de los tres”[xix].
La Ley Orgánica de Gestión de la Identidad y Datos Civiles reza: “voluntariamente al cumplir la mayoría de edad y por una sola vez, la persona por autodeterminación podrá sustituir el campo sexo por el de género, que puede ser masculino o femenino” (Art. 74). El artículo 78 permite también el cambio de nombres por una sola vez. Este trámite se realiza desde el 3 de agosto del 2016 para mayores de edad con cédula y requiere de dos testigos. Se subraya que estas decisiones son irrevocables: no se podrá dejar sin efecto la decisión asumida[xx]. La campaña que precedió esta ley se denominó “Mi género en mi cédula”, y al salir a luz la ley, los colectivos GLBTTI lamentaron que el “género” en el documento no fuera implementado de manera universal[xxi]. Pero, aseguran que su lobby sigue logrando avances.
En el 2003 Jacques-Alain Miller en ¿Gays en análisis? apuntó que la operación gay busca instituir un nuevo significante amo y poner en el mercado una representación social del homosexual que, en tanto minoría, debe reivindicar sus derechos. El modo sería el mismo que se juega en la clasificación: uno se adscribe a un S1, esperando que este movimiento y el consecuente activismo en favor de La causa, le permita curar, colectivamente, la angustia y el desamparo propio del parlêtre, al responder la pregunta filosófica: “¿qué soy?”, con una certidumbre: “Soy gay”. Esto como un esfuerzo de nombrar más que su síntoma, el goce que los habita, en esfuerzos que dan cuenta de que se trata de domesticar un goce que nunca es “straight”. Al ominoso ¿qué soy?, ¿quién podría soportar la respuesta de Yahvé: “Soy lo que soy”? Miller indica que el precio a pagar es la falta de autenticidad.
Y, aunque se alivie un poco de angustia, luego se producirá un malestar por el ingreso de este “gay”, a un grupo identificatorio que te dirá “cómo-ser-gay”. Allí, un modo de responder al malestar es parti-cipar activamente en la multiplicación de un dispositivo clasificatorio cuyas siglas proliferan GLBTTI… y donde, en cada casilla, se replica el malestar. En cualquier caso, como no hacen lo que deberían o no obtienen la satisfacción que suponían, sienten ahora doble culpa por no poder cumplir con el ideal “heteronormativo” ni el “gay”. Estos significantes no impiden que mujeres “lesbianas” expresen que son: “gays”.
Las aplicaciones trabajan activamente para el encasillamiento del goce, así 22 nuevas identidades han ingresado a Tinder[xxii], disidentes queers incluidos. El cofundador de la app señaló: “Queríamos hacer esto bien… respondemos a las necesidades de todo el mundo”. Así, precisamos que ante la declinación de la figura paterna tiene ocasión La feminización del mundo, lo que no es garantía de un mundo más femenino ni singular. Entonces, la Medusa de Freud responde a la ausencia de relación sexual, de Lacan.
Si la militancia gay lucha por el reconocimiento, Miller subrayará que la práctica analítica está en contra de la identificación, y se pondrá más bien, del lado del queer; siendo que, para el queer el goce es “estar en infracción”. Así, el gay renunciaría a su deseo homosexual porque modela su deseo sobre lo que imagina que es el deseo hétero: el gay busca legalizar el deseo homo. Lo que se pone en evidencia es lo que hay de ilegítimo y no de ilegal en el deseo, y el que desea es siempre un ladrón.
Ante esa diferenciación, la psicoanalista Mónica Torres toma partido por los gays, indicando que los queers son activistas del género, teorización que el psicoanálisis no asume, en tanto se atiene a la sexuación y la invención ante la no relación sexual. Para Torres, la legalización del matrimonio homosexual es todavía una rebeldía que apunta no sólo a la igualdad sino a la diferencia: es buscar introducir en la institución matrimonial, la diferencia.
La constitución de cualquier grupo identificatorio procede por el rechazo a otro grupo y por autosegregación. Que el gay imagine, se pregunte qué es el deseo hétero para modelar el suyo es una operación tendiente a una subjetivación en la mezcla, con miras a una integración por el ser como los otros, ante un sentimiento de inautenticidad que no es histérica; y que Miller hará convergente con el:“Todos debemos representar”, de André Gide. Así, podemos anotar que hay homosexuales que quieren ser parte, pertenecer de ese modo al conjunto social, es decir, cual pareja reconocida en lo simbólico y no sólo de hecho; y, su inclusión introducirá una diferencia operante en el colectivo.
Una cuestión es entonces, ¿cuál es el mejor modo de “pertenecer” y a qué conjunto?
Desde una lista pseudoborgeana podemos apuntar la existencia de: 1) Gays que quieren-ser-integrados por la vía de la identificación, ya sea por medio de su adscripción a un grupo GLBBTI… y su implícito malestar, o al querer ser incluidos como pareja, como matrimonio reconocido por el colectivo social. 2) Quienes se han creado un lugar en el Otro, a partir de restos, por un trabajo de sublimación, como el caso de Solá Franco. 3) Algunos que luchan activamente para no ser integrados, considerándose en desarraigo permanente, y rechazan o están desabonados del inconsciente. 4) Otros, que se aplican a eso que no marcha en un tratamiento psicoanalítico orientado por el síntoma. 5) Aquellos que de lejos parecen disidentes furiosos y que están en transferencia salvaje[xxiii].
Ese sentimiento de estar excluido de la relación con el otro, que para Lacan tiene que ver no con lo imaginario sino con la articulación más íntima del sentimiento de la vida[xxiv], lo expresó el artista guayaquileño Eduardo Solá Franco como “un desarraigo… con deseos de pertenecer”[xxv]. Desarraigo que se le tornó un avatar, en su equivocidad, y del que testimonia en su bellísimo diario ilustrado My book of pleasure de 3.600 páginas. Solá, mundano (I. Zapater[xxvi]), el excéntrico (R. Kronfle[xxvii]), el trasplantado como titulará a uno de sus poemas, logró una producción artística incesante e inclasificable: más de 150 retratos, incontables novelas, cortos, obras de teatro… Para él se trató de “lo escenográfico”, invención a la que responde su saber hacer, sus múltiples semblantizaciones que proliferan “en medio del gran desierto sin nombre”, y donde antes sólo estaban “los restos del Titanic”.
El queer, en cambio, no quiere ser integrado: es un disidente declarado. El llamado queer vive en la inseguridad, navega permanentemente, está en tránsito entre las identidades sin anclarse en alguna, pues esto le remite a la muerte. Es conducido por el imperativo de lo nuevo: quiere ¡más! y quiere ser “lo” único, sin que esto remita, necesariamente, a la singularidad. No se trata para ellos de la experiencia sino de la experimentación. El queer es el homosexual que no quiere ser alegre, sino que aspira ser “libre”, y cual activista, tampoco quiere saber nada de la comedia/ la tragedia. El queer no fantasea sobre cómo goza el Otro, tiene una certeza de goce que no le permite flaquear ante la, siempre posible, deflación del deseo. El queer está en un permanente pasaje al acto, pero está agotado.
En ese devenir, exhorta Paúl Preciado (antes Beatriz) en Haz tus maletas sin saber donde te mudas: “Destruye la carpeta Dropbox de tu ordenador. Prepara una maleta vacía y vete. Pasa una frontera. No hagas ninguna obra nueva. Abandona a tu mujer por un caballo. Abre tu maleta en cualquier calle y acepta aquello que los demás te den. Aprende el griego. Entra en un matadero y reproduce la escena central de Rebelión en la granja…”.
Lacan anticipó la llegada a la consulta de sujetos problematizados porque no son buenos homosexuales. Y nunca está por demás recordar que el análisis no tiene como fin la normalización: la norma-macho. Lo que no sólo es asunto de hombres.
Hoy existen sujetos homosexuales que viajan a un país liberal y sufren por no sentir el orgullo gay, que “deberían”. Siguen llegando al analista sujetos divididos porque su elección amorosa no converge con su deseo, sean estos dos hombres/ mujeres o no. Otros están registrados en aplicaciones para contactos sexuales y mantienen relaciones amorosas, lo que les resulta un “pero” al imperativo de goce. Algunos hacen existir a La mujer sosteniendo un matrimonio blanco a lo Gide o privilegian un partener sexo de ángel. Uno quiere saber por qué lo “muchachean”, mientras hace existir un Otro que lo “detiene” en su metonimia…
Otro dijo que quería operarse para “marcar los rasgos”, idea que dio ocasión a un relanzamiento de su trabajo como analizante para ir más bien en búsqueda de esos “rasgos que marcan”, mediante la operación analítica. Una mujer comentó que su novia le dijo para casarse, pero que ella no le creyó porque “eso se lo decía a todas”…
El psicoanálisis es una opción válida para quienes quieren salir de una angustia infernal; de la compulsión mortífera de ir, tanto en busca de la plaga como de “hacerse la prueba”. El análisis conviene a sujetos con particulares elecciones de sexo y de amor, incluso a quienes preferirían no hacerlo y se ausentan de la elección a lo Bartleby.
Muy particularmente lo requieren cuando se les dificulta dar sustancia y color a su propia persona y sexo. Los analizantes, algunos de ellos artistas, traductores y poetas, están en la búsqueda de un nuevo amor y de modos renovados de hacer con el deseo y el goce que los habita, algunos entre el desafío y la de-excepción. Quizás, alguno de ellos, en algún momento, se interese y consienta en pertenecer a un conjunto Otro, uno que nos es caro: de singulares, dispersos, descabalados.
La pregunta de por qué los homosexuales se quieren casar ha sido abordada por Marie- Hélène Brousse en una entrevista[xxviii] en la que indica: “A mí lo que me sorprende es que quieran casarse. Mi generación puso en cuestión el matrimonio porque era un modelo paternalista, no nos parecía importante la necesidad de casarse. Pero poco a poco voy entendiendo… El amor no garantiza nada, no permite una permanencia en el marco en el que el sujeto vive, y creo que los homosexuales reivindican este marco, esta garantía”.
Por otra parte, en la actualidad, hombres y mujeres, homos y héteros, se desgastan compulsivamente en un circuito de goce mortífero, respondiendo, sin chistar, al mandato: ¡Goza! La posibilidad de contactos/ contagios sexuales ha aumentado exponencialmente con el uso de las aplicaciones en los dispositivos móviles, y el atractivo responde a que se trata de un acto/ goce infractor o fuera de la ley. En el “mundo gay” las exigencias serían: la adscripción a un “ser” (de los grupos identificatorios enlistados), la disponibilidad (según el GPS) y tener el órgano. En lo obsceno de una escena sin velos no caben ni el deseo ni la palabra: el amor está fuera de contrato en tanto amamos a quien responde nuestra pregunta por el ser y aquí no hay decir por fuera del fantasma; y pues, amar es dar lo que no se tiene.
El amor le hace contra al discurso capitalista que empuja al más, buscando dejar fuera la castración. Miller indica en una entrevista que: “Algunos saben provocar el amor en el otro, los serial lovers… Saben qué botones apretar para hacerse amar… Aquellos que creen estar completos solos… no saben amar… Manipulan, tiran de los hilos, pero no conocen del amor ni el riesgo ni las delicias”[xxix]. Y como ha dicho Lacan, el amor, permite condescender el goce al deseo, lo que en principio responde al por qué alguien querría hacer pasar su goce Uno por el cuerpo del Otro para gozar, finalmente, (d)el cuerpo propio.
El matrimonio implica un acto performativo de palabra, un equívoco del tipo “tú eres mi mujer/maten a mi mujer”, siendo una declaración que produce efectos subjetivos. Sin embargo, no podemos hacer corresponder el amor al matrimonio, como lo destacó pertinentemente el colega Héctor Gallo, al hacer corresponder en términos lógicos: el matrimonio a lo necesario y el amor a lo contingente, pudiéndose escribir como pacto y teniendo como fondo lo imposible de la relación sexual.
El amor ni el deseo están garantizados por el matrimonio. En esa vía, podemos decir que si bien había amor antes de que tuviera lugar el matrimonio-blanco de André Gide y Madeleine, los objetos de satisfacción de él –en la frase de André Walter- eran: “los golfos de carreteras que durante todo el día merodean bajo el sol”.
Que no haya correspondencia entre los parteners es un motivo de consulta frecuente en los análisis, es la queja femenina de que “no me ama igual que yo”. Siempre habrá un desbalance en la cuenta por los modos distintos de amar: ilimitadamente o en la que el falo introduce una limitación. En esa vía, Miller indica que cuanto más un hombre se consagra a una sola mujer, ésta tomará para él una significación maternal, y que los homosexuales casados desarrollan mejor este culto de La mujer; y que, cuando una mujer se apega a un solo hombre, lo castra. Lacan lo precisó indicando: ¿qué es lo quiere una mujer? Un hombre para castrarlo. Concluye Miller que el mejor destino del amor conyugal es la amistad: que esa era la esencia de Aristóteles.
Si bien el amor suple la ausencia de la relación sexual, nos introduce en un “laberinto de malentendidos cuya salida no existe”[xxx]. El desacoplamiento y el diálogo imposible entre los sexos es inevitable; pero eso, ¿ahorra o asegura la existencia de relación entre dos del mismo sexo? La cuestión se complica, pues el amor siempre feminiza, lo que debe ser diferenciado de la obediencia al superyó femenino contemporáneo que ordena: “¡Sé mi otro!”, “¡compréndeme como mujer!”, “¡vuélvete mujer!”, como ha apuntado Eric Laurent, y que hoy resulta muchas veces lo políticamente correcto.
Entonces, ¿es que realmente puede elegirse a un igual para amar, en un amor puramente imaginario donde el goce del Otro no despierte la angustia que suscita lo hétero? Por un lado, como dice Lacan, saber lo que la pareja va a hacer no es una prueba de amor; por otro, el goce en algún momento, se tornará extraño a la pareja hétero u homo, e incluso a sí mismo. Porque en cada uno hay de lo hétero, de la extranjeridad del goce singular. Además está el momento en que se vuelven “intensos” y desbordan los celos, por mucho “poliamor” que tengan. Es la disimetría del modo de gozar, el fálico y el Otro goce, la que se aspira a nivel religioso (que re-liga) que el pacto o los hijos amortigüen.
El matrimonio homosexual sería un esfuerzo más por “curar” la angustia, en un ir más allá de la respuesta colectiva “soy gay” a la pregunta por el ser, en una elección de a uno, que como efecto lo colocará frente a la castración de otro modo. Si del enlace matrimonial los que participan lo hacen a título de amado y amante, este amor como metáfora puede suplir, -por no sabemos cuánto tiempo-, la ausencia de relación sexual y quizás empuje a ceder al goce de “ser” en la infracción, desde sus propios imperativos y objetos, ocasionando nuevas emergencias sintomáticas que, esta vez, incluyan al Otro. También algún analizante se ha referido a su pareja como “soporte”, quien de algún modo lo protege de la caída, la soledad y la angustia.
Y si, la tentativa matrimonial aporta a la pareja una cierta estabilidad, no logra cerrar del todo la brecha entre dos, no ahorra el sufrimiento y la posibilidad de que uno se convierta en un estrago para el otro. Sin embargo, el lobby por el “matrimonio gay”, se contrapone en su paso necesario del Uno al Dos, a los pedidos de reconocimiento de otras comunidades identificatorias que buscan legalizar sus modos de goce solitarios.
Lacan ha señalado que una mujer es un síntoma para un hombre, a lo que contraer matrimonio podría ubicarse como contraer una enfermedad. Lo que se ha evidenciado en tanto que los sujetos sufren porque están acompañados/ no tan acompañados/ demasiado acompañados: el malestar por la convivencia, por la elección de la pareja, por la decisión de casarse renunciando a quien sabe qué, por un necesario pactar/ ceder, por la inexistencia de la relación sexual. Sin embargo, estudios indican que la existencia de la legalización del matrimonio gay ha disminuido el suicidio en jóvenes y que, el matrimonio ha servido para estabilizar por la promesa de una cierta seguridad, en las turbulencias de un mundo líquido.
Hay que anotar que el analista-partener también sirve/ encarna/ funciona como un “soporte”, un estabilizador de goce, ante errancias muchas veces suicidas. Algunas veces esto es literal, en tanto el mismo consultorio puede llegar a ser un enclave para alguien, ante un mundo hostil. Entonces, el trabajo analítico será hasta cuando se logre inventar un recurso propio, sinthomal, para orientarse ante la deslocalización o invasión de goce.
La cuestión del mal llamado “matrimonio-para-todos” (en Francia) e “igualitario” acá, da ocasión de abrir la pregunta sobre los alcances y efectos subjetivos de ese acto performativo. El que muchas veces precipita una toma de posición en la relación, donde a diferencia del contrato: no son iguales las partes.
Antes de hablar de las parejas síntomas y estrago que se constituyen; es importante apuntar por qué para alguien ya no es suficiente sólo “vivir juntos” o “salir”; y el psicoanálisis en efecto, da ocasión de que alguien pueda responder, en singular, por qué se quiere casar hoy y no mañana, con esa persona y no con otra… Pues nadie se casa sólo para cumplir un derecho. Es decir que, ante lo posible y la garantía del derecho, hay un plus: el deseo de casarse… una contingencia. Es posible dar bastante cuenta de esta decisión y paso lógico en un análisis, en el uno por uno, -no en pareja-, aunque no del todo. Hay un toque de lo real.
Y, ¿EL DIVORCIO?
Para concluir este apartado, anotamos que la posibilidad del divorcio siempre está a la vuelta de la esquina. Contraer matrimonio no se trata solamente de una cesión de goce sino, incluso, abonarse un tiempo para comprender antes de una separación repentina, loca y destructiva.
Ante el rompimiento amoroso o del pacto, la puesta en escena del divorcio introduce o introducía, un tiempo de espera obligada: una escansión para una revisión de la decisión apresurada, el surgimiento de la cobardía frente al deseo, entre otras posibilidades. Sin embargo, el tiempo que implica un divorcio continúa recortándose… En esta vía, un paso efectivo que tendrá lugar es la separación de los bienes conyugales: objetos de goce, hijos incluidos. Así, tomamos nota de una pelea apasionada y mortal por una casa muy particular en La guerra de los Rose (1989), o de expropiaciones comandadas por un odio infinito como las de H.Chávez. Esto en un movimiento estragante que pasa del darlo todo por amor, el infinito amor… a quitarlo todo, por odio.
La historia material de la relación entre dos y sus objetos, se muestra en la lógica o locura de la distribución, al final: la masculina mitad, que deviene igualmente loca en su literalidad. Así, un hombre canta (en versión salsa): “ahí tienes media cama medio armario media almohada media sala media toalla media plancha… (eso y más sin respiro, sin comas), y cuando el perro hace de límite propone: “cara o sello pa´ que no haya discusión”.
En otra canción se entrega fácilmente la imitación del Picasso, para luego ella decir: “Antes de que… bajemos el telón/ Si tú te vas y yo me voy, ¿con quién se queda el perro?” Pero, más allá de ese “tener” surge una pregunta femenina: “¿dime quien se queda con los restos de este amor?”. Otro cantautor se refiere a la entrega indignada de su objeto valorado: “¿La lavadora?, quédese con ese tiesto… Eso sí, no se le olvide que en ese electrodoméstico invertí mi mejor sueldo/ que lo lleve a las costillas del almacén a la casa/ Que lo quiero como a un hijo, porque no teníamos perro/”. Allí, el goce femenino se hace presente como el estrago de la guarapera (“¡Bébase la casa entera!”).
Cada decisión da cuenta de la posición subjetiva de los ex –contrayentes, incluso de aquel que se exime de decidir apelando a la suerte. ¿Y lo imposible de dividir? ¿Y los hijos?
Con esa introducción podemos preguntarnos: ¿es que el acto del matrimonio, como pacto escrito e inscrito en el Otro legal, puede pensarse hoy como un recurso para poner un freno al goce, cual barrera legal-simbólica o fundamento imaginario de una neo garantía simbólica[xxxi], que vendría a suplantar a la barrera que fue el estragante y terrorífico SIDA?
Del libro-testimonio-testamento de Reinaldo Arenas Antes que anochezca, -sobre el que la crítica ha apuntado: hay dos grandes silencios en este texto, el primero es la historia del padre que abandona el hogar y el segundo el SIDA-, quiero destacar en esta ocasión:
“Veo que llego al final de esta presentación, que es en realidad mi fin… no he hablado mucho del SIDA. No puedo hacerlo, no sé qué es. Nadie lo sabe realmente. He visitado decenas de médicos y para todos es un enigma. Se atienden las enfermedades relativas al SIDA, pero el SIDA parece más bien un secreto de Estado… no es una enfermedad al estilo de todas las conocidas (…) El SIDA es un mal perfecto porque está fuera de la naturaleza humana y su función es acabar con el ser humano de la manera más cruel y sistemática posible. Realmente jamás se ha conocido una calamidad tan invulnerable. Esta perfección diabólica es la que hace pensar a veces en la posibilidad de la mano del hombre. Los gobernantes del mundo entero, la clase reaccionaria siempre en el poder y los poderosos bajo cualquier sistema, tienen que sentirse muy contentos con el SIDA, pues gran parte de la población marginal que no aspira más que a vivir y, por lo tanto, es enemiga de todo dogma e hipocrecía política, desaparecerá con esta calamidad. (Pág.15).
En esta cita el SIDA aparece como un real en tanto Arenas nos dice: “no he hablado mucho del SIDA. No puedo hacerlo, no sé qué es. Nadie lo sabe realmente. He visitado decenas de médicos y para todos es un enigma”.También: “está fuera de la naturaleza humana… jamás se ha conocido (esta) calamidad”. Ciertamente, debemos pensar que en ese momento no se sabía sobre su prevención ni existían tratamientos posibles como hoy. Este real llamado “calamidad” es respondido con ideas paranoides en las que esta “perfección diabólica” es creada por “los gobernantes del mundo entero…”, y que puede leerse en la HipocreCÍA[xxxii].
Casi al final de su autobiografía dirá sobre los ochentas en New York: “Era verdaderamente un sueño y una fiesta incesante. Yo trabajaba mucho entonces, pero nunca Nueva York fue tan vital; quizás nunca vuelva a ser como entonces, pero me queda el consuelo de aquellos últimos años, antes de que llegara la plaga, antes de que la maldición cayese también sobre la ciudad, como siempre cae sobre todas las cosas realmente extraordinarias”.(Pág. 318).
La plaga, la maldición, vino a despertarlos del sueño y a parar del peor modo, la fiesta incesante. Un acontecimiento, ¡quizás nunca vuelva a ser como entonces! Aún la angustia por saber si se tiene SIDA o no, ¿si-da/ no-da?, continúa vigente como pre-ocupación sobre todo en los homosexuales masculinos, empujándolos a un, a veces insensato “hacerse la prueba”: manteniéndolos entre la inhibición, la angustia, el acto compulsivo… hasta dejarse caer. ¿Será que en estos momentos, cuando en estricto, ya no es como antes, el matrimonio pueda venir a cesar la fiesta, como un pacto que incluya el amor anudado a un deseo vital? ¿Será que esa neo garantía simbólica en algo estragará el estrago sufrido por los gozantes?
Lacan recurrió a una metáfora al indicar que el ser hablante contrae el virus del lenguaje; en esa vía pareciera que algunos, literalmente, llegan a contraer un virus, un síndrome… peor que un síntoma. Es posible y deseable que un cuerpo hablante, tomado por la angustia, pueda tomar la palabra, ponerse a hablar en la experiencia psicoanalítica, prometido a pasar de una angustia de muerte a un síntoma que lo pueda colocar del lado de la vida, sin ser dejado caer.
CIENCIA, RELIGIÓN Y PSICOANÁLISIS…
La postmodernidad trae consigo límites porosos, indefinición, identidades en continuo tránsito, errancias subjetivas, géneros permanentemente en construcción, transmigraciones corporales remitidas a lo estético, búsquedas de la salida del dispositivo rizomático y proliferante. Esta inclasificación es la verificación de un des-orden simbólico, y trae nuevas ocasiones de relanzar una pregunta por lo singular. Son estas multitudes las que hoy hacen temblar a clásicos politólogos. Y también conmueven y horrorizan a los “psicoanalistas tradicionalistas”, no se sabe si tanto como el matrimonio igualitario.
La vía del matrimonio no igualitario, sino para dos seres hablantes con elección de objeto homosexual o heterosexual, -considerando que según Lacan quien ama a una mujer es hétero, sea el amante hombre o mujer-, ha traído a escena con fuerza aguerrida a las masas religiosas en defensa de un ideal de familia: familia que no es, estrictamente, equivalente a pareja ni a matrimonio. Los fanáticos de la causa perdida quieren volverla hoy una causa triunfante. Lacan se refirió al “triunfo de la religión”, para decir que el psicoanálisis quizás y sobreviva a este retorno. La alianza prometida de la religión no es el psicoanálisis sino la ciencia, la de la naturaleza, la que llama al sentido religioso. El lobby gay pretende refutar a la naturaleza con la naturaleza… Lacan indica que la naturaleza no es más que un popurrí de fuera de la naturaleza.
Desde el psicoanálisis de orientación lacaniana, apostamos por el arribo contingente a un cierto enclave sintomático, a un arraigo singular, una invención satisfactoria de un saberhacer allí con el goce del síntoma y un nuevo lazo con el Otro sexuado. El psicoanálisis opera en la repetición y el Acting out, pero para buscar salir del amor repetición en un salto a un nuevo amor: uno que no rechace la extranjeridad del goce singular. Esto ante la posibilidad creciente, de ser un desterrado, hacerse desterrar… o peor.
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