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De Ripley o cómo medrar del Estado

Juan Tibanlombo (+)
Dialoguemos EC
jueves, diciembre 20, 2018
El escándalo de los diezmos estalló. El presunto cobro de un porcentaje de sus salarios a sus colaboradores por mantenerlos en sus cargos y decidió entonces ¿qué?
Tiempo de lectura: 2 minutos

En 2007, con el inicio del gobierno del expresidente Rafael Correa, ingresó a trabajar en el Servicio de Rentas Internas. Dos años después, ya como funcionaria pública de carrera de esa institución, recibió una licencia para participar como candidata a asambleísta por la provincia de Guayas en la lista del expresidente. El ejemplo lo puso él. claro, porque hizo parecer normal pedir licencia para hacer campaña con recursos del Estado.

La todavía funcionaria del SRI ganó una curul en la Asamblea; lo lógico habría sido la presentación de su renuncia al SRI, pero no. Pese a que tenía garantizado un salario de asambleísta con los privilegios que ese puesto otorga decidió pedir un alargamiento de su licencia. Y se la concedieron. ¿Hasta cuándo? Hasta 2017. Ocho años.

La funcionaria del SRI dejó la Asamblea y en mayo de 2017 solicitó otra licencia tras haber sido designada ministra de Vivienda. Como los cargos de los ministros pueden ser frugales, la funcionaria del SRI decidió tampoco renunciar cuando fue designada Vicepresidenta de la República y solicitó una nueva licencia. Se le fue concedida.

El escándalo de los diezmos estalló. El presunto cobro de un porcentaje de sus salarios a sus colaboradores por mantenerlos en sus cargos y decidió entonces ¿qué?: primero pedir una licencia en la Vicepresidencia tras la decisión de Lenín Moreno de retirarle sus funciones y luego renunciar (…) a la Vicepresidencia.

¿Suficiente para renunciar al sector público? Pues no. La funcionaria del SRI decidió seguir aferrada al cargo en ese organismo y solicitó una nueva licencia por asuntos personales. Licencia que, por supuesto, se le fue concedida. ¿Cuántos funcionarios públicos tienen la suerte de tener un cargo asegurado ad infinitum? Kafka, de haber conocido su historia, volvería a morir de envidia o a convertirse otra vez en el escarabajo de Gregorio Samsa al constatar la ética de quienes defienden a los pobres en el llamado socialismo chavista del siglo 21.

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