Cuando las guerras comerciales son a gran escala, como parece ser el caso de la desatada entre Estados Unidos y China, por lo general tienen una duración de varios años, una temporalidad de por lo menos 5 años.
Estados Unidos dispuso aumentar los aranceles principalmente para productos de procedencia de China, luego vino la amenaza china de poner aranceles a determinados productos de procedencia norteamericana. Pero China, en un futuro, también podría bloquear empresas de Estados Unidos que operan en China.
China no necesita recurrir necesariamente a barreras arancelarias para responder a determinadas medidas comerciales de Estados Unidos, le basta con decir a sus ciudadanos o a sus empresas que no compren productos de empresas americanas, sean importados o producidos en territorio chino. En el caso de que algunas de sus aerolíneas necesitaran adquirir aviones, por ejemplo, Airbus funciona tan bien como la Boeing.
China puede influenciar fácilmente en el consumo masivo de productos americanos. De hecho existe una historia bastante larga de esos casos, porque Beijing ya fue capaz de movilizar a sus consumidores para no comprar carros de Japón o de Corea del Sur con el fin de hacer determinada presión política.
China está en capacidad de hacer eso porque tiene una herramienta de comunicación muy fuerte con su pueblo debido a la existencia de un partido muy bien estructurado y al control de la propaganda política y de los noticieros.
Es de esperar entonces que China, si la guerra comercial con Estados Unidos llega a escalar, ponga en marcha medidas que pueden no ser netamente comerciales para afectar a las empresas multinacionales de ese país.
La consecuencia de eso será posiblemente la pérdida de las multinacionales estadounidenses de su valor en Bolsa, o sea, de su valor de mercado. Un golpe directo a la clase media alta estadounidense que por lo general tiene su dinero invertido en acciones de esas compañías.
Eso significa que la respuesta de China a las medidas arancelarias de Donald Trump podría tener un impacto político en el tablero electoral de Estados Unidos, porque seguramente habrá una presión fuerte de la clase media para dejar de lado esa política proteccionista.
En la actualidad, los demócratas están muy bien posicionados en varios estados a dos años de las elecciones presidenciales, y en año de elecciones legislativas. La situación es ya muy distinta de lo que ocurría cuando Trump llegó a la Casa Blanca.
En la actualidad, Trump está prácticamente aislado entre los republicanos que tienen una tradición de liberalismo comercial desde hace mucho tiempo, contraria totalmente a las medidas proteccionistas, mientras que los demócratas paradójicamente tienen una vertiente más de izquierda, más anti mercado y más nacionalista. Los demócratas, principalmente los demócratas en el legislativo, son los tradicionales apoyadores del proteccionismo.
Es muy posible que con un triunfo de los demócratas las medidas proteccionistas de Trump se mantengan intactas, porque muchos grupos de la clase media baja van a perder en esta guerra comercial.
Los efectos de esta guerra comercial, sin embargo, no se verán de aquí a un año, sino mínimo en unos tres años, sobre todo si China decide extender sus medidas arancelarias a otros sectores o ejecutar medidas sin carácter comercial.
Ahora es importante entender que las políticas proteccionistas de Trump no solo van dirigidas contra China. En el tema de los aranceles al acero y al aluminio, por ejemplo, eso afecta a otros países como Brasil que debe aceptar la imposición de una cota de X millones de toneladas si no quiere pagar el alza de las tarifas. Trump actúa como proteccionista en todo el mundo.
Y si bien China ha argumentado que está guerra comercial podría beneficiar a regiones como América Latina eso es falso en parte. Muchos productos que China compra a Estados Unidos no los producen los países de la región. América Latina, con pocas excepciones como México, no fabrica productos tecnológicos. El beneficio sería ínfimo.
El discurso de China que defiende el liberalismo comercial también es un poco falso. Si bien ese país es comunista ha adoptado muchas herramientas del mundo capitalista. No sería correcto decir, por ejemplo, que China sea una economía de mercado: es una economía con mucho mercado, mucha competencia en diferentes sectores, pero con una participación y influencia estatal formidable.
El grado de penetración de las empresas públicas en China no es tan distinto al grado de penetración de las empresas públicas en América Latina de los años setenta y ochenta.
Ahora China puede predicar el liberalismo comercial, pero la verdad es que China no es tan liberal. Su discurso en parte es hipócrita. China, por ejemplo, controla muchísimo el valor de su moneda para mantener las exportaciones bastante aceleradas. China, por medio de varias políticas públicas, subdivide la producción de sus empresas nacionales y busca asociarlas con empresas extranjeras en algunos sectores industriales. China no protege adecuadamente la propiedad intelectual de tecnologías Americanas.
China abusa de su poder económico para irrespetar las leyes internacionales de comercio. El hecho de que ahora pretenda aparecer como un defensor del liberalismo comercial es más un discurso que una realidad.
La única realidad es lo incierto de las consecuencias de esta disputa comercial, porque otros países que podrían sentirse afectados o sentir efectos colaterales estarían en su derecho de adoptar medidas similares. Además, en típico estilo Trump, siquiera sabemos cuáles son las medidas exactas que serán aprobadas. Todo anuncio es antes una bravata, parte del art of the deal de Trump, que un prenuncio legislativo efectivo.
La guerra comercial Estados Unidos-China puede ir más lejos que la guerra con Europa por una serie de razones. Una de las razones principales es que el americano promedio no tiene una empatía tan larga con los chinos como con los europeos, por ejemplo. La población estadounidense no ve en los europeos una fuente de robo de empleos. Pero existe la narrativa que asocia el crecimiento económico de China con la caída del empleo en Estados Unidos.
Eso ha permitido sembrar la idea de que es necesario castigar a quienes causaron tantos prejuicios en suelo americano. Es un mensaje político que puede ser bien recibido por sectores importantes de la población como el rust belt la región industrial americana en donde se perdieron muchos empleos en los últimos 30 años.
Esa narrativa, sin embargo, es bastante cuestionable, porque las estadísticas parecen apuntar a que fue la mecanización y no el comercio la que redujo los empleos en Estados Unidos.
¿Qué tanto podrá hacer la Organización Mundial del Comercio en esta disputa? No tiene mecanismos propios para resolver estas controversias. Por lo que su papel solo podría reducirse a facilitar o ser un mediador para que las naciones involucradas respeten los acuerdos firmados.
Eso porque la Unión Europea, que podría jugar a ser un gran mediador, no va a sentarse en una mesa con Donald Trump por la crisis de confianza de los líderes europeos en la racionalidad y estabilidad de sus decisiones.
Es muy difícil imaginar a Ángela Merkel sentada en una mesa entre China y Estados Unidos, porque Trump podría inmediatamente en un tuit deshacer todos los acuerdos a los que podrían llegar.
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