El Papa Francisco decepcionó a Chile. La iglesia de ese país confiaba en que el viaje serviría para sacarla del pozo en el que está instalada por los escándalos sexuales de abusos a niños, parece más hundida. Todo el mundo interesado en este viaje ha descubierto los pormenores del caso Karadima, uno de los más paradigmáticos de los centenares que afectan al catolicismo en todo el mundo.
“El día que presenten una prueba contra el obispo Barros hablaré. No hay ninguna. Todo es calumnia. ¿Queda claro?”, dijo el Papa visiblemente molesto a la prensa. La frase del Papa no solo indignó a las víctimas. Incluso el cardenal Sean O’Malley, de Boston, encargado por el Papa de liderar la comisión antipederastia, fue durísimo con él, algo inédito en la Curia, reseña El País.
“Es comprensible”, dijo en un comunicado publicado el sábado, que los comentarios de Francisco en Chile, “sean una fuente de gran dolor para los sobrevivientes de abusos sexuales por parte del clero o cualquier otro perpetrador. (…) Palabras que transmiten el mensaje ‘si no pueden probar sus afirmaciones, entonces no se les creerá’ abandonan a quienes han sufrido reprobables violaciones a su dignidad humana y relegan a los sobrevivientes al exilio desacreditado”, escribió O’Malley. La comisión que dirigía O’Malley ha cumplido tres años sin resultados.
El caso Karadima ha arruinado la imagen de la Iglesia chilena. Fernando Karadima dirigía la iglesia de El Bosque, en el barrio de Providencia, la preferida por la clase alta chilena. Allí trenzó contactos e influencias en toda la élite durante la dictadura de Pinochet y los mantuvo después, con la recuperación de la democracia.
“Era amigo de los principales grupos económicos y de todos los generales importantes de Pinochet. No era un cura de pueblo. Fue muy difícil enfrentarse a su poder”, dijo a El País Juan Carlos Cruz, una de sus víctimas, hijo como los demás de una conocida familia de Santiago, y ahora directivo de una multinacional, que aún hoy, casi 30 años después, no puede perdonarse a sí mismo cómo permitió que Karadima le dominara hasta ese punto cuando era adolescente.
En el origen social de los abusados está una de las claves del daño enorme que el caso ha hecho a la Iglesia chilena y ahora al Papa, que ha decidido enfrentarse a Cruz y las otras dos víctimas, el médico gastroenterólogo James Hamilton, y el doctor en filosofía José Andrés Murillo, dejándoles de mentirosos al insinuar que su testimonio sin pruebas no vale.
“Como si uno hubiese podido sacarse una selfie mientras Karadima me abusaba con Juan Barros parado al lado viéndolo todo”, le contestó rápidamente en twitter Cruz. Hamilton publicó una caricatura del Papa en la que supuestamente el Pontífice decía: “para creer en nosotros tienen que tener fe, pero para que yo crea en ustedes me tienen que traer pruebas”.
Son personas de clase alta, muy formadas, no son los niños sordos pobres abusados en el Próvolo, en Argentina, que también han generado un gran escándalo local pero tienen serias dificultades para defender su caso.
“¿Por qué tres personas como nosotros, con la vida resuelta, James y José Andrés con hijos, íbamos a inventarnos una historia así, a exponernos así en televisión? La gente entiende eso y nos creen”, diji Cruz.
Con víctimas tan reconocibles, y la decisión del Papa de defender a Barros y permitirle que estuviera en todas las misas ha hundido el viaje a Chile, uno de los más difíciles de sus cinco años de pontificado. Barros insiste en negarlo todo, dice que nunca vio nada, pero la Iglesia, después de muchos años de lucha de las víctimas, admitió en 2011 los abusos de Karadima y le apartó a un convento en Santiago.
Barros lo tuvo 37 años como guía espiritual, estaba siempre a su lado, y lo defendió hasta que fue condenado. Ahora dice que no sabía que abusaba. Cruz insistió en que estaba a su lado mientras lo hacía.
“La imagen del avión del papa Francisco dejando Chile rumbo a Perú, minutos antes de que en Santiago tres víctimas del sacerdote Fernando Karadima dieran una conferencia para insistir en sus denuncias contra el obispo Juan Barros, es, probablemente, el equivalente a la salida al balcón de La Moneda de Juan Pablo II junto a Augusto Pinochet hace 31 años. La diferencia es que, mientras los biógrafos de Wojtyla le restan responsabilidad al Papa polaco, acusan “un engaño” e insisten que la visita fue un éxito, en el caso de Bergoglio, la decisión de salir a defender al obispo Barros antes de dejar Chile fue personal. Quienes conocen al Papa dicen que pese a sus declaraciones sorpresivas, no es un hombre que improvisa. Todo lo piensa cuidadosamente. Y quería dejar claro su posición sobre el prelado, denunciando lo que calificó de “calumnias”, reseñaba Infobae.
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