En la actualidad, solo en el primer trimestre de este año las cuentas de Ecuador registraron un déficit del dos por ciento sobre el Producto Interno Bruto, que está en $100 mil millones aproximadamente. Por eso, una de las tareas más urgentes del próximo Gobierno será cómo sanear las finanzas públicas.
El Gobierno debe apuntar a ajustar un déficit fiscal que puede volverse insostenible. Una alternativa es bajar impuestos para reactivar la economía. Eso producirá un incremento en el déficit pero este bache será temporal hasta que las empresas privadas comiencen a crecer y liberar recursos. La contrapartida de una medida así es una mayor recaudación de impuestos, ya sea por IVA, ICE, Impuesto a la Renta… A medida que las empresas generen utilidades, mayor va a ser la recaudación tributaria para el Fisco.
La otra alternativa es mantener la carga tributaria o subir impuestos para compensar el déficit actual, sumado a la emisión de nueva deuda. Eso significa que para cubrir el hueco deberá esperar a que el precio del petróleo suba, se dinamicen los tratados de comercio y que las exportaciones se vean fortalecidas.
Siempre que se habla de finanzas públicas es necesario analizar dos tipos de déficit, según los economistas. Uno es el déficit estructural y el otro el coyuntural.
Para entender el déficit coyuntural se puede recurrir a la imagen de alguien que adquiere una deuda en un banco privado, con el fin de cubrir una necesidad económica urgente, que está amortizada a X número de años. Y todos los meses esa persona sabe que debe pagar una suma hasta salir del crédito.
Desde la visión del actual Gobierno, el déficit en sus cuentas no es estructural, algo que afecte directamente a la economía, sino pasajero que se irá solucionando en la medida en que el Estado recaude más impuestos, pueda reducir un poco el gasto y vuelva a endeudarse para cubrir temporalmente el desequilibrio fiscal.
Para entender el déficit estructural lo mejor es seguir con el mismo ejemplo. Esa persona que obtuvo el crédito dependía de su trabajo para cubrir las cuotas mensuales. Pero de pronto se queda sin esos ingresos porque pasa al desempleo. Pues la probabilidad de que ese préstamo quedé impago aumenta considerablemente.
El deudor, ante ese panorama, tiene dos alternativas o recurre a un nuevo crédito para seguir pagando el anterior o se acerca a la institución bancaria para reestructurar el crédito vigente.
Igual pasa a nivel de Gobierno cuando tiene un impacto fuera del Presupuesto General del Estado, en el que había considerado una recuperación del precio del petróleo y un déficit manejable.
Desde la visión del actual Gobierno, el déficit en sus cuentas no es estructural, algo que afecte directamente a la economía, sino pasajero que se irá solucionando en la medida en que el Estado recaude más impuestos, pueda reducir un poco el gasto y vuelva a endeudarse para cubrir temporalmente el desequilibrio fiscal.
Pero un déficit del dos por ciento sobre el PIB solo puede dar a entender que hubo una expansión del gasto público vía préstamos y eso, lógicamente, tuvo una repercusión en las cuentas nacionales del primer trimestre.
Este déficit coyuntural, si el nuevo Gobierno no logra financiarlo, de alguna manera puede convertirse en uno estructural, sobre todo si los precios del petróleo bajan y no hay una reducción del gasto público. Al inflarse el gasto y con un déficit tan grande, entonces el hueco solo se podría cubrir quitando subsidios, aumentando impuestos o con más endeudamiento.
La proyección del déficit normalmente se hace cada trimestre o cada año y cuando es evidente que este primero crece de manera aritmética y después exponencial, ahí hay un problema serio y es cuando se hace necesario revisar cómo va el endeudamiento externo, las recaudaciones de impuestos para ver cómo equilibrar las cuentas, porque en el Presupuesto General del Estado los gastos permanentes solo se cubren con ingresos permanentes.
Los efectos de un déficit estructural siempre se verán reflejados en el mercado laboral y en los índices de endeudamiento.
Cuando un Gobierno no puede mantener los subsidios y tiene que aumentar impuestos, esa se convierte en la primera sintomatología de que un país está pasando de un déficit coyuntural a uno estructural.
¿La salida? Pues al Gobierno solo le quedaría hacer una reforma jurídica argumentando que por temas de coyuntura de política macroeconómica se permita aumentar por una sola vez el porcentaje de endeudamiento que está en el límite del 45 por ciento sobre el PIB al 60 por ciento. Para cubrir el hueco interno tendría que recurrir al endeudamiento externo.
Las consecuencias para un país que llega a tener un déficit estructural es que el Gobierno se queda sin recursos hasta para cubrir sus propios gastos. Se crea una especie de nudo gordiano, porque por un lado tendría que verse abocado a hacer un ajuste con la reducción de Ministerios y de la burocracia, a aumentar impuestos, y por el otro se aumenta el índice de desempleo no solo en el sector público sino también en la empresa privada.
Los efectos de un déficit estructural siempre se verán reflejados en el mercado laboral y en los índices de endeudamiento.
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