Eran las últimas horas del 25 de julio en México cuando se le informó al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) que Ismael Zambada García, “El Mayo”, y Joaquín Guzmán López, “El Güero”, habían sido capturados. Dos de los máximos exponentes del narco global contemporáneo habían caído. Dos generaciones tras las rejas. El temible capo y cofundador del Cártel de Sinaloa y uno de los herederos de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera estaban, por fin, en poder de las fuerzas de seguridad y en los Estados Unidos. Una operación relámpago.
Sendas capturas conformaron el último eslabón de una serie de detenciones, extradiciones y misiones de riesgo ejecutadas por el gobierno mexicano en los últimos dos años, desde que el 15 de julio de 2022 fuera detenido Rafael Caro Quintero, conocido como “El Narco de Narcos” y antiguo jefe del Cártel de Guadalajara. Sobre él pesaba además un pecado imborrable: había sido el responsable del secuestro, la tortura y asesinato de Enrique “Kiki” Camarena, agente de la DEA, en febrero de 1985.
Seis meses después de la aprehensión de Quintero se precipitaría la caída del primero de los “chapitos”. Ovidio Guzmán López, “El Ratón”, fue apresado el 5 de enero de 2023 en Culiacán, capital de Sinaloa. El 15 de septiembre de ese mismo año fue extraditado a Chicago, en los Estados Unidos, donde permanece bajo custodia.
Estos golpes contra las estructuras narco mexicanas suponen, además, una buena noticia para la presidenta electa Claudia Sheinbaum, quien asumirá la primera magistratura el próximo 1 de octubre. Todo indica que el gobierno central retomó una iniciativa inédita -para la política mexicana de las últimas décadas- al dar muestras de contar con el poder necesario para enfrentar a las organizaciones criminales que en el pasado no se percibía.
Restaurar el poder
Sinaloa es, desde hace muchísimo tiempo, una zona donde tanto el estado nacional como el local habían perdido presencia y dominio, como en otras regiones de la nación. Era tierra de los patrones narco. Las autoridades se asemejaban a fantasmas incorpóreos sin siquiera capacidad para asustarlos. Sin embargo, AMLO parecería haber dado vuelta esa lógica y restaurado lo que para algunos era impensado años atrás: mermar la influencia territorial de los cárteles de la droga y recuperar una centralidad que parecía perdida para siempre.
Esa restauración y reconstrucción de la autoridad se vio reflejada en el trabajo realizado por las instituciones que participaron de las investigaciones, los operativos y las misiones a lo largo de los últimos años de la presidencia de AMLO.
La Secretaría de Marina (SEMAR) y la Secretaría de Defensa Nacional (SEDENA) fueron claves en la captura de los altos popes de las drogas, detenciones de un alto impacto tanto judicial como político, y también internacional. Asimismo, la Guardia Nacional fue partícipe de esos logros. Para mejor, ninguna baja tuvo que lamentarse en las últimas detenciones, lo que marca la precisión quirúrgica y el profesionalismo con el que actuaron sus miembros.
Pero esta realidad también resalta el contraste que se vivió en otros tiempos, cuando este tipo de tareas de alto riesgo terminaban con un manto de sangre tanto de las fuerzas federales y locales como de víctimas civiles inocentes. Analistas internacionales remarcan que sin la decisión política, el compromiso conjunto y la coordinación operativa, la caída de los popes y el desmantelamiento de miles de laboratorios no hubiera sido posible.
En la actualidad, esos brazos de la ley están bajo la comandancia de José Rafael Ojeda Durán (SEMAR) y de Luis Cresencio Sandoval (SEDENA), a quien AMLO suele elogiar repetidamente. Pero a partir del 1 de octubre esos organismos de seguridad cambiarán sus jefaturas. Sheinbaum eligió al general Ricardo Trevilla Trejo para dirigir la Secretaría de Defensa Nacional y al almirante Raymundo Pedro Morales Ángeles al frente de la Secretaría de Marina. Tanto el liderazgo de la futura presidenta como el de sus comandantes serán fundamentales para continuar con la cacería del resto de los prófugos narco.
Laboratorios
Pero el éxito reciente tanto de la SEMAR como de la SEDENA no se detuvo únicamente en el arrinconamiento y las capturas de “Los Chapitos”, de Quintero y de, sobre todo, “El Mayo”. También lograron desarticular cientos de “cocinas” de fentanilo y metanfetaminas, de mayor y menor tamaño.
El 14 de febrero pasado se desmembró el laboratorio de fentanilo más grande del Cártel de Sinaloa, la organización criminal que más trafica este tipo de opioide mortal que atraviesa la frontera con Estados Unidos provocando una crisis de salud sin precedentes. Fue hallado en el municipio de Quiriego, en el sur de Sonora, estado vecino a Sinaloa. Al desmantelarlo se evitó que mil millones de dosis de fentanilo y 35 toneladas de metanfetamina se comercializaran en diferentes mercados del mundo.
Luego sería el turno de un segundo megalab. Sucedió el pasado 24 de julio, un día antes del golpe dado contra “El Mayo” y “El Güero”. En él se encontraron: 4 mil kilogramos de metanfetamina, 2.200 kilogramos de precursores químicos, 28 reactores de diferentes capacidades, 9 condensadores, 19 destiladores.
Los golpes se repitieron a lo largo de todo el año. No sólo en centros de elaboración de drogas, sino también contra altos mandos del cártel. Mayo, junio y julio últimos fueron meses decisivos para que Joaquín Guzmán López, “El Güero”, decidiera rendirse sin resistencia y se entregara -junto a “El Mayo”- finalmente a la justicia norteamericana.
Durante ese período, los jerarcas de la droga de Sinaloa cayeron como piezas de dominó gracias al cerco del gobierno mexicano: Brandon Nazario Jasso Negrete, “El Catrín”, jefe de los narcolaboratorios del grupo criminal en Culiacán, fue uno de los primeros de esa serie. Fue el 9 de mayo. Al tiempo que rodeaban al lugarteniente, las fuerzas desmantelaron ocho unidades de cocción de fentanilo y metanfetaminas en la capital y otras dos ciudades estatales.
Peor suerte corrió Raúl Alberto Carrasco Lechuga, “El Chore”. Fue abatido por la SEDENA el 23 de junio durante un tiroteo. Era el jefe de plaza de “Los Chapitos” en Eldorado y habría formado parte del cuerpo de seguridad de Iván Archivaldo Guzmán Salazar, otro de los hijos de “El Chapo”, que permanece en fuga junto a Jesús Alfredo Guzmán Salazar, el “chapito” restante.
Otro de los detenidos del Cártel de Sinaloa fue Rey David Santiago Vargas, alias “El Oso”. Ocurrió el 27 de junio, días después de la muerte de “El Chore”. Era coordinador de las células de sicarios y traficantes del grupo liderado por los hijos de Guzmán Loera.
Todas estas detenciones fueron demasiado peso para “El Güero”. Encerrado, prefirió entregarse y evitar ser ultimado en un tiroteo en el cual ya corría en desventaja. Igual suerte corrió Zambada, un ícono narco. La estructura más íntima del Cártel había sido diezmada por la SEMAR, la SEDENA, la Guardia Civil y el Ejército de México.
Así, uno de los mayores narcoimperios de México fue azotado por AMLO en el tramo final de su mandato. Fue una estrategia inmensa, ejecutada en silencio y sin mayores estridencias. Sus logros contra los popes del fentanilo consiguieron afianzar y mejorar su vínculo no sólo con Estados Unidos -el principal afectado por la epidemia de estos químicos ilegales- sino con el resto de los países que comenzaron a experimentar este infierno.
Texto original de Infobae
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