El fútbol es de los jugadores. Cada vez tienen más incidencias los técnicos, es cierto. Son determinantes en la conducción de los grupos, en el manejo de los egos en los grandes equipos. Es indiscutible que la estrategia tomó un valor decisivo. Tan real como que con mejores futbolistas estás más cerca de ganar. Ahí se identifica otro valor de la Selección de Scaloni: tiene más juego y más nombres que todos en la Copa América. El funcionamiento agranda o achica el plantel, pero individualmente se puede dar un salto de calidad en un momento determinado. Contra Chile fue un partido duro, cerrado. Gareca achicó los espacios, el arquero Bravo fue figura con la sabiduría de sus 41 años. Pero en el final, el técnico argentino reemplazó a uno de los 9 del Manchester City por el capitán del Inter. Fue Lautaro Martínez quien capturó el rebote para romper el cero, después de una aparición en el área de Lo Celso, otro de los que entraron. Y a la jugada siguiente, el Toro la picó y se perdió el segundo después de una asistencia bárbara de Di María, un crack que arrancó de suplente… Aun con 5 cambios, un invento en la pandemia que lamentablemente FIFA no modificó, no tuvieron minutos Garnacho, delantero del Manchester United; Paredes, volante central titular en el debut; ni Nico Otamendi, el caudillo que metió el gol para ganarle a Brasil en el Maracaná. Las mejores jugadas de Chile fueron dos tiros de media distancia de Rodrigo Echeverría, el muy buen volante de Huracán. Pero ahí no pudo ir a más. Nadie tiene un banco igual.
La Selección, aun sin un brillo demoledor, fue superior a su versión con Canadá e hizo méritos para destrabar antes el partido. La diferencia estuvo en el nivel colectivo y en los nombres propios. Messi, hasta tocado en el aductor, terminó con un latigazo que tocó el palo la mejor jugada colectiva del partido. Esos destellos de calidad, como el córner que buscó olímpico, están por encima del resto. Por eso, también, Scaloni se permite cambios después de ganar: no se casa con el 11 de memoria porque no es su estilo y porque tiene varios puntos con niveles parejos. Donde no hay otro igual es en el arco. Cuando Chile por fin se asomó, Dibu Martínez le arruinó la posible noche de gloria a Echeverría. Es un arquero de Selección grande. Ataja en el Aston Villa pero podría hacerlo en el Real Madrid. Tiene una mentalidad arrolladora: vive los 90 minutos esperando una o dos atajadas. Estira el mejor momento de su carrera. A Chile, en cambio, ya le pasó la mejor generación de su historia, que fue campeón con Sampaoli en la Copa América 2015 y Pizzi en la 2016. Paulo Díaz en su mejor versión es el central más confiable del fútbol argentino. Pero su estrella es Alexis Sánchez, sobreviviente de aquella camada, con 35 años. En el 0-0 con Perú hizo un excelente movimiento en el área y definió mal. Ahora, con Argentina, los centrales no se le dejaron tocar, además de ser poco abastecido. Cuti Romero y Lisandro Martínez fueron enormes en el uno contra uno, en los anticipos, en la marca en ataque: son dos carniceros vestidos de smoking.
Los niveles de los futbolistas y los equipos donde compiten es otro upgrade de la Selección. Primero se gestionó la renovación sin dolor. Después de la Copa del Mundo del 2018, con clima de golpe de estado de los jugadores a un entrenador que se había traicionado hasta él mismo, hubo renuncias y la sensación de que no había mañana. Pese a la primera percepción apocalíptica, equivocada al final de cuentas, al otro día salió el sol. Fue como diría Scaloni y con el aporte de Scaloni. Aun cuando las caras de la nueva era finalmente no fueran los esperados Dybala y Mauro Icardi. En esos tiempos, en paralelo, también se señaló como un lunar que los argentinos no eran parte de los grandes equipos del mundo. Ahora, antes y después de ganar el Mundial, brillan en lugares top. La Selección en algunos casos colaboró para ese salto. Cuti Romero pasó de un Atalanta sensación al Tottenham, y ahora lo mira el Real. Julián picó de River al Manchester City, donde se quedó para ser súper valorado por Guardiola. Enzo Fernández fue transferido de Benfica a Chelsea como el jugador más caro. Mac Allister, inteligente para jugar de volante interno o como 5 de salida como en New Jersey, saltó del Brighton al Liverpool. O los consolidados como Lautaro Martínez, el 10 capitán del Inter. O De Paul, de muy buen partido con Chile cuando hubo que despertar, que hace rato también se siente dueño en el Atlético de Madrid. Messi y Di María ya no cuentan: son más grandes que cualquier equipo donde puedan ir. Barcelona se cayó del mapa cuando empujó a Leo…
Esos pergaminos después hay que llevarlos a la cancha, por supuesto. No le van a dar la Copa por ser el campeón del mundo vigente ni por tener más jugadores que Uruguay ni que Brasil, de debut decepcionante contra Costa Rica. De hecho, se repite para que no suene a elogio desmedido, la Selección recién ganó en la cornisa del minuto 90. La mirada es conceptual, un aspecto que puede resultar determinante si sigue una línea de evolución en el juego ahora ya clasificada y con los grandes competidores por el otro lado de la llave. Ya quedó en evidencia que Argentina no se quedó tomando sol en los laureles. Después de un momento de incertidumbre en el final del 2023, cuando Scaloni confesó que quería ver si seguía con energías y con rumores de alguna situación de relajación que había molestado, el equipo otra vez dejó ver el brillo asesino en sus ojos, como escribía el Negro Fontanarrosa. Las ganas de volver a ganar. Messi eligió pasar de nuevo su cumpleaños concentrado con el equipo en vez de irse a una playa con la foto con la Copa del Mundo como fondo de celular. Di María, que se iba a retirar después de Qatar, estiró su fecha de vencimiento a esta competencia. Enzo Fernández se operó para estar en condiciones de jugar otra vez en la Selección… Se suele decir que lo más difícil es ganar después de ganar. Pero estos jugadores saben también que es lo más lindo que hay.
Texto original de Infobae
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