En unas reñidas elecciones, dos candidatos se clasifican para la segunda vuelta, ocupando posiciones opuestas en un escenario donde se enfrentan un pasado asistencialista y nuevos tiempos que aspiran a la sustitución por un nuevo orden, en el que se traslade a la iniciativa privada nacional y extranjera el rol de la economía nacional. Esta situación es muy diferente a la de Ecuador, donde se aspira -incluyendo a importantes medios de comunicación- a reemplazar un populismo incipiente y caótico por un conglomerado de pequeñas estaturas que solo podrán encontrar una carta triunfal en los errores tácticos garrafales del adversario. Esto fue lo que sucedió con el derrotado correísmo en la primera vuelta de las recientes elecciones ecuatorianas.
En este contexto, lo que amerita estudios académicos sobre el caso argentino es el fundamento de las candidaturas clasificadas. En el primer caso, el de Milei, es un discurso irreverente para reivindicar la forma del estado liberal que existía antes de la impronta de Juan Domingo Perón. Esto se logra mediante un discurso agresivo y de gran impacto para audiencias cansadas de lo que se dio a llamar la “casta” política dominante.
Por otro lado, hay un hecho que merece un estudio profundo de la sociología política para comprender cómo el peronismo, a pesar de tantos errores y desequilibrios históricos, continúa presente y no deja los puestos destacados en la política argentina. Alguna explicación podría encontrarse si se examina cómo el asistencialismo en los servicios públicos a la comunidad en los principales centros urbanos está arraigado y aceptado por las capas medias y sectores proletarios importantes. Para el propósito de este análisis, es indispensable superar las categorías maniqueas que predominan, sobre todo en Ecuador, en las cuales todo es bueno o malo, dependiendo del punto de vista del observador o votante. Si hubiera lógica en la actividad política, los seis puntos de diferencia a favor de Massa se mantendrían.
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