El excecrable y repudiable asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio Valencia ha impactado fuertemente a nivel nacional e internacional. Este nefasto evento enluta no solo a sus familiares y simpatizantes, sino también a la nación, y es un durísimo golpe a nuestra frágil democracia, desnuda el posicionamiento de la violencia en espacios vitales del desenvolvimiento social, demuestra la precariedad del aparato estatal frente a las demandas de seguridad, bienestar y paz; grita sin reservas que la patria está herida de gravedad. Frente a esta peligrosa realidad, los próximos comicios electorales son una gran oportunidad que exige votar con racionalidad e inteligencia.
Solo en un Estado fuerte puede anidar una verdadera democracia, donde los criminales y los corruptos responden ante la ley y la justicia; donde nadie muere, es perseguido, denigrado, odiado o amenzado por defender ideales y por luchar contra el crimen organizado, la narcopolítica, la corrupción o el abuso de poder. Pero en un Estado famélico e ineficiente solo puede instalarse una democracia enferma, donde la lucha por los ideales y la justicia puede segar muchas vidas. Si el Estado falla, la sociedad y sus hijos fallan también, y el futuro se torna inviable; para que el Estado no falle, los ciudadanos debemos elegir bien.
Considero que quienes vivimos en esta tierra maravillosa siempre hemos votado para construir un mejor futuro compartido, para que el Estado ponga orden brindando la seguridad y certeza necesarias para el funcionamiento de la sociedad; no hemos votado para que este suelo sea territorio de la criminalidad, tampoco para que sucumban las instituciones, ni votamos por la impunidad y el descontrol. Hemos coincidido en el principal propósito al decidir en las urnas: alcanzar un mejor futuro. Sin embargo, con frecuencia se elige a las personas incorrectas para cumplir tan elevada misión. Con la indignación a cuestas, pero con la razón antes que con el corazón, acudamos a las urnas el próximo 20 de agosto, para elegir a las personas correctas, a demócratas, a gente limpia y convencida de que la Política es, sobre todo, una herramienta para unir a la gente y servir a los demás.
El país necesita un Estado fuerte, eficiente y profesional, capaz de contener la violencia y de garantizar paz, seguridad y derechos, pero para esto requiere proyectos y actores políticos conocedores del papel de lo público. Solo así la Política y el Estado lograrán su más alto cometido: el bienestar común. Si bien es casi imposible que un Estado sea perfecto en su funcionamiento, la falla de Estado no puede ser regla. Un convincente estudio del politólogo Jhon Zapata advierte: un Estado es fallido o comienza a fallar cuando las estructuras internas no son viables, el aparato estatal se hace disfuncional y se complejiza para responder a las demandas de la ciudadanía; en esos estados los bienes políticos, sociales, económicos y culturales, se deterioran; cuando otros agentes le disputan el monopolio de la violencia, cuando la inseguridad se posiciona como un común denominador, y las políticas sociales no son eficaces, el régimen político se degenera y deja de representar o servir a las personas, la economía es obsoleta y genera todo tipo de crisis, el desarrollo humano y la seguridad humana no se garantizan o son precarios.
“Quien busca el bien común debe promover la paz”, así reza un acápite del último libro de Nuccio Ordine, titulado Los hombres no son islas, donde consta la explicación de una de las más singulares y vigentes defensas de la Paz, hecha en el siglo XVI por Erasmo de Róterdam, con el Lamento de la Paz (1517). Aquí, la Paz toma la palabra e increpa a la humanidad por tenerla “amenazada y menoscabada en todas partes”, subraya el hecho de que, al rechazarla, los hombres “alejan de sí la fuente de toda felicidad humana y atraen la marea de todas las calamidades”. Hoy más que nunca el país requiere paz, para lo cual se debe pensar y actuar en clave colectiva, en función del bien común. A estos caros propósitos deben responder autoridades, partidos políticos, candidatos y ciudadanos.
Esta triste época sirve para rememorar una frase cruda pero certera de Thomas Jefferson: “El árbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos: es su fertilizante natural.” Los ideales de libertad y de justicia superan con creces la barrera del tiempo, por lo general superan la finitud de quienes lucharon por ellos. Por esto, el cruel crimen político que segó la vida de Fernando Villavicencio, no puede ser en vano, ni pasar desapercibido. Estamos todos convocados para dejar de lado la indiferencia y ganarle la partida a la violencia, el odio y el oportunismo, una manera de lograrlo es acudiendo a las urnas a sufragar por la vida y la democracia, y para salvar al Ecuador de las garras inmundas que lo destruyen y estancan.
Texto original publicado en El Telégrafo
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