La Inteligencia artificial (IA) es uno de los principales motores de la innovación tecnológica. En términos generales las naciones están desarrollando avances tecnológicos para modelar el futuro y mejorar la calidad de vida de la humanidad y aunque no se ve, la IA ya está presente, en todo el entorno.
De hecho, desde hace algún un tiempo hasta la actualidad, la disciplina técnico-científica viene planteando una gran revolución mundial. La inteligencia artificial es el nombre que se le asigna a una serie de tecnologías con características o capacidades que antes eran exclusivas del intelecto humano. El término se aplica cuando una máquina imita las funciones cognitivas que los humanos asocian con otras mentes humanas, como aprender o resolver problemas, etc.
Hablando de su origen, la IA se alimenta de datos, actuales e históricos, y con este insumo, y la supervisión o no de un experto, se construyen modelos (algoritmos), que permiten a determinadas tecnologías, establecer un comportamiento basado en la estadística; la calidad de los datos es de gran importancia, para permitir que los resultados de predicción, clasificación, agrupamiento, u otro, sean lo más cercanos a las necesidades del usuario.
La Inteligencia artificial aprende de nuestros hábitos y se alimenta con datos que podrían ser utilizados para el bien o para el mal. En cada paso digital, el ser humano deja su huella, ya sea en redes sociales o en los celulares y con estos datos, los gigantes de la información como Google, tienen conocimiento de nuestros comportamientos, salud, trabajo, habilidades, hobbies, etc. . Información que de forma consciente o inconsciente se comparten. Desde estos datos podemos ver que en la cotidianidad, luego de una intención de compra, casi de inmediato, en los anuncios de las páginas visitadas se presentan alternativas para concretar la compra.
Entonces ¿Qué papel juega la transparencia en el uso de la Inteligencia Artificial?
Por lo general cuando se habla de IA y de la necesidad de que sea confiable, el debate se centra en los algoritmos y los datos y, más concretamente, en su poder para influir en la toma decisiones sobre aspectos que pueden afectarlos los derechos fundamentales en temas financieros, de salud, jurídicos, educativos, entre otros. Y también en nuestra voluntad, limitando nuestra capacidad de escoger libremente (al ser informados, al votar, al comprar, etc.), sin que seamos conscientes de ello.
Lo que más preocupa ahora es el uso que de la información que hace la IA, su proveniencia, cómo se etiquetan, etc., así como el funcionamiento del algoritmo: lo que hace y cómo lo hace. Pero el debate sobre la transparencia y la IA debería centrarse en muchos más aspectos.
La ética y las reglas en torno a la Inteligencia Artificial son muy importantes. De hecho, la Unión Europea (UE) se ha planteado en uno de sus programas, uno correspondiente a Derechos Digitales, que marca el terreno para establecer en los próximos años, un marco ético y normativo que refuerce la protección de los derechos individuales y colectivos a efectos de garantizar su inclusión; España puntualmente está además promoviendo en la UE el Reglamento de IA equilibrado, garantista con los derechos e impulsor de innovación para PYMES y startups
Estos pasos muestran que la IA necesita ya nuestra atención, normarse para garantizar el respeto de los derechos fundamentales y para establecer principio de convivencia. Esta es la base y referente para que toda la comunidad mundial promueva el uso adecuado de esta nueva realidad universal. Al estar viviendo ya en una sociedad digitalizada, hay que ser muy cauto en la propuesta de leyes y normativas referentes a derechos y acceso a nuestra intimidad; en esto existe un fino hilo del cual las personas pueden ver afectada sus libertades fundamentales, entre ellas la libertad de expresión y elección.
Y en realidad ¿la afecta?
El uso que hacemos de la inteligencia artificial impacta en la libertad de expresión, y su relación es directa al contexto social y del grado de madurez digital de cada sociedad. Por ejemplo, en sociedades muy desarrolladas donde toda la información ya está digitalizada el impacto es mayor porque existe alta dependencia de aplicaciones informáticas, información y conectividad continua para cumplir con actividades propias de nuestra cotidianidad. Los algoritmos de IA son transparentes al usuario, sin embargo, son parte del núcleo de software de casi toda la tecnología que consumimos. Hemos confiado a estos algoritmos la decisión parcial o completa, en actividades que van desde el ocio, la comunicación que recibimos, alimentación, educación y hasta nuestra salud.
Si hablamos de libertades fundamentales, en una sociedad donde cada actividad tiene un alto grado de dependencia digital, en actividades tan elementales como caminar, saben tus hábitos de movilidad; si utilizas sistemas biométricos, saben cuál es el estado salud y con ello tus posibles necesidades de atención. Lo anterior puede hacernos mucho bien, y permitirnos una mejor calidad de vida, empero, si esta información no se administra con ética y respetando la privacidad y derechos del usuario, puede ser de alta peligrosidad.
En comunicación, las redes sociales tienen algoritmos inteligentes, de lo contrario la sociedad se saturaría de información, que se filtra de acuerdo al consumo. En este proceso se podría limitar el alcance de lo que se publica en redes sociales, o el filtro de información que se visibiliza para nuestra cuenta de usuario, y allí sí se está violando la libertad de expresión.
Varias aplicaciones aplican algoritmos discriminatorios de clasificación, por ejemplo Netflix, muestra opciones de series y películas de acuerdo a las características etnográficas del usuario: edad, ámbito cultural, consumo previo, país de residencia, entre otros, y esto es sano. Otro ejemplo son los sistemas de educación que funcionan con IA estos algoritmos ayudan a sugerir recursos basados en los estilos de aprendizaje de las personas.
La tecnología sin duda llega y hace cambios sociales, series como Black Mirror muestra, claramente, cómo cambia el actuar de un grupo social según una aceptación digital. A los jóvenes adultos les afecta menos que al adolescente, quien puede generar problemas psicológicos, que necesitan acompañamiento para cuidar de ellos en el entorno digital.
Todo esto demuestra la madurez de la tecnología y la personalización del aprendizaje, basado en el estilo de inteligencia.
Sin embargo, es importante insistir en que, si no se aplica bien podría convertirse en un ente discriminatorio.
Por esta razón se han creado normativas que lo limitan y que lo regulan para que los gestores de contenido no discriminen la información, pero no todos los países lo tienen. Por ello, los países deben establecer una normativa global en donde estos derechos y libertades fundamentales no se pierdan y prevalezcan más allá del contexto en el que se vive.
La iniciativa de Derechos fundamentales de la Unión Europea (UE) reconoce y trabaja en nuevos derechos que nacen detrás del cambio social que produce la IA, que ha venido para quedarse y que, sin duda hace, la vida más fácil, pero es necesaria una reglamentación clara hacia dónde se evoluciona.
Países que implementan Inteligencia artificial
En España se implementa un programa que se llama España digital 2025 y detrás de este existe una línea puntal que nace en el marco de la cooperación del programa Horizonte Europa, de toda la comunidad europea. Esta tiene una estrategia nacional de inteligencia artificial, una secretaría con miras a la actualidad.
Francia, Alemania, Italia, Países bajos, por mencionar algunos, al igual que España y en el marco de la Unión Europea están trabajando desde Secretarías de Estado relacionadas directamente a Inteligencia Artificial en la construcción de normativas, así como proyectos que permitan el desarrollo ordenado y eficiente de esta área del conocimiento, en bien de su desarrollo social, económico, político, industrial, educativo, militar, de apoyo a la gestión. Esto lo hacen, sabiendo que solamente el 1% de ciudadanos europeos tienen desarrollada una competencia digital y consideran urgente mejorar en este índice.
China ha anunciado que para 2030 quiere ser el país líder en IA, tanto en teoría como en tecnología y aplicaciones. No es de extrañar que sea uno de los países que más talento en IA están reclutando a nivel internacional, especialmente con experiencia.
Canadá, por su parte, también está demandando profesionales con este perfil, aunque desde una perspectiva teórica, en áreas como la ética o las implicaciones legales de la IA. Los salarios en trabajos de IA son 2,6 veces mayores que la media del país.
India es otro de los países que están apostando por esta tecnología como elemento clave de su desarrollo. Con una población tan numerosa y un territorio tan extenso, las aplicaciones de la IA van desde la agricultura a la sanidad. India está adoptando una estrategia digital dentro de la cual se engloban la IA desde el Machine Learning.
En el caso del Ecuador, es insípido el desarrollo de la Inteligencia Artificial. Se ven soluciones en los servicios bancarios donde se utilizan para mejorar la eficiencia en oferta de créditos y la atención al cliente.
En el país se tiene que trabajar mucho más, hacen falta políticas públicas parecidas a la de España, Francia, Alemania, China o Países Bajos. Hace falta una secretaria encargada del ámbito de las competencias digitales y de la Inteligencia Artificial, que vele por la seguridad para acompañar proyectos empoderar a empresas tomando en cuenta las normativas y hacer el bien con los datos recolectados.
Las universidades trabajan en productos, en la UTPL por ejemplo se aplica la Inteligencia Artificial, en la parte de salud se han diseñado algoritmos para detectar enfermedades como el cáncer y todo esto se convierte en productos.
Finalmente, la IA no está en el futuro, se vive y se aplica ahora, en cada momento. El mundo tiene la capacidad de hacer uso de este bien intangible, que permitiría mejorar o proponer economías verdes, empleo y mayor calidad de vida de las personas.
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