“Concluye mi tarea como primer secretario del Comité Central del PCC (Partido Comunista de Cuba) con la satisfacción de haber cumplido y la confianza en el futuro de la patria -dijo el expresidente Raúl Castro en un discurso durante el VIII Congreso del PCC-, con la meditada convicción de no aceptar propuestas para mantenerme en los órganos superiores de la organización partidistas, en cuyas filas continuaré militando”.
El PCC es un partido político cubano, fundado en 1925 por Julio Antonio Mella que se encuentra en el poder desde la llegada de la Revolución cubana y es considerado el continuador de las tradiciones revolucionarias de los cubanos, contra el supuesto colonialismo español y contra el neocolonialismo imperialista de los Estados Unidos.
El Partido se ha autoproclamado heredero del Partido Revolucionario Cubano, una organización fundada por José Martí en 1892 para luchar por la independencia de Cuba ante España. Y este 2021, en año de pandemia, por primera vez en seis décadas, supuestamente no estará liderado por un Castro.
Raúl Castro, que en junio cumple 90 años, lidera el PCC desde que en 2011 sucediera a su hermano Fidel, ya fallecido. Pero pese a abandonar la jefatura del Partido se va asegurando que el límite de la reforma en la isla es que el Estado debe seguir manejando los medios de producción, sin propiedad privada.
Eso en palabras llanas solo significa que, pese a sus noventa años, quiere seguir en el poder detrás del poder. Un virus que recorrió América Latina desde la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, después de un intento de golpe de Estado y con cantos de sirena que hablaban de respeto a la democracia.
El discurso de respeto a la democracia, sin embargo, es solo un discurso. El expresidente Rafael Correa, asilado en Bélgica, pretende hacer creer tras su derrota en las últimas elecciones que venció. Después de denigrar tanto al Presidente electo, Guillermo Lasso, lo llama un hombre coherente. Lo será, sin duda, hasta que tenga la oportunidad de crear un caos en el país como en octubre de 2019, cuando intentó volver al poder.
Jaime Vargas, el presidente de la Conaie, pasó de héroe a villano tras las elecciones y fue acusado por el expresidente de la derrota en Quito. Al igual que acusó a Virgilio Hernández cuando no pudo apuntalar la reelección de Augusto Barrera en la Alcaldía de la capital.
Los dirigentes de esa corriente, los mesiánicos, que dicen representar al pueblo y solo se representan a sí mismos, son parte de una élite que se van del poder con la aspiración de mantenerse en el poder tras bambalinas y de no ser el caso intentar recuperar el poder para nunca más irse, con la instauración de una dictadura perpetua disfrazada de democracia, como la de Putin en Rusia.
De victimarios quieren pasar a víctimas. Raúl Castro se va de la dirección del Partido Comunista con la orden de que todo se mantenga tal cual está. Es la misma orden que intentó dar el expresidente Correa a su sucesor Lenín Moreno; la que dio Lula a Dilma Rousseff. La que da Cristina Fernández de Kirchner a Alberto Fernández. La que da Evo Morales a Luis Arce, porque creen tener el poder de la representatividad.
Los Castro, Correa, Lula, Kirchner, Maduro, Morales, Ortega están lejos de representar un proyecto político democrático, porque se creen las élites llamadas a cambiar las biografías de las personas para mantenerse en el poder ad infinitum, solo con el afán de defender a sus amigos, como a Jorge Glas.
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