La nueva normalidad implica automáticamente un cambio mental y de actitud de todos los ciudadanos, significa que debemos acostumbrarnos (al menos hasta que no haya una vacuna, tratamiento debidamente comprobado científicamente, o la tan famosa inmunidad colectiva o de rebaño) al distanciamiento social, utilización de mascarillas y teletrabajo en cualquier sitio fuera de nuestros hogares. Sin embargo, la nueva normalidad involucra un amplio espectro de cambios en la mentalidad en cinco aspectos elementales como son (1) socialización, (2) responsabilidad en el consumo, (3) nuevas formas de trabajo, (4) sanitario (5) movilidad,
En el caso de la socialización va desde la nueva normalidad en homeschooling (teleeducación), homeoffice (teletrabajo), hasta la compra de casas o alquiler de viviendas pensadas en función de las oportunidades y explotación económica, entretenimiento en el hogar y hasta la distribución y rediseño de las distintas habitaciones o salas en la casa. En el consumo en el que desde un enfoque familiar se debe hacer mayor conciencia comunitaria respecto a cuánto consumir, qué beneficio aporta tal o cual bien o servicio a comprar, la decisión social de prevalecer en el consumo de productos nacionales que favorezcan la industria local, siempre que no sean significativamente más caros que los importados, o el gasto en los emprendimientos de familia o amigos para que en reciprocidad nos consuman cuando pongamos un negocio propio, lo cual se vincula a las nuevas formas de trabajo remoto o con asistencia remota, también se vincula aquí, la mayor racionalidad en el endeudamiento en función de la realidad de ingresos netos familiares.
En el tema sanitario y de salud, la alimentación, que de preferencia se ha cambiado a preparar los alimentos en casa, la actividad física con miras a reducir la necesidad de ir al médico o gastar en medicinas, o evitar el riesgo de contagio si se tuviera que ir a un hospital; así como también el cambio de mentalidad hacia una higiene individual y social en todos los sentidos, como por ejemplo el uso intenso de gel desinfectante, jabón, alcohol antiséptico, cloro, entre otros insumos de limpieza y medidas prosalud. La nueva normalidad se asocia a la utilización de mascarillas en espacios públicos y desinfección en la entrada a espacios cerrados, bajo pena de multa en caso de no respetar el derecho de los demás.
Respecto a la movilidad hay mucho que decir, especialmente, por el alto riesgo que personas que sin tomar las debidas precauciones, para sí mismas o las demás, se puedan convertir en vectores de contagio, bajo el argumento equivocado de que “no pasa nada” o que “ya tengo inmunidad”, la mascarilla “no me deja respirar”, “me da calor” o cualquier otro. En la movilidad hay que considerar un resiliencia a las largas colas, a llenarse de paciencia en espera de turnos, a mantener el distanciamiento social mínimo que en conjunto con el lavado de manos constituyen, hasta el momento, en la mejor medida contra el contagio del Covid-19.
Constituye de manera imperativa que se organice a nivel nacional el sistema de transporte de pasajeros de todas las modalidades (terrestre, colgante, marítimo, fluvial y aéreo) se diseñen protocolos estrictamente obligatorios para reducir el contacto de persona a persona (contactless). En este sentido la implementación de medios digitales da facturación y pagos se constituyen elementos fundamentales entre las estrategias en contra del virus, independiente de las que van en orden a la desinfección de las unidades de transportación y las de distanciamiento físico.
Los medios de transporte terrestre urbano, intercantonal y/o interprovincial requieren también un análisis económico social en función de su importancia en el desarrollo de las actividades productivas de los países. Las condiciones de logística, rutas, frecuencias han cambiado por lo que a diferencia del típico “efecto Mohring”, por el economista Herbert Mohring (1972), quien señala que a más demanda de usuarios del transporte, mayor frecuencia, mayor rentabilidad, ha sido la justificación para que en virtud de la falta de demanda, en horarios en que no son horas picos, se apliquen subsidios a los combustibles por parte del Estado. Pero en la actualidad, la demanda existe, pero dada las medidas de distanciamiento y de reducción del aforo de las unidades, los empresarios de la transportación en muchos casos no podrían recuperar los costos; no es lo mismo el ingreso con capacidad llena de las unidades que con la mitad o lo máximo permitido por el semáforo de acuerdo al COE nacional y local.
La nueva normalidad en el sector de la transportación debe proceder siempre y cuando se mantengan el distanciamiento social, el uso de mascarillas, sanitización de vehículos, uso de medios digitales para la facturación y el pago. En este último aspecto, se consideran tremendamente valiosas las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) que deben mantener registros de sus pasajeros de al menos las últimas cuatro semanas (en microbuses intercantonales e interprovinciales), utilizar tarjetas electrónicas para evitar el contacto entre el conductor o asistente con los pasajeros que sean proclives a aumentar la tasa de contagio; los horarios laborales escalonados para evitar las horas picos en las estaciones, instalación de mamparas para el conductor y en las filas de las unidades para impedir la contaminación directa en espacios pequeños y tratar en algo de maximizar los ingresos de la transportación.
Lo anterior significa también que cada ciudadano al interior familiar debe analizar cuál es la mejor manera de movilizarse, utilizar la transportación pública, con el riesgo de exposición al virus con bajo costo; o, utilizar vehículos propios elevando el costo, pero reduciendo medianamente el riesgo por contacto; o en su defecto utilizar vehículos familiares en rutas conocidas para reducir los costos entre los usuarios de un mismo grupo familiar o de amigos. No sin dejar de lado medios alternos como la utilización de la bicicleta como se está observando en países europeos principalmente.
Los cambios originados y potencializados por la pandemia, como respuesta lógica, racional y humana por sobrevivir han llevado al auge de la era digital, el comercio electrónico (e-commerce), la digitalización, la generación de datos de prácticamente todos los que utilizan internet (big data). En el caso específico, de la convivencia con el Covid-19, la inclusión financiera, marketing digital han permitido que muchos sectores se mantengan a flote desarrollando una serie de canales electrónicos de colocación de sus productos y servicios, pasando de los típicos puntos de ventas a páginas web, tiendas virtuales y migrando del concepto de la venta directa a “multicanales”, y mejor aún, a “omnicanales” donde los compradores dejan atrás el pasado, en que físicamente se movilizaba a las tiendas, mercados y centros comerciales, hacia el nuevo concepto de que virtualmente las tiendas, mercados y centros comerciales van al hogar; y todas las plataformas de dichos vendedores sean celulares, tablets, laptops, computadores personales, redes sociales, call centers se encuentran plenamente integrados y tienen la misma respuesta y opciones independientemente del canal utilizado.
Se han implementado en Ecuador varias tiendas con sistemas de entrega a domicilio (deliveries), compra en línea y retira listo para llevar (click & collect), estrategias de ventas por medio de redes sociales (social selling) para productos alimenticios, de salud, de ferretería, vestimenta, etcétera. Lo interesante es que, no solo se utilizan las conocidas transferencias electrónicas, tarjetas de crédito y tarjetas de débito, sino también a través de aplicaciones y billeteras electrónicas que en gran magnitud poco a poco ganan confianza en la población en general. Sin embargo, siempre es importante que las autoridades monetarias y financieras hagan seguimiento al marco regulatorio y legal con la finalidad de que se eviten al máximo los fraudes electrónicos, que mantengan elevada la confianza para dinamizar la economía de todos los sectores, y evitar que las empresas y personas le den importancia a temas como la “Paradoja de las TI” que lleva a la falacia de que el uso intensivo de la tecnología no agrega valor económico suficiente, y por lo tanto, para qué invertir si no se justifica tal inversión.
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