Aún tenemos presente las impactantes imágenes de la detención de George Floyd, un afroamericano, por policías de Minneapolis; vimos como la violencia aplicada tuvo un desenlace fatal, pese a su imploración: “No puedo respirar, por favor, por favor”; nada conmovió a los agentes, menos al policía blanco que con la rodilla presionaba el cuello de Floyd contra el suelo.
Este triste caso detonó una ola de furia en importantes ciudades de los Estados Unidos, gente cansada del abuso demanda justicia. Cunde el descontento por el mundo, pero no solo por el racismo. Medios de prensa internacionales dicen que las protestas recientes en Chile “parecen Disney” frente a lo que acontece en Atlanta, Brooklyn, Chicago, New York, Washington, Dallas, Los Ángeles.
Ante la violencia institucionalizada y sistémica es de esperar que surjan movilizaciones, protestas y destrucción como respuestas de gente que se siente no solo amenazada sino también traicionada por el poder público y sus fuerzas de seguridad. Las angustias y estrategias de reclamo tienen denominadores comunes a nivel global. En 2019 detonaron protestas en Oriente Medio, Europa, América Latina y Asia, por hartazgo frente al sistema incapaz de hacer realidad las expectativas crecientes de la gente.
Proliferan también expresiones de denuncia social diversas; allí están el Joker, la banda de La casa de papel entonando Bella ciao, Lastesis con su performance Un violador en tu camino.
Lo cierto es que el sistema golpea a diestro y siniestro sin dejar ver las raíces de los problemas: pésimos políticos, economía sin alma social, pobreza, racismo, impunidad, corrupción. Se suma un ingrediente, covid-19, que dejará una fractura social y económica descomunal.
Si no reaccionamos y cambiamos el rumbo rápidamente, llegarán manifestaciones más violentas que nos empujarán al filo del caos. Nos ahogamos, necesitamos respirar otros aires que solo una sólida democracia puede darnos. (O)
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