Estados Unidos acude a las elecciones legislativas de este martes convertidas en una suerte de presidenciales en las que Donald Trump vuelve a ser el candidato omnipresente. Si los republicanos pierden el control del Senado o la Cámara de Representantes, su agenda política quedará lastrada lo que queda de mandato. Al otro lado, una carrera de candidatos demócratas de perfiles dispares, marcada por una inédita ola de mujeres, busca el contragolpe al trumpismo.
Los estadounidenses están llamados a las urnas para escoger a un tercio de los miembros del Senado, renovar toda la Cámara de Representantes y elegir a 36 de los 50 gobernadores de los Estados. Pero toda la campaña ha girado en torno a Trump.
La expectativa de participación masiva a cuenta del voto anticipado registrado (34,5 millones, un 50% más que en 2014, según la CBS) se lee como un indicio de movilización demócrata y la historia está de su lado: las legislativas suelen suponer un castigo al partido en el poder. Las últimas, de 2014, azotaron a Barack Obama. Los republicanos recuperaron el Senado y ampliaron su mayoría en la Cámara baja. Esta vez, las encuestas dan como favoritos a los demócratas para hacerse con esta última, pero lo tienen difícil en el Senado.
El miércoles habrá tres posibles escenarios, según El País. Uno, que los republicanos logren mantener el control de todo el Congreso, lo cual sería la debacle demócrata. Otro, la más probable según los sondeos, que los demócratas recuperen la Cámara de Representantes pero no consigan el Senado. Eso traería problemas para Trump: los congresistas podrían iniciar investigaciones sobre sus negocios o impulsar un proceso de destitución (impeachment) del presidente en función de los resultados de la investigación de la trama rusa (la injerencia del Kremlin en las elecciones de 2016 y la posible connivencia del entorno del presidente). Pero carecería de los dos tercios del Senado necesarios para confirmar ese cese. El tercer escenario, la victoria demócrata en todo el Congreso, supondría un terremoto político y para los republicanos una revelación: asociarse a la marca Trump ya no vale la pena.
El resultado es crucial dentro y fuera del país. En poco más de año y medio en la Casa Blanca, Trump impuso un orden disruptivo. A escala internacional, rompió con todos los grandes pilares de la política exterior de Barack Obama y se divorció de sus viejos aliados.
En la economía, aprobó la rebaja de impuestos más aguda desde Reagan y puso en marcha una guerra comercial con la segunda potencial mundial, China. A nivel social, rompió todos los códigos no escritos de la política, normalizó el insulto público, equiparó a neonazis con activistas contra el racismo y trató de recortar derechos al colectivo LGTB. Un cambio de mayoría en las cámaras legislativas supondrá un contrapeso al poder presidencial y maniatará parte de su agenda.
A Trump y los republicanos les sonríe la economía, en medio del que puede ser el ciclo expansionista más largo desde que se tienen registros. Trump puso el fuerte de su campaña en el discurso contra la inmigración y escogió como ogro la caravana a de miles de inmigrantes centroamericanos que trata de cruzar México para llegar a Estados Unidos. “Si quieren más caravanas y más crímenes, porque lo uno va con lo otro, voten a los demócratas; si quieren fronteras fuertes y comunidades fuertes, voten a los republicanos”, dijo el domingo en Chattanooga.
Los demócratas intentaron que esta ofensiva no determine el tono de la campaña, pero Trump marcó la agenda informativa en los medios y relegado a un segundo plano otros debates, como los problemas del sistema sanitario estadounidense y todo lo derivado de las desigualdades, en los que sí puede salir vencedora la campaña demócrata.
El 6-N sirve como campo de pruebas de la estrategia a seguir para derrotar a Trump en 2020, si los candidatos más inclinados a la izquierda obtienen mejores resultados que los centristas, al margen de las particularidades de cada territorio.
Estas elecciones son, asimismo, un examen al movimiento feminista, que verá si puede traducir su notoriedad en poder político, con un récord de 237 candidatas a la Cámara de Representantes, 23 al Senado y 16 a gobernadoras de Estados. Los comicios reflejan los nuevos tiempos del país, ya que tampoco a nivel de diversidad –de género, orientación sexual, raza y religión- tienen precedentes.
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