En una muestra de arrogancia el gremio de los taxistas de Quito intentó paralizar la ciudad. Lo hizo primero el jueves y tras una felicitación recibida desde Bélgica, llamó a un paro indefinido. ¿Por qué? Una posible reforma a una ordenanza para aumentar el número de cupos de unidades en la ciudad. La posibilidad que ni siquiera se trataba. Solo la posibilidad fue suficiente para amenazar con ahorcar a la ciudad que en 2015 aprobó un incremento en sus tarifas sin que hasta ahora el servicio haya mejorado sustancialmente por decisión propia.
Ahora en la ciudad ya es común, al menos hasta determinadas horas de la noche, que un taxista amarillo encienda el taxímetro sin que el usuario tenga necesidad de entrar en un proceso de negociación por la tarifa. Ya no se escucha el manido: CINCO DOLARITOS, por una carrera mínima. O el típico PARA ALLÁ NO VOY. O el más típico, NO, ESA NO ES MI RUTA PORQUE YA VOY A ENTREGAR EL TAXI. Pero eso ahora es una realidad no por el deseo del gremio de mejorar el servicio, sino porque de la noche a la mañana les salió una competencia inesperada: Uber y Cabify, dos aplicaciones que nacieron simplemente porque sus creadores vieron una oportunidad en un nicho de mercado caracterizado por el mal servicio debido al monopolio de un sector de la transportación, poco acostumbrado a respetar las reglas.
El sector de la transportación fue uno de los más privilegiados en la última década, con acuerdos de última hora tras las amenazas de paralizaciones. Con subsidios, cargos públicos para sus dirigentes, facilidades para crear movimientos políticos. Fueron diez años en los un gremio se acostumbró a recibir todo a cambio de llenar coliseos y fingir una falsa armonía, mientras el resto de la sociedad era amordazada.
Ya no son suficientes las amenazas. El mismo régimen que tanto negoció con ellos puso reglas que nunca hizo cumplir, porque le servían para negociar, para fingir una paz social que nunca existió. No puede haber paz social en una sociedad amordazada con leyes y decretos hechos a su medida. El taxismo le debe mucho a la sociedad. Y un gran paso sería no querer jactarse de poder paralizar a una ciudad que ni siquiera sabe por qué es su protesta: ¿cupos, o eliminación de su competencia, o proselitismo a favor del caos?
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