La noticia sigue siendo la salida masiva de los venezolanos de Venezuela y el silencio de quienes de una u otra forma, tácitamente o directamente, prefieren mirar a otro lado porque creen que detrás de esa tragedia humanitaria hay un debate ideológico. Pues ya para ellos todo es una confabulación de la derecha, que es el antiprogresismo. Lo contrario al progresismo, que no puede difundirse porque no tiene recursos económicos.
¿De dónde llega el financiamiento para tanto lawfare o para dilatar temas judiciales como el caso Balda o el mismo caso Odebrecht que se quedó en una sentencia de seis años de prisión para un exvicepresidente, como si los videos de un tío de ese exvicepresidente recibiendo maletas de dinero en la suite de un hotel fuera nada? ¿Dónde está ese dinero? ¿Dónde está la denuncia que el exvicepresidente dijo que iba a presentar contra su tío por haber ido a pedir dinero a su nombre, sin su conocimiento? Y lo peor, ¿qué ingenuos empresarios capaces de montar Departamentos de Sobornos en una empresa como Odebrecht entregaron el dinero solo porque alguien fue a decir que hablaba a nombre de su tío?
Ahora hay un intento de reducir todo a una discusión política, cuando lo que hay es un caso judicial de grandes proporciones que intenta reducirse a nada. No hay un debate de derecha contra izquierda. No es el mundo contra Lula o Cristina Kirchner o Correa o Glas, es un caso judicial que necesita aclararse.
Un dirigente de un equipo de fútbol no puede simplemente a salir a decir que hubo un intento de sobornos para perder un partido y todo quedarse en nada. No está bien acostumbrarse a lo anormal. Eso sí es antiprogresismo, es decir, caminar para atrás sin afán de mirar la historia para aprender sino con el único afán de recuperar el poder que se creyó eterno. La añoranza del tiro en la nuca de Stalin.
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