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El fin del PP en España o las consecuencias de un entramado de corrupción 

Carlos Estarellas Velazquez
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil
viernes, junio 8, 2018
La coalición que destituyó a Rajoy es heterogénea, lo que anticipa un mandato complicado para el PSOE. Allí se juntaron la izquierda radical del partido Podemos (equivalente al ‘socialismo del siglo XXI’), los independentistas catalanes y los nacionalistas vascos.
Tiempo de lectura: 3 minutos

En un hecho inédito en la historia reciente de España, hace apenas una semana se produjo la salida del presidente del gobierno, el conservador Mariano Rajoy, no por terminación del mandato sino por una moción de censura aprobada por el Congreso de los Diputados.

Es la primera vez desde el retorno de la democracia (hace poco más de cuatro décadas) tras la dilatada dictadura franquista, que se produce la sucesión del gobierno de esta forma. Solo un día después de la destitución de Rajoy tomó posesión del cargo el jefe del Partido Socialista (PSOE), Pedro Sánchez.

Estas son las consecuencias de un entramado de corrupción ejecutado por el saliente Partido Popular (PP), que llevó a la Justicia española a condenar 29 personas con un total de 351 años de cárcel y al partido a pagar una multa de varias decenas de miles de euros.

Según medios españoles, la corrupción del PP empezó a incubarse varios años atrás, cuando ejercía la jefatura de gobierno el político José María Aznar (1996-2004); la trama incluía sobornos a funcionarios y dirigentes del partido a cambio de adjudicaciones de obras públicas en varios municipios. Finalmente, el caso fue a juicio en 2016 y el desenlace es conocido por todos.

La sentencia judicial precipitó los acontecimientos en un país golpeado por la corrupción y la inconformidad de millones de ciudadanos con la actuación de Rajoy durante la crisis por la pretendida independencia de Cataluña. Así fue como, con solo 84 escaños propios, el PSOE logró el apoyo de una mayoría de 180 diputados (de un total de 350) que votó a favor de la moción de censura.

No hubo drama. El cambio se hizo según lo previsto en las normas de la Constitución española. Rajoy estuvo presente en la sesión y quiso ser el primero en extenderle la mano al sucesor y desearle suerte: “yo quiero ser el primero en felicitarlo”, dijo a su contrincante. Sin duda, un gesto noble y valioso. Todo un ejemplo para muchos países, especialmente los latinoamericanos.

Cuando las cosas se hacen con apego a las leyes que rigen un Estado, los demás gobiernos no tienen problema alguno en reconocerlo. Por eso, inmediatamente se produjo la aceptación de la comunidad internacional.

Mientras en España se ‘cocinaba’ el acuerdo político que dio la estocada final al gobierno de Rajoy, en Quito daba entrevistas el socialista José Luis Rodríguez Zapatero y en Guayaquil ofrecía una conferencia el derechista José María Aznar. ¡Vaya coincidencia!

Pero la coalición que destituyó a Rajoy es heterogénea, lo que anticipa un mandato complicado para el PSOE. Allí se juntaron la izquierda radical del partido Podemos (equivalente a lo que acá se denomina ‘socialismo del siglo XXI’), los independentistas catalanes y los nacionalistas vascos. Y, como en política los favores se cobran, todos pedirán puestos claves y otras concesiones. No vaya a ser que a cambio de la moción de censura, algún sector haya puesto como condición la desmembración del Estado español.

Aunque es muy difícil que eso ocurra, porque Sánchez ante todo tiene que apuntar a realizar un buen gobierno, en beneficio de todos. Primero para cumplir con los altos intereses nacionales, luego porque en poco tiempo habrá elecciones y allí se jugará la continuidad de su partido en el gobierno, en vista de que en los últimos tiempos no ha podido alcanzar una mayoría por votación directa. Además, tiene ante sí el desafío de restaurar la confianza del electorado en el PSOE tras el desastre causado por su copartidario, José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2012), de triste recordación por dejar casi quebrado al Estado español.

A Sánchez no le resulto muy difícil reunir una mayoría de voluntades para destituir a Mariano Rajoy, gracias a la acumulación de casos de corrupción del PP que hicieron insostenible su permanencia en el gobierno. Ahora toca la parte difícil: gobernar con una mayoría que puede deshacerse en cualquier momento.

De lo que significa gobernar, el PSOE tiene dos ejemplos extremos. En una orilla se encuentra Felipe González, quien condujo al país por una senda de avances e incluso lo hizo miembro de la Comunidad Económica Europea (actual Unión Europea). En contraste, con Rodríguez Zapatero España casi fue a la ruina económica.

Por el bien de los españoles, es de esperar que Sánchez siga el ejemplo de González. Además tiene que cuidar una imagen ante el mundo, como líder de turno del PSOE, un partido que se ha destacado por respetar la institucionalidad, a diferencia de lo que han hecho por estos lares los socialistas del siglo XXI que ni bien llegados al poder se dedicaron a cooptar todas las instituciones. En buena hora, en Ecuador estamos dejando atrás esa etapa.

A pesar de que no tiene nada que ver con el cambio de Gobierno en España, vale traer a colación un dato curioso. Mientras allá se ‘cocinaba’ el acuerdo político que echó al traste el gobierno de Rajoy, nuestro país era anfitrión de dos expresidentes: en Quito daba entrevistas el socialista Rodríguez Zapatero. En Guayaquil ofrecía una conferencia el derechista José María Aznar. ¡Vaya coincidencia!

 

 

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