Donald Trump rompió el acuerdo nuclear con Irán y reimpuso “al máximo nivel” y de forma inmediata las sanciones contra el régimen, pese a la presión combinada de Francia, Alemania y Reino Unido. “Mi mensaje es claro: Estados Unidos no lanza amenazas vacías”, afirmó.
Trump trata de alimentar el voto radical y destruir el legado de Barack Obama. “El acuerdo descansaba en una gigantesca ficción: que un régimen asesino deseaba solo un programa nuclear pacífico. Si no hacíamos nada, el mayor patrocinador mundial del terrorismo iba a obtener en poco tiempo la más peligrosa de las armas”, dijo Trump.
El acuerdo, alcanzado el 14 de julio de 2015 en Viena, se forjó tras dos años de negociación, reseña el País. Su objetivo inmediato era desactivar durante al menos un decenio el acceso iraní a la bomba atómica, a cambio de levantar las sanciones económicas que asfixiaban al régimen. Pero en el largo plazo supuso un paso mucho más importante. Demostraba que dos enemigos acérrimos, después de 35 años a dentelladas, podían darse la mano y rebajar la tensión nuclear. El texto venía avalado además por otras cinco potencias (China, Rusia, Francia, Reino Unido y Alemania) que actuaban como un estabilizador ante las presiones continuas de Israel y Arabia Saudí.
El acuerdo no tiene mecanismo de salida y al reactivar las sanciones, EEUU rompe unilateralmente lo suscrito. El resultado es difícil de calcular. Irán puede abandonar el pacto alegando su incumplimiento por Washington y reiniciar el programa nuclear. Y sobre los aliados se cierne la amenaza de las penalizaciones.
Un paquete que cuando fue aprobado por el Congreso en 2012, aparte de castigar al banco central iraní, dificultaba extraordinariamente las operaciones financieras en EEUU a quien mantuviera transacciones con Teherán. Algo que han hecho en los últimos años países tan amigos de Washington como Francia (la petrolera Total lidera un consorcio que ha anunciado inversiones en gas por 4.800 millones de dólares).
Trump en campaña definió el pacto como “el peor del mundo” y siempre que tuvo ocasión lo zarandeó en público. En octubre pasado, decidió no validarlo en su revisión cuatrimestral y dejó que fuese el Congreso quien determinase su futuro. Fue un primer golpe, aunque no definitivo. Las Cámaras, pasado su turno, se lo devolvieron intacto, y en enero Trump nuevamente puso el reloj en marcha a la espera de renegociar el texto. Ese plazo es el que se agotaba esta semana.
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