La decisión de Donald Trump de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel y de comenzar los preparativos para que Estados Unidos traslade su embajada de Tel Aviv a la ciudad en disputa, tiene el potencial de acrecentar las tensiones en todo el Medio Oriente.
Aunque este no es un movimiento inesperado, ya que Trump expresó su intención de hacerlo durante su campaña electoral, la decisión rompe con años de precedentes.
La decisión de Trump de trasladar la Embajada significa que no seguirá a sus predecesores que renovaban una exención en la Ley de la Embajada de Jerusalén de 1995, que exige que la representación diplomática sea trasladada de Tel Aviv.
Desde entonces, ha habido un consenso entre los partidos Demócrata y Republicano que toma en cuenta que la anexión de la zona Este de Jerusalén por parte de Israel y su designación como capital del país afectaría el frágil equilibrio de poder en el Medio Oriente; también la capacidad de Estados Unidos para promover sus intereses en la región. Los diplomáticos estadounidenses han tratado de avanzar con cuidado en este tema en uno de los paisajes políticos más traicioneros del mundo.
El liderazgo palestino condenó la medida antes de que Trump hablara, al igual que los líderes del mundo árabe y otros más. El anuncio del traslado de la Embajada es probable que cause una ola de resentimiento entre los palestinos en los territorios ocupados y en la propia ciudad, especialmente después de dos décadas de estancamiento en el proceso de paz y el deterioro de las condiciones en todos los territorios palestinos. Antes del discurso, se les dijo a los ciudadanos estadounidenses y empleados del gobierno que evitaran transitar por la antigua ciudad de Jerusalén y Cisjordania hasta nuevo aviso.
El centro del proceso de paz
Jerusalén no es solo una ciudad de importancia histórica para el judaísmo, el islam y el cristianismo, sino también un sitio clave para la identidad israelí y palestina. A esto se añade la centralidad del estatus de Jerusalén en el conflicto israelí-palestino, a menudo descrito como una de las disputas más intratables del mundo, y está claro por qué la decisión de trasladar la Embajada de Estados Unidos a esa ciudad se ha descrito como un incendio político.
A nivel político, la mayoría de los israelíes y palestinos insisten en que Jerusalén debe ser la capital de sus estados, presente y futuro, y que eso no es negociable. Esta es la razón por la cual se consideró que el estado final de Jerusalén era uno de los temas más espinosos en el proceso de paz de Oslo emprendido en los años noventa. Por ello se preveía evitarlo en la etapa de “negociaciones permanentes”, una vez que se resolvieran todos los demás asuntos entre el Estado de Israel y los palestinos.
Como no ha habido ningún progreso en cuestiones menos importantes, aunque sustanciales desde Oslo, la cuestión de Jerusalén ha adquirido una importancia simbólica entre los palestinos.
Jerusalén es una ciudad densa en simbolismo en la imaginación nacional palestina. Particularmente, más allá de la identidad, las características materiales como el territorio, el gobierno y la autodeterminación se ven continuamente erosionadas por las duras realidades de la ocupación israelí, el bloqueo de Gaza y el deterioro de la cooperación entre las autoridades israelíes y palestinas.
La respuesta al anuncio de Trump por parte del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y la mayoría de su gobierno fue silenciada. Pero su valor simbólico entre los círculos nacionalistas en Israel, y también entre muchos israelíes comunes, no debe subestimarse.
El gobierno israelí ha estado activo en el fortalecimiento de los reclamos israelíes a tener derecho en toda la ciudad desde su anexión en 1980. La construcción de asentamientos alrededor de Jerusalén ha tenido como objetivo cercar la ciudad e integrarla más en Israel. Mientras tanto, había restricciones de construcción en Jerusalén Este y una serie de impedimentos al acceso de los palestinos a la mezquita Al-Aqsa, construida sobre los restos del último Templo judío. Ambos conjuntos de restricciones fueron levantados.
De igual importancia, en términos de política simbólica, ha sido la intervención arqueológica de Israel en torno a Jerusalén, que los palestinos ven como un intento de fortalecer la conexión histórica de Israel con la ciudad.
Un significado más amplio
La decisión de Trump parece ajena a la fragilidad de la coexistencia en la ciudad entre sus habitantes israelíes y palestinos. También ignora la importancia de Jerusalén en la identidad palestina y sus aspiraciones nacionales, y el impacto devastador sobre el futuro de un proceso de paz moribundo.
Esto tiene el potencial de no solo afectar la ecología política de un lugar donde la historia es una cuestión de vida o muerte, sino que también podría causar un efecto dominó mucho más amplio. Puede desestabilizar a una autoridad palestina ya privada de legitimidad y una serie de frágiles regímenes árabes. Y es probable que acentúe la enemistad entre Israel e Irán. Irán percibe tal movimiento como una “violación de las santidades islámicas” y, junto con la alianza revitalizada de Trump con Arabia Saudita, una clara señal de la postura anti-iraní del presidente estadounidense.
Por último, pero no menos importante, podría avivar aún más las llamas de los movimientos islámicos anti-occidentales en el mundo musulmán y en Occidente, lo que siempre ha colocado a Jerusalén y al problema palestino en una posición central.
Autor: Spyros Sofos, Universidad de Lund
Autor: Vittorio Felci, Universidad de Lund
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