Uno de los principales enemigos del ex, ahora residente en Bélgica, siempre fue la prensa. Comparte un enemigo con Donald Trump. Nunca se supo por qué en realidad. Primero se dijo que era porque cuando era dirigente estudiantil diario El Universo nunca le dio la importancia que tal cargo merecía.
Y comenzó a bregar contra viento y marea para aprobar una Ley de Comunicación para que los medios distinguieran que la verdad y la mentira era lo que él decía que era verdad y mentira, y que la entrega de un honoris causa era mucho más importante que cualquier suceso relacionado con la comunidad.
Lo triste es que esa nunca fue su iniciativa, fue una burda copia del ídolo que tenía en Caracas, el expresidente fallecido Hugo Chávez, que pontificaba sobre periodismo en cadenas de hasta ocho horas en las que él era la única fuente, noticia, contexto y demás. Sobre la Ley de Comunicación luego se montó todo un andamiaje muy similar al de Venezuela, más burocracia con grandes presupuestos para hacer un monitoreo de las 24 horas del día, de los siete días de la semana, sobre quienes hablaban mal o bien del mejor gobierno del mundo y de todas las galaxias.
Así apareció una Superintendencia de Comunicación, más conocida como Supercom, un Consejo de Regulación de la Comunicación o algo así y una serie de intendencias regadas por todo el país.
Su tarea era muy trascendente. Con el correr de los meses se supo eso. La Supercom, por ejemplo, pronto llegó a hacer conocer a los ecuatorianos, tras pagar miles y miles de dólares por consultorías entregadas a dedo, un descubrimiento insólito, la caricatura de Olafo, el amargado era sexista. Y hasta halló que tres fotografías publicadas en los medios ecuatorianos sobre el conflicto en Siria y el crimen organizado en México, ganadoras del WorldPress Photo, guardaban contenido violento. Es decir, en pocas palabras, debían haber sido objeto de censura.
Desde esa estructura se pontificó sobre el periodismo. Desde esa estructura se quiso hacer creer que el periodismo era informar sobre los honoris causa que le ofrecían al ex o las maravillosas carreteras y refinerías del primer mundo que se construían con contratos de emergencia.
La Contraloría, tras una auditoría a uno de los medios incautados desde los que se daba clases de periodismo, ha hallado que el primer y único superintendente de la Comunicación nombrado por un Consejo de Participación Ciudadana que nada tenía de participación y menos de ciudadanía, ha incurrido en gastos superfluos con dineros públicos a pesar de sus grandes salarios. Y eso solo en un medio.
En ese campo todavía hay mucha tela que cortar. Muchos contratos que revisar, mucho dinero público que auditar. ¿Dónde están los autores de los informes sobre Olafo, el amargado? ¿Dónde los que sirvieron para perseguir y censurar y dar clases de ética y moral y periodismo? ¿K asen?
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