Cuando nos llegan noticias de hechos violentos hace falta una operación lógica para poner algún ordenamiento. De lo contrario caemos en un estado de confusión angustiosa y desorientada. Hay violencias, no “violencia”. Unas pertenecen a factores de “larga duración” como diría Fernand Braudel, otras se relacionan con situaciones mediatas y por último hay las que surgen en lo inmediato. Podemos encontrar tipos puros, pero más frecuente es que articulen las tres temporalidades de modo singular. Sigmund Freud postulaba que el síntoma, que también tiene un rasgo único, condensa tres series causales: constitucional, disposicional y actual.
Un chico saca un arma, dispara a los que lo rodean en una escuela, a su maestra y luego se suicida. Los que sobrevivimos nos quedamos con la pregunta: ¿por qué? Es verídicamente incontestable, porque el único que podría hacerlo está muerto. Entonces nos vamos por el camino de las explicaciones y arribamos, siempre, a falsas soluciones, como la que ya es típica: las armas, su misma existencia, son la causa. La impotencia se consuela con una fobia, a las armas.
Queremos librarnos de los riesgos de la vida, cuando los tenemos en exceso. Pero si no los hay, si la vida se vuelve pálida e insabora, queremos acción, buscamos los extremos. La pulsión freudiana no descansa. No se puede no gozar decía Lacan. En los más aberrantes y terroríficos sucesos está nuestro goce, aunque sea, y no es lo menos destacado, como observadores. Al contrario del perverso, que disfruta del panorama de muerte y sufrimiento, el hipócrita neurótico protesta, demanda medidas, apela a la educación, a la psiquiatría, a la prevención – como si la hubiera, dada la realidad intrínsecamente agresiva del humano – y por último a la sanción legal y policial. En el fondo del callejón las masas, que gozan de su masoquismo inconsciente, exigen una “solución final”: es el estado policial, sea de derecha o de izquierda, o como vemos lentamente surgir , un estado teocrático represivo y moralista.
México es más grande, mucho más grande, que los carteles de la droga. En el imaginario de cada uno está también ese otro México, el de la música, de las artes, de sus comidas picantes, de su gente valiente, trabajadora y franca. Está el México de Octavio Paz , Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis, para decir unos pocos de esos grandes de la escritura. Está el México histórico, cuya interpretación nos puede hacer discrepar pero no desconocer su fuerza y sus logros. El mundo de las drogas se han tomado el escenario porque alcanza dimensiones industriales y globales. Su caudal financiero ha llegado a convertirse en logística para la guerrilla de las FARC y del ELN, para el cartel de los generales chavistas , y según investigaciones norteamericanas, como apoyo al islamismo radical que se mueve en nuestra región. Eso da otro sesgo a la relación entre las drogas y la violencia organizada.
La familia vuelve. La esperanza es que sea un dique contra tanta violencia .La familia no es la de antes, la de mucho antes. La modernidad la empezó a transformar, la redujo, la aligeró, le quitó autoridad. Pero por supuesto no ha muerto. Se reivindica incluso bajo modalidades heterodoxas. Son las nuevas realidades familiares que aspiran a reencontrar una brújula para las generaciones venideras. Freud, el “acontecimiento Freud” como lo denomina Lacan, viene precisamente en este tiempo a dar el esbozo de otra brújula, una que marca los lugares del mito edípico, que permite hacer el mapa de un recorrido de ficción que es la “novela familiar” y que muestra la desviación con la que un sujeto hablante, no un yo-masa capturado por el espectáculo, se proyecta y retorna alrededor de un núcleo de goce.
El Estado con sus leyes permite , prohíbe o simplemente desconoce ciertas formas familiares. La Iglesia tiene su política familiar. Las asociaciones civiles liberales quieren reformas. El psicoanálisis es otra salida, una que cada uno tiene que forjar.
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