La artista plástica argentina, Marta Minujín (Buenos Aires, 1943), reconocida en medio mundo por sus audaces performances y happenings artísticos, se muestra sorprendida por el Premio Velázquez concedido España, que ha valorado el desbordamiento de los comportamientos artísticos. En una entrevista con diario El Mundo se declara como la Van Gogh del siglo XXI y la Maradona del arte.
¿Le ha sorprendido que le concedieran el Premio Velázquez de las Artes Plásticas?
Estoy feliz por este reconocimiento artístico y económico (el premio está dotado con 100.000 euros). Pero sí, me sorprendió recibir un premio como el Velázquez. ¡Qué bueno que se lo hayan dado a una mujer y sudamericana! Mi obra se sale tanto de lo común que era muy difícil que me pudieran dar un premio. Y además yo me muevo en otros ámbitos, estoy fuera de los circuitos artísticos.
¿Qué es lo que hace su obra poco común?
Es un arte muy individualista, dirigido a los que no saben nada de arte. Yo he quemado todo mi arte, un arte imposible, un arte del disparate. No puedo decir si es bueno o es malo. Un artista tiene que ser ante todo único e irrepetible.
¿En qué va a consistir esa reedición que prepara de una de sus obras emblemáticas, El Partenón de Libros?
Va a ser mucho más impresionante (la obra se presentó por primera vez en Buenos Aires en 1983 tras la restauración de la democracia en Argentina). Será un Partenón a tamaño natural (35 x 70 metros) recubierto con 100.000 libros prohibidos en distintos momentos de la Historia por diferentes motivos (y donados por particulares e instituciones). Estarán los libros prohibidos en diferentes países. Como los libros prohibidos por los militares argentinos que había en la obra en 1983. Y estará también la Convención de los Derechos Humanos y la Constitución de cada país en todos los idiomas.
El Ministerio de Cultura ha destacado su empeño en la desacralización de los mitos populares.
Creo que hay que desmitificar los mitos de cada país. Y también sus símbolos. Y después remitificarlos. Yo lo hice en 1979 con El Obelisco de Pan Dulce (de 30 metros de alto y compuesto por 30.000 panes dulces). Y la gente se lo comió. No fue un Obelisco para siempre. Las obras duran varias semanas o meses. Nada más. También lo hice con Carlos Gardel de Fuego (1981).
Otra de sus obras icónicas es La Menesunda (confusión, en lunfardo), que se volvió a exponer recientemente en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Una obra rupturista.
Es un laberinto multisensorial en 16 ambientes y olor a sala de dentista. Fue un éxito brutal cuando se estrenó (en 1965). Era para gente que estaba como muerta y pasaba por los diferentes ambientes recibiendo diferentes estímulos. Era una experiencia divertida, porque el arte tiene que ser divertido y tiene que fluir para que la gente se descoloque ante lo que experimenta. Hay que acostumbrarse a divertirse. Y La Menesunda tiene un gran toque de humor, mucho humor…
¿Así definiría su arte, como una invitación a la diversión?
Yo tengo una trayectoria irreverente. Y por eso para mí es un halago que me hayan dado este premio. Porque es un premio a mi obra irreverente y también a la irreverencia de las nuevas generaciones. Nunca pensé que me fueran a premiar.
La irreverencia de los genios, porque usted se autodefine así, ¿no?
Sí, siempre lo creí. Soy genia.
¿Una de sus genialidades es haber sabido blindarse contra el mercantilismo que rodea al arte?
El dinero corrompe al artista y le obliga a consumir cosas que no necesita. Yo pasé hambre en algunas épocas de mi vida. Hay que seguir el ejemplo de artistas como Van Gogh, que siguió adelante con su trabajo hasta que se volvió loco. En ese sentido, yo me considero una especie de Van Gogh del siglo XXI. Aunque sea mujer, porque el gran arte no tiene sexo.
Usted ha vivido en Nueva York y París, cunas del arte moderno, pero siempre regresó a su estudio en Buenos Aires. ¿Se siente una artista argentina o universal?
Soy muy porteña. Y universal al mismo tiempo. Soy como la Maradona del arte.
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