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‘Vi que los cuerpos volaban como si fuesen bolos. Escuché gritos que no olvidaré en mi vida’

jueves, julio 14, 2016
Damien Allemand es periodista responsable del servicio digital del diario de Niza, Nice Matin. Estuvo presente en la masacre de Niza, en una nueva noche de terror en Francia, y contó su relato para el portal digital de El País. “Era una noche perfecta. El ambiente era bueno. El paseo marítimo estaba hasta arriba. Como en todos […]
Tiempo de lectura: 2 minutos

Damien Allemand es periodista responsable del servicio digital del diario de Niza, Nice Matin. Estuvo presente en la masacre de Niza, en una nueva noche de terror en Francia, y contó su relato para el portal digital de El País.

Era una noche perfecta. El ambiente era bueno. El paseo marítimo estaba hasta arriba. Como en todos los 14 de julio. Había decidido pasar la noche en la playa justo en el lugar en el que el paseo marítimo se convierte en peatonal. Cuando terminó el espectáculo nos levantamos todos a la vez. Nos dirigíamos hacia las escaleras, apretados como sardinas en lata. Me movía en zigzag entre la multitud para llegar hasta mi scooter que había aparcado a dos pasos.

De repente, a lo lejos, un ruido. Mi primer pensamiento fue: un gracioso ha querido montarse sus propios fuegos artificiales por su cuenta y no los ha controlado. Pero no. Una fracción de segundo más tarde, un enorme camión blanco se lanzaba a toda velocidad contra la multitud mientras daba volantazos para alcanzar el máximo número de personas.

Este camión pasó a pocos metros de mí y ni siquiera me di cuenta. Vi que los cuerpos volaban como si fuesen bolos. Escuché ruidos, gritos que no olvidaré en mi vida. Estaba paralizado. No me moví. A mi alrededor, solo existía el pánico. Seguí ese coche fúnebre con la mirada. La gente corría, gritaba, lloraba. Entonces me di cuenta. Y corrí con ellos. En dirección al Cocodrile, el lugar en el que todo el mundo se refugiaba. Solo pasaron unos segundos pero me parecieron una eternidad. 

Quería saber lo que había pasado, entonces salí. El paseo marítimo estaba desierto. Ningún ruido, ninguna sirena, ningún coche. Atravesé entonces la calle para volver al lugar por donde había pasado el camión. Me crucé con Raymond, de unos cincuenta años, en lágrimas que me dijo: “Hay muertos por todas partes”. Tenía razón. Justo a sus espaldas, había cadáveres cada cinco metros, sin vida, sin miembros. Trajeron agua para los heridos y toallas para cubrir aquellos para los que ya no había esperanza. En ese momento, no tuve valor. Me hubiese gustado ayudar, ser útil… Hacer algo. Pero no lo conseguí. Todavía estaba paralizado. Una segunda oleada de pánico me hizo regresar al Cocodrile. “¡Vuelve ¡ ¡Vuelve!” Era falso. El camión asesino terminó su recorrido unos metros más allá, acribillado a balazos. No escuché los disparos, sólo gritos. Y ahora llantos, muchos llantos.

Seguí recto. Recogí mi moto para alejarme lo más posible de este infierno. Recorrí el paseo y tomé conciencia de la amplitud del drama. Había cuerpos y heridas por todas partes. Las primeras ambulancias comenzaron a llegar. Aquella noche era… el horror”.

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