Ya se siente el peso de los meses que se van. Meses cargados de esfuerzos, acompañados de deudas, de expectativas no cumplidas y de bolsas de basura que se acumulan como si el planeta no tuviera límites. Hemos aprendido a consumir como si el mañana no importara y luego nos preguntamos por qué el suelo se agota, el agua escasea y el clima ya no responde como antes. Este cierre de año nos encuentra muchas veces cansados, saturados y preguntándonos, en silencio, si realmente vamos por el camino correcto.
Cuando tener nos aleja de lo esencial
Algo muy parecido nos ocurre como personas. Tanto tener nos ha ido quitando la capacidad de valorar y de compartir. Mientras se desperdicia comida en una casa, en la misma ciudad hay familias que se acuestan con hambre. Mientras se exhiben luces, regalos y lujos en redes sociales, hay hogares donde no alcanza ni para lo básico. Y esa desigualdad no solo afecta la economía, sino que rompe los vínculos, genera distancia, resentimiento y silencios que pesan más que cualquier palabra.
En estas fechas hablamos de amor, de unión y de paz, pero, muchas veces, guardamos más rencor que gratitud, más ansiedad por tener que alegría por lo que ya somos. Corremos detrás de lo material sin detenernos a mirar lo esencial, olvidando que la vida, en su sabiduría sencilla, nos recuerda otra lógica, la de avanzar con paciencia, cuidar lo que se tiene y pensar siempre en el otro porque nadie sobrevive solo y nadie se construye en soledad.
Tal vez este cierre de año sea una invitación honesta a mirarnos en el espejo y preguntarnos quiénes somos y quiénes queremos ser. No desde la culpa sino desde la conciencia. No somos perfectos, pero el camino siempre nos ofrece la oportunidad de ir puliéndonos paso a paso, entendiendo que dar, incluso de aquello que creemos no tener, nos engrandece, nos humaniza y nos conecta con un propósito más profundo.
La sostenibilidad empieza en las decisiones cotidianas
Y, aun así, con todo este panorama, no todo está perdido ni todo es negativo. Todavía hay oportunidades y cada día es una nueva posibilidad de aportar un granito de arena, de consumir con más responsabilidad, de compartir con más empatía, de escuchar más y juzgar menos, de construir un mundo más solidario, más justo y más sostenible, un mundo en el que nuestra existencia tenga sentido más allá de lo que acumulamos.
Quizá este año que termina pueda ser el preámbulo de nuevas decisiones y acciones conscientes, no promesas vacías sino compromisos reales que nos acompañen durante los días que vendrán. Porque la verdadera sostenibilidad no empieza en el mercado ni en las vitrinas sino en el corazón, cuando entendemos que cuidar la tierra y sus recursos también es cuidar a las personas, especialmente a quienes menos tienen, y que el mejor regalo para el nuevo año no es lo que compramos sino lo que damos: tiempo, respeto, empatía y ese amor sencillo y sincero que tanta falta nos hace.
Que el año que se va nos deje aprendizajes claros y que el que llega nos encuentre más conscientes, más coherentes y un poco más responsables de la huella que dejamos en los demás y en el mundo.
¿Ya conoces nuestro canal de YouTube? ¡Suscríbete!
Navidad: una invitación a la verdadera espiritualidad
Lo de Chile
Más allá del consumo: reflexiones para cerrar el año