En este agudo ensayo, Pablo de la Torre Neira compara al Ecuador con un paciente
 crónicamente enfermo de raquitismo social, político y democrático. Con un lenguaje directo,
 reflexiona sobre las deficiencias estructurales de la política ecuatoriana, los males de una
 ciudadanía pasiva, y la peligrosa polarización social. Una lectura imprescindible para que
 abramos los ojos y tomemos conciencia del estado actual del país, y comprendamos los
 síntomas de su crisis.
El raquitismo es una enfermedad que se caracteriza por un crecimiento y desarrollo anormal de los
 huesos. Las causas principales son la falta de vitamina D, calcio o fosfato. Esta enfermedad impide un
 desarrollo humano apropiado, si no hay un tratamiento oportuno.
 Los políticos en Ecuador sufren de raquitismo. Están mal formados. Pero la mal formación no es ósea,
 sino intelectual y social, a tal punto que ha impedido, impide y seguirá impidiendo que los temas
 cruciales del país: producción, atención a vulnerables y seguridad sean adecuadamente tratados para
 ser resueltos. Ergo, raquitismo social.
 Todas aquellas personas, que deciden incursionar en la política, en su gran mayoría, no están
 políticamente bien formados, para representar a los ciudadanos en sus demandas por una sociedad
 equitativa, justa, pacífica y sustentable. Tienen profundas deficiencias de ética, moral, principios
 sociales, equidad, eficiencia, productividad, entre los más importantes. Sobresalen más bien: el
 egoísmo, las ansías de poder, el enriquecimiento personal y la falta de empatía con el estado.
 Raquitismo político.
 Con estas deficiencias desde inicios de su formación humana y política, no hay cura alguna. Por eso
 toca vivir y sobrevivir procesos políticos y democráticos irreales, inconsistentes e inefectivos,
 postergando por décadas el bienestar social de todos. Raquitismo democrático.
 Creo que no solo ellos son el problema. Creo que nuestra sociedad también lleva su parte en este
 problema. Engatusada por los políticos, pero es corresponsable.
 La tozudez ecuatoriana para participar en los eventos democráticos es muy clara y manifiesta. Hemos
 vivido ya cuarenta y cinco años de una supuesta democracia, pero en contadas ocasiones han sido
 elegidos estadistas para gobernar. Más bien, el voto final se ha inclinado a favor de políticos que con
 su discurso populista han creado un ambiente propicio para el funcionamiento del raquitismo
 político. Ellos saben cómo la sociedad actúa y se defiende, por ello presentan sus ofertas de campaña
 y la sociedad les hace el juego, también. Así, pasan los años y seguimos con la misma enfermedad, sin
 cura y sin resolver los problemas, agravada dese hace veinte y cinco años.
 Rousseau decía: “el hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad la que le corrompe”. Por otro
 lado, Maquiavelo propone que “el hombre es malo y perverso por naturaleza, a menos que precise
 ser bueno”. Pero hay personas malas que se hacen pasar por buenas para conseguir lo que desean
 (poder, recursos, permanencia), sin importarles la sociedad en su conjunto. No son revolucionarios,
 son enfermos incurables del raquitismo social, político y democrático.
 La revolución busca cambiar las estructuras del mal funcionamiento en pro de una mejora sustancial
 para la sociedad entera. Una revolución mal concebida, como la mal llamada ciudadana, no ha sido ni
 revolución ni ciudadana; más bien, ha sido un grupo de políticos enfermos de raquitismo (que,
 además, sufren del síndrome de Procrusto) 1 .
Llegan a ser tan osados que buscan convencer al grupo de la sociedad que había que actuar en
 defensa propia, de una forma absolutamente apasionada. Que, por miedo, envidia, codicia o
 resentimiento, hiciesen suya la mal llamada revolución.
 Esos políticos se empeñan en hacer creer que habrá días mejores, pero sin cuestionamientos. El
 resultado previsto es que el grupo actúa aceptando por miedo a perder lo que son o lo que creen que
 son. Están convencidos, se dejaron y se dejan llevar por esta creencia implantada y no se dan cuenta
 que cayeron en la trampa. Se convencieron del dogma de esa revolución liderada por políticos
 enfermos de raquitismo.
 No están abiertos a escuchar la voz de quienes piensan diferente, no puede haber cuestionamientos.
 Más bien, la persona que los cuestiona se convierte en su enemigo, es el mal. Creen que tienen el
 derecho y el deber de enfrentarlos y destruirlos, como el único camino para sobrevivir. Porque este
 es el dogma de la mal llamada revolución ciudadana.
 Así, la sociedad se ha dividido en dos bandos: los que tienen y los que no, los que migran y los que se
 quedan, los de fiar y los sospechosos, los conformistas y los revoltosos, los que cuestionan y los que
 aceptan. Dos lados bien diferenciados. La sociedad partida en dos. Divide y vencerás dice el dicho
 popular.
 Han perfeccionado el método para neutralizar a los opositores, o al menos tratan. La maquinaria
 social y económica que tiene detrás alcanza altos niveles de eficiencia para robar, extorsionar, y
 hasta matar, les funciona y bien. Y sobra para financiar su estadía en el exterior.
 La sociedad del otro lado, es incapaz de diferenciar a la gente de bien de la gente de mal, al inocente
 del verdugo, al criminal del policía. Un abuso político enorme. Un sectarismo político claro. El debate
 presidencial pasado es una clara muestra de los expuesto.
 Nos merecemos como pueblo: libertad, paz y justicia.
1 / Define a aquellos que, al verse superados por el talento de otros, deciden menospreciarlos. Incluso
 deshacerse de ellos. El miedo los lleva a vivir en una continua mediocridad donde no avanzan ni dejan que
 otros lo hagan.
¿Ya conoces nuestro canal de YouTube? ¡Suscríbete!
Atrapada en espiral mortal
“Anhelo de Vivir”: UTPL y Loja participan en la Bienal de Cuenca 2025
¿Qué hacer este feriado?
Los retos más allá de los resultados de la consulta y el referendo