Las segundas vueltas electorales, también conocidas como “balotaje”, son un mecanismo utilizado en muchas democracias para garantizar que el presidente que resulte elegido cuente con el respaldo de la mayoría absoluta de los votantes. Sin embargo, este sistema no está exento de críticas y riesgos, especialmente en contextos políticos donde la institucionalidad es frágil o donde algunos partidos autoritarios buscan perpetuarse en el poder.
Uno de los principales peligros del balotaje es la manipulación electoral. En países donde el presidente en funciones puede ser candidato, y sobre todo en aquellos con regímenes autoritarios, existe el riesgo de que utilice recursos del Estado para influir en los resultados. Esto puede manifestarse en campañas desproporcionadas financiadas con fondos públicos, uso de la maquinaria gubernamental para beneficiar a ciertos sectores del electorado y presión sobre instituciones que regulan el proceso electoral.
El sistema de dos vueltas se aplica en diversos países como Francia, Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Uruguay, Perú y Ecuador, entre otros. En cada uno de estos países su impacto ha sido diferente, pero en muchos se han presentado acusaciones de manipulación y ventajas indebidas para ciertos grupos de poder. Por ejemplo, en Colombia, en las últimas elecciones presidenciales de 2022, se evidenció cómo ciertos sectores políticos influyeron en la contienda mediante el uso de campañas de desinformación y estrategias mediáticas diseñadas para polarizar al electorado. Grupos con fuerte influencia en la opinión pública lograron inclinar la balanza en la segunda vuelta mediante el uso estratégico de narrativas que explotaban el miedo y la división social.
Las consecuencias sociales de este tipo de procesos electorales pueden ser profundas. En muchos casos, en casi todos realmente, la segunda vuelta exacerba la polarización política y social, fragmentando a la ciudadanía en bandos opuestos que se radicalizan, lo cual dificulta la construcción de los consensos necesarios para la estabilidad del país, como está ocurriendo en Ecuador.
Históricamente, en Ecuador, las segundas vueltas han sido determinantes para redefinir el rumbo político del país, pero, desde el inicio del siglo XXI, el balotaje ha sido un escenario de profundas disputas, especialmente bajo el gobierno de la Revolución Ciudadana, donde las elecciones presidenciales de 2006 y 2009 marcaron un antes y un después en la configuración del poder. Durante este período, la segunda vuelta fue utilizada como un mecanismo de consolidación del oficialismo, asegurando su continuidad mediante grandes estrategias de movilización. En las elecciones más recientes, en cambio, las segundas vueltas han sido campo de intensas estrategias políticas para reconformar las alianzas y las dinámicas de poder en el país.
En este momento, de cara al balotaje del 13 de abril, Ecuador está viendo un aumento de la tensión política y social. Y el estilo que ha imperado últimamente de campañas agresivas y grandes estrategias de desinformación, que no ha sido ajeno en la actual, podría afectar la percepción ciudadana sobre la transparencia del proceso.
Además, la gran fragmentación de la primera vuelta se convirtió en un factor determinante para la campaña que estamos viendo. Aunque hubo múltiples candidatos, el bajo porcentaje de votos obtenido por la mayoría de ellos, demuestra un electorado disperso y sin liderazgos claros, por fuera de los que han dominado la política en el siglo XXI. Ahora los dos finalistas compiten por captar esos votos dispersos, lo que los obliga a plantearse alianzas con sectores que, en primera instancia, podrían haber sido sus opositores. Esto no solo modifica el panorama electoral, sino que también puede comprometer la estabilidad y coherencia del futuro gobierno, que puede estar debilitado o condicionado, por intereses ajenos a la ciudadanía.
Otro gran peligro de las segundas vueltas, especialmente la que se vive actualmente en Ecuador, es el alto grado de polarización que se ha generado, ya que, en lugar de fomentarse el debate programático, el balotaje se convirtió en una contienda donde el miedo y la descalificación están jugando un papel preponderante. Esto puede derivar en una crisis de gobernabilidad posterior, ya que el presidente electo llegará con un país totalmente dividido y con una oposición fortalecida.
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Los riesgos de las segundas vueltas