Toda campaña electoral tiene, al menos, dos caras visibles. Y eso es lo que hemos estado viendo durante las últimas semanas, cuando se conocieron los resultados de los comicios de febrero pasado y, extraoficialmente, empezó la segunda vuelta entre Daniel Noboa y Luisa González.
Y aunque no se trate de nada nuevo, sí se lo siente de manera más intensa por la profunda polarización del país y la presión que hay en cada uno de los equipos de campaña, que los ha llevado al uso inclemente de las redes sociales con publicidad constante.
Esto último va de la mano de la acción de los militantes y simpatizantes, que hoy en día pasan 24/7 conectados a las redes sociales y en línea directa con influenciadores y espacios -incluye los que se autodenominan como periodísticos, pero que son de propaganda- donde se distribuyen contenidos. Ahí están para viralizar afirmaciones que únicamente buscan descalificar, denunciar, cuestionar, criticar, señalar todo lo que haga el contrario para golpear su imagen, generar más desdén hacia la política y pescar algún nuevo simpatizante. Finalmente, mientras más despistado esté un potencial votante, más fácil de manipular es.
La segunda es de responsabilidad directa de los dos candidatos finalistas y sus círculos más cercanos. Ellos se presentan como la cara menos conflictiva, más inclusiva, la que recorre el país, se toma fotos, abraza a mujeres y hombres, besan niños y ofrecen el cielo. Son ellos los que están a cargo de “suavizar” o “bajar” el tono de declaraciones que dañan a sus candidatos.
Tomemos un ejemplo, y será el de la Revolución Ciudadana, simplemente porque es el que vi en un programa de análisis político el domingo: de un momento a esta parte, ya no les interesa ningún tipo de indulto o perdón al expresidente Correa, porque según ellos es un perseguido político y aceptar aquello sería admitir que hizo algo malo. Además, según dijeron, su caso está en las cortes internacionales, que les dará la razón. Vale aclarar que cuando se habla de indulto o amnistías o la figura que sea, no se topa el caso del exvicepresidente Glas, ahí hay una suerte de silencio.
Sin embargo, si esta es su línea, entonces, ¿por qué su afán de captar los espacios de control y de la justicia a través del Consejo de Participación Ciudadana? ¿Para qué tanta injerencia en concursos para, por ejemplo, la Fiscalía General del Estado? ¿Cómo explican los diferentes escándalos en donde sus mismos dirigentes históricos están de alguna manera involucrados por los chats que se publican en ciertos casos judiciales?
Esos actos de magia que pretenden hacer con sus giros discursivos salen de cualquier proporción. Y, al parecer, no les importa, porque el plan es el mismo: ganar y luego hacer lo que quieran.
La cara que no queremos ver, mejor dicho, la que no queremos poner en la ecuación, es la de la violencia. Los grupos criminales han incrementado sus niveles de ataques y eso tiene una explicación: ellos también tienen algo que decir en esta campaña, porque finalmente sus negocios ilícitos mueven parte de la economía del país. La pregunta es ¿a qué están apostando ellos con esa violencia desatada? ¿A quién quieren apoyar? Las conclusiones son de ustedes.
Este artículo fue publicado en EL COMERCIO, el 18 de marzo de 2025
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