Los libros antiguos tienen un atractivo especial; a todos nos cautiva su exquisita cobertura que oculta una información histórica, junto a unos aromas únicos y el placer táctil intrínseco que siempre tiene el papel añejo. Sin embargo, estos tesoros del pasado también pueden albergar un elemento químico oculto: el cromo que, en niveles altos, puede ser peligroso para la salud.
El cromo comenzó a usarse en la producción de libros principalmente a través del uso de tintes para cuero y tela, así como pigmentos en papel y cubiertas durante los siglos XIX y principios del XX. Por ejemplo, los compuestos de cromo, como el cromato de plomo y el cromato de cinc, se utilizaban como pigmentos en las industrias del papel y la tinta porque aportaban unas brillantes tonalidades amarillas y contribuían al atractivo estético de las ilustraciones y las cubiertas de los libros que ahora tanto adoramos. Fue muy amplio su uso durante estas etapas de la historia, sobre todo durante la revolución industrial, cuando comenzaron a utilizarse nuevas tecnologías químicas para mejorar la durabilidad y la apariencia de todo tipo de bienes de consumido, incluidos los libros; también en las cubiertas de los mismos; aportar sales de cromo en el proceso del curtido del cuero le aportaba más durabilidad (y un mayor atractivo).
Sin embargo, a pesar de la belleza de lo antiguo o la belleza que nos puede aportar la historia literaria, también pueden ser tóxicos. Ya sabíamos que las tapas o cubiertas de los libros de la época victoriana a veces usaban pigmentos con metales pesados tóxicos como el plomo, el cromo o el arsénico. Pero cuando un equipo de investigadores de la Universidad Lipscomb en Nashville evaluaron una colección en la biblioteca principal de esta universidad, encontraron concentraciones de metales tóxicos en algunos tomos que excedían los niveles seguros.
La exposición crónica al plomo o al cromo inhalados podría provocar problemas de salud, como cáncer, daño pulmonar o problemas de fertilidad.
Los investigadores utilizaron una máquina portátil llamada espectrómetro de fluorescencia de rayos X para detectar metales en las tapas de 26 libros y estudios posteriores ayudaron al equipo a determinar la cantidad de cada compuesto metálico presente en la tapa. De hecho, algunos tomos que tienen más de 100 años contenían tintes tóxicos, incluidos plomo y cromo hasta seis veces por encima de los niveles legales aceptables, dicen los científicos. Encontraron incluso sulfato de plomo y cromato de plomo (un compuesto con plomo y cromo) en las tapas de color dorado de algunos libros antiguos. En algunos libros las concentraciones eran incluso de 50 partes por millón (teniendo en cuenta que 4-25 partes por millón puede causar una reacción cutánea, la diferencia es abrumadora).
Como curiosidad, el cromato de plomo es uno de los compuestos que contribuyen al pigmento amarillo de cromo preferido por Vincent van Gogh en sus pinturas de girasoles.
Para llegar a esta conclusión, los expertos utilizaron tres técnicas, incluida una que no se había aplicado anteriormente a los libros, para evaluar los tintes peligrosos y descubrieron que algunos volúmenes podrían ser peligrosos de manipular. “Estos libros viejos con tintes tóxicos pueden estar en universidades, bibliotecas públicas y colecciones privadas. Los usuarios pueden correr riesgos si los pigmentos de las cubiertas de tela se frotan con las manos o se esparcen por el aire y son inhalados. “Por eso, queremos encontrar una manera de que sea fácil para todos saber cuál es su exposición a estos libros y cómo guardarlos de manera segura”, explicó Abigail Hoermann, de la Universidad Lipscomb y coautora del trabajo que fue presentado en la Conferencia de 2024 de la Asociación Americana de Química.
¿Significa esto que estamos en peligro al tocar libros antiguos? No necesariamente. Ese tradicional color amarillo dorado que vemos en las cubiertas de algunos libros muy antiguos no se desprende fácilmente, por lo que el riesgo de inhalar partículas o transferir esos metales pesados a las manos es bajo, pero los que son de color verde esmeralda, hechos a base de arsénico, sí que se desprenden más fácilmente y conllevarían un mayor riesgo de exposición a tóxicos.
Los lectores suelen pasar un tiempo limitado manipulando un solo libro, lo que reduce la duración y la frecuencia de la exposición a los compuestos de cromo. Pero siempre, las precauciones básicas, como lavarse las manos después de manipular libros antiguos y evitar tocarse la cara, pueden minimizar aún más cualquier riesgo potencial. De la misma forma, utilizar guantes de algodón o nitrilo cuando manipulamos libros con pigmentos peligrosos conocidos podría ser recomendable, ya que los guantes proporcionan una barrera entre la piel y cualquier contaminante potencial. Y, por último, también es mejor abstenerse de comer o beber mientras manipulamos libros antiguos para evitar la ingestión accidental de partículas que puedan transferirse a las manos.
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