Jon Martín Cullell |
Porto Velho (Brasil) (EFE).- Porto Velho, la ciudad más contaminada de Brasil, trata cada vez más casos de pulmonía y otros problemas respiratorios debido a la ola de incendios, pero casi ningún habitante usa mascarilla por falta de costumbre o de conocimiento.
En el hospital infantil de la ciudad, Natacha Rosa, de 22 años, acaba de salir con su bebé en brazos y un fajo de prescripciones médicas.
A las seis de la mañana ha notado que a la niña le faltaba el aire y tosía, y ha corrido al hospital, donde los médicos han diagnosticado un inicio de pulmonía y la han mantenido en observación durante seis horas.
“Ayer estaba normal, pero al llevarla a la guardería creo que respiró mucho humo”, dice Rosa junto al bebé, que todavía tiene la frente sudada y a la que los médicos han recomendado mucha hidratación y el uso de inhalador durante el día.
Porto Velho, una ciudad de menos de medio millón de habitantes en la región amazónica, tiene la peor calidad de aire de Brasil, según la empresa especializada IQAir. Peor incluso que São Paulo, una urbe de 22 millones de personas también afectada por el humo que cubre buena parte de Suramérica.
Cubierta por una capa gris de humo desde hace más de un mes, la ciudad presentó este viernes una concentración de partículas PM2.5 17 veces mayor al nivel recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
Estas partículas son extremadamente finas y se introducen fácilmente en los pulmones y en la corriente sanguínea de quienes las respiran.
Víctima de las altas temperaturas y de la falta de lluvias, la Amazonía brasileña ya registra en lo que va de año alrededor de 88.000 focos de incendio, casi el doble que en el mismo periodo de 2023 y en su inmensa mayoría provocados por el hombre.
En este contexto, la Secretaría de Salud del estado de Rondonia señaló en una nota técnica reciente que la contaminación ha provocado “números elevados de consultas, aumentos de admisiones hospitalarias y exacerbación de síntomas”.
La médico de familia Else Furtado, que trabaja en el hospital infantil, también ha notado un repunte de alrededor del 20 % en los niños con problemas respiratorios.
“Están llegando en condiciones graves, con una saturación de oxígeno muy baja… Los que padecían asma están peor y los que no tenían nada ahora están buscando atención médica”, explica.
Pese a que la contaminación es tanta que casi se puede masticar y que las autoridades recomiendan su uso, prácticamente no se ve en las calles de Porto Velho a personas con mascarilla.
“Me sofoca y no tengo costumbre”, dice Jorge Suárez, obrero de 50 años que trabaja todo el día en la calle con la boca al descubierto.
André Rossendy, profesor de biología de 29 años, es uno de los pocos viandantes que sí lleva una mascarilla N95 porque ha tenido bronquitis recientemente y necesita preservar voz y salud para dar clase.
“Creo que la población no usa por desconocimiento”, apunta el profesor, en cuya clase de 40 alumnos apenas dos usan mascarilla. EFE
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