Un camión de basura solitario circula hacia el puerto de la ciudad. Su conductor, pensativo y preocupado, sigue las nuevas órdenes que le han llegado desde arriba: todo lo que recojas hoy, lo tiras al mar. Muchos curiosos observan cómo el camión sigue su marcha por encima del espigón del puerto, llega hasta el borde y una vez allí, abre las compuertas y comienza a deshacerse de su contenido.
Las olas engullen bajo la espuma la basura que cae al agua, y el conductor, una vez ha vaciado su volquete, vuelve a continuar la ronda. Apenas un minuto después, otro camión repite la misma maniobra y así sigue durante todo el día y toda la noche. En la ciudad, las quejas no se hacen de esperar. La gente trata de bloquear el paso a los camiones, intentan recoger los deshechos e incluso algunas de las mentes más brillantes idean ingenios con los que tratar de extraer los residuos que caen al mar. Pero no hay nada que hacer, las aguas cada vez están más contaminadas.
or supuesto, la situación anterior es absurda, ninguna ciudad manejaría sus residuos de una forma tan nefasta, pero tras esta fantasía se esconde una realidad incómoda. Cada minuto que pasa se vierte lo equivalente a un camión de basura de plástico a los océanos.
Miremos donde miremos encontraremos plástico. Mientras leemos este artículo, el dispositivo que sostenemos en la mano o la pantalla que tenemos enfrente contiene plástico en su interior. Si estamos en una habitación, podremos ver toda clase de objetos hechos de plástico y, si por casualidad, nos encontramos en medio de la naturaleza, lo más probable es que podamos encontrar restos de plásticos a nuestro alrededor sin rebuscar demasiado. La situación es clara, estamos plastificando el mundo.
Según los últimos datos ofrecidos por las Naciones Unidas, indican que ya hemos superado la cifra de 400 millones de toneladas por año. Por dar una aproximación visual, esta cifra equivale al peso de 39 600 Torres Eiffel, o unos 800 Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo. Además, se espera que para 2040 la producción de plástico se duplique.
Algunos de los tipos de plástico más utilizados como el tereftalato de polietileno (PET), el polietileno de alta y de baja densidad (HDPE y LDPE) y el polipropileno (PP) son fácilmente reciclables. Sin embargo, a pesar de las facilidades de recolección en muchos países, la OECD estima que en la actualidad sólo se recoge un 15% del plástico para reciclado y, del recogido, únicamente el 9% se llega a reciclar. Por tanto, el 91% de plástico restante acaba como residuo que o se quema, o se entierra, o acaba en los ecosistemas marinos o terrestres.
La presencia de plásticos en los ecosistemas marinos es especialmente preocupante debido a lo poco que conocemos su dinámica. Según la doctora Denise Hardesty, investigadora principal en la Organización de Investigación Científica e Industrial del Commonwealth (CSIRO), actualmente podemos estimar la cantidad de plástico que entra en los océanos, pero una vez allí, en muchos casos desconocemos su destino.
Quien más y quien menos ha escuchado hablar de las denominadas “islas de basura” en los lugares donde se arremolinan las corrientes oceánicas. Estas islas, formadas por plásticos y microplásticos que flotan en la superficie han sido motivo de preocupación durante las últimas décadas. El plástico presente en estas islas, debido a la acción de las olas y de los rayos UV, se degrada lentamente en otros compuestos que pueden ser tóxicos y/o emitir gases de efecto invernadero, por lo que suponen un riesgo mundial. Es por esto que existen proyectos que buscan recoger estos plásticos y microplásticos para tratar de darles un uso.
Anteriormente, los datos sugerían que el plástico en la superficie suponía el 15% del total en los océanos, pero según los últimos estudios el plástico superficial podría suponer únicamente el 1%. Estos estudios, realizados con vehículos a control remoto para la toma de muestras, sugieren que el 46% del plástico se puede encontrar en los 200 primeros metros bajo la superficie, mientras que el 54% restante se encuentra a mayor profundidad.
Al descender a 200 metros de profundidad entremos en lo que se denomina la zona mesopelágica. La cantidad de luz que llega a estas zonas es mínima y, por tanto, se encuentra en una penumbra permanente. Anteriormente en este artículo hemos indicado que, para que el plástico se degrade se requiere del movimiento de las olas y de la radiación ultravioleta. Esta segunda es la más importante, ya que este tipo de radiación es capaz de romper los enlaces moleculares del plástico y, por tanto transformarlo en otros compuestos.
Sin luz, este tipo de degradación no ocurre, y el plástico permanece íntegro mientras se deposita, poco a poco, en el fondo marino. Con el tiempo, la mayoría de los plásticos que se encuentran en el mar acabarán depositándose allí, formando capas unos sobre otros. El estudio llevado a cabo por el CSIRO estima en la actualidad podría haber unas 11 mil millones de toneladas reposando en el fondo de los océanos, muchos de ellos microplásticos, pero otros formados por residuos más voluminosos. Investigando estos depósitos, los investigadores ya auguran un futuro en el que resuene el “plasticeno” una edad geológica caracterizada por la presencia de plásticos en los depósitos.
Una dato preocupante que se repite en varias instituciones es que para el año 2050 la masa total de vertidos plásticos en los océanos podría superar a la masa total de los peces que nadan en ellos. Aunque es una estimación que puede que no se cumpla, sirve para tomar conciencia de la magnitud del problema al que se enfrenta la humanidad. Por ello, las medidas que se tomen han de ser inmediatas y contundentes.
Una vez el plástico ha sido vertido en los océanos se convierte en un gran problema a la hora de recogerlo y procesarlo, por lo que, según los expertos, las actuaciones deberían centrarse en minimizar la cantidad de plásticos que lleguen al agua. Ahora bien, una vez el daño ya está hecho, comprender cómo se distribuye por el océano y en qué lugares se acumula puede ser vital para comprender sus efectos en la vida marina.
Texto original publicado en National Geographic
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