De la cuenca del Amazonas al Ártico, los bosques del planeta arden como consecuencia de los efectos del cambio climático, la deforestación y un uso insostenible de la tierra, lo que ha propiciado que solo en la última década el fuego haya devorado 81 millones de hectáreas de bosque en todo el mundo.
Entre 2012 y 2022 se han quemado un total de 81,5 millones de hectáreas, según datos de Global Forest Watch, que señalan que 2016, uno de los años más cálido desde que hay registros, fue el peor en incendios, mientras que Australia ha sido en esos años el continente más devastado por esta catástrofe climática.
En el marco de la cumbre climática (COP28) que se celebra en Dubái, los países abordarán el incremento en todo el planeta de las sequías y de olas de calor, asociadas al cambio climático, y sobre todo a una notable reducción de las precipitaciones, lo que favorece bosques más inflamables y debilitados que arden con facilidad generando incendios de sexta generación imposibles de apagar.
La deforestación de los bosques es otras de las grandes causas de los incendios, sobre todo en lo que se refiere a la agricultura comercial y de subsistencia, y a día de hoy, la mayor parte de la pérdida de bosques por este motivo se concentra en América Latina, Oceanía, África subsahariana y sureste de Asia.
Para afrontar este grave problema, los ecologistas abogan por proteger los derechos humanos de los pueblos indígenas y comunidades locales, promover la conservación de áreas ricas en biodiversidad y el mantenimiento de los servicios ecosistémicos, así como enfatizar la legalidad de la producción, el comercio y las cadenas de suministro sostenibles.
Otro agravante de los fuegos es el uso insostenible de la tierra que deteriora la calidad de los suelos volviéndolos más vulnerables a las llamas, por lo que las políticas medioambientales apuestan por una «gobernanza de la tierra» capaz de reducir con claridad las presiones de las actividades económicas sobre el suelo.
En la Amazonía brasileña, considerado el pulmón del mundo por la absorción de millones de toneladas del dióxido de carbono, los fuegos, en su mayoría relacionados con la deforestación, han arrasado entre 1985 y 2022 casi el 20 por ciento de este ecosistema único, que además es garante de la estabilidad del clima a nivel mundial.
El circulo polar ártico, una de las zonas que a día de hoy se calienta dos veces más rápido que el resto del planeta, ha visto en las última décadas como los incendios forestales, sobre todo en la República de Sakha de Rusia, han diezmado millones de hectáreas incrementando las emisiones de CO2, en una catástrofe sin precedentes en intensidad y duración en esta región.
En Australia, cuya temporada de incendios forestales ha comenzado en la costa este hace apenas un mes, se enfrenta a un escenario climático más seco del habitual por El Niño, un fenómeno natural provocado por las corrientes en el océano Pacífico que, agravado por el calentamiento global, podría ocasionar devastadores desastres.
Europa tampoco se libra del fuego, sobre todo países del arco mediterráneo como Grecia, España o Italia, pero también en Argelia y Túnez, que han sufrido durante este verano la pérdida de miles de hectáreas de monte, numerosos muertos y graves pérdidas económicas.
Un verano de temperaturas extremas propició que en Evros (Grecia), se produjera en este verano de 2023 el incendio más grande ocurrido en la Unión Europea desde 2000, según datos del Programa de Observación de la Tierra de la UE.
En España, enclavada en las zonas cero del cambio climático, también ha resultado afectada por los incendios, donde destaca el de la isla de Tenerife, que impulsado por fuertes vientos, calor y bajos niveles de humedad, y catalogado de sexta generación por su gran intensidad y poder destructivo, ha sido el peor en Canarias en los últimos 40 años y el peor en España en 2023. EFE
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