Millones de personas ven sus vidas interferidas por el flagelo de la depresión. Trabajar, estudiar, ocuparse de los afectos, o hacer lo que más nos gusta, como practicar un deporte, un hobbie o pasarla con amigos, se convierte en una tarea imposible.
La depresión quita las ganas. Esta apatía, junto con la anhedonia -la incapacidad de sentir placer- es característica y la que torna totalmente contraproducentes los mensajes bienintencionados que solemos darles a nuestros seres queridos cuando enfrentan un cuadro depresivo; el famoso ponete una pila y sus variantes es la frase que las personas con depresión más escuchan y, al mismo tiempo, la más inútil.
“Las soluciones simplistas y voluntaristas de moda son contraproducentes e implican un desconocimiento profundo de lo complejo de las causas de la depresión. Esta enfermedad -que no es el mero estar triste por una causa que lo justifica y es bien diferente de lo que sentimos cuando perdemos a un ser querido- está determinada por una intrincada red de factores causales”, afirma el Dr. Marcelo Cetkovich, Director Médico de INECO.
Según afirma el psiquiatra especialista, los factores pueden resumirse en la combinación entre cierta predisposición genética con los avatares de la vida y los eventos vitales estresantes, que van desgastando la capacidad de respuesta de las personas quienes, de a poco, ven mermar su capacidad de respuesta.
“Hoy en día sabemos que el estrés juega un rol fundamental, pero no es la única causa. La ciencia ha confirmado la idea de que lo que te ocurre cuando sos un niño, marca la forma en la que vas a procesar los problemas en tu vida adulta. En todo caso es importante señalar que estamos frente a una verdadera enfermedad, y no una forma de encarar la vida”, explica el experto.
En este sentido, la psiquiatría ha tomado conocimiento de esto hace mucho tiempo. En los últimos setenta años se han desarrollado muchos medicamentos que han mejorado en forma significativa la capacidad de recuperación de la depresión.
Los primeros antidepresivos se descubrieron en forma casual, en su mayoría en la década de 1950. Por ejemplo, personas con tuberculosis que probaban un nuevo antibiótico experimentaron una mejoría inesperada en su estado de ánimo. Que hubiera fármacos que pudieran mejorar el estado de ánimo de las personas con depresión llamó mucho la atención de los investigadores, que no tenían claro que pudiera haber algo químico detrás del problema.
En ese entonces, las investigaciones sobre las bases neurobiológicas de la depresión se basaron, en gran medida, en el estudio del mecanismo de acción de los antidepresivos. Así es como se llega a la idea de que algún fármaco que mejore la función serotoninérgica, sería un buen antidepresivo, cosa que ocurrió con la familia de los inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina: fluoxetina, sertralina, paroxetina, escitalopram, etc. Pero reducir la depresión a un déficit de serotonina es una explicación excesivamente simplista.
En esta línea, el profesional de INECO señala que “Preocupa mucho a los expertos que una parte significativa de personas no responden a los tratamientos en forma adecuada. Esto motiva que se estén investigando nuevas alternativas en forma permanente. Así se incorporaron métodos como la estimulación magnética transcraneal (TMS sus siglas en inglés) o, más recientemente, la estimulación cerebral profunda (DBS), un verdadero “marcapasos” que se inserta mediante un electrodo del grosor de un pelo, en zonas críticas del cerebro de las cuales sabemos que contribuyen a regular el estado de ánimo. Este tratamiento experimental está siendo utilizado en personas que han fracasado con todos los tratamientos -incluyendo por supuesto la psicoterapia- y los resultados comienzan a ser asombrosos”.
Los avances farmacológicos más recientes provienen de terrenos sorprendentes. Gracias a la perspicacia de algunos investigadores como el argentino Carlos Zárate, un anestésico está mostrando resultados asombrosos. La Ketamina, también conocida por su uso recreativo por fuera del ámbito legal, se administra en tratamientos endovenosos y su derivado la esketamina, es un un spray nasal; ambas producen cambios en el estado de ánimo casi inmediatos, en personas que atraviesan cuadros depresivos de muy larga data. La velocidad de la respuesta, que es transitoria por lo que se requieren tratamientos repetidos, asombra a los profesionales.
El otro campo, aún en experimentación pero con resultados incipientes, son los alucinógenos. Desterrados del campo médico desde que se inició la denominada “guerra contra las drogas”, comienzan a ser estudiados en forma seria y controlada por grupos de investigadores. La psilocibina y la mescalina son objeto de varios estudios controlados y ya se han publicado algunos resultados prometedores.
“Contrariamente a lo que comúnmente se cree, su utilización no produce adicción. Es real que en la década del sesenta algunos psiquiatras habían observado ya sus potenciales efectos terapéuticos; pero el uso fuera del contexto médico y el prejuicio imperante motivó que fueran prohibidos y, de ésta manera, se retrasó décadas la investigación científica sobre su utilidad. Esto ha comenzado a cambiar”, concluye el doctor Cetkovich.
A todo esto se suman los avances de la psicoterapia cognitiva, que se ha convertido en un pilar fundamental, proponiendo abordajes novedosos y basados en evidencia empírica, que complementan el tratamiento tradicional. Además, la evidencia acumulada es cada vez más contundente al señalar que la actividad física es uno de los más potentes antidepresivos.
La depresión, como decíamos, es un flagelo, pero el desvelo por mejorarla moviliza a muchos investigadores científicos que hacen de lograr nuevos tratamientos, una cruzada personal.
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