Para la mayoría de los niños y jóvenes, la infección por SARS-CoV-2 ha sido asintomática o leve en comparación con los adultos. Sin embargo, a medida que aumenta la incidencia acumulada de infección en ellos, las secuelas post COVID se han convertido en una preocupación creciente. El COVID-19 prolongado tiene un impacto debilitante en algunos niños, pero se sabía poco sobre la frecuencia, distribución o duración del estado de mala salud y el bienestar después de la infección.
Ahora, una nueva investigación que estuvo a cargo de un grupo de profesionales multidisciplinarios del University College de Londres y cuyos hallazgos se han publicado en The Lancet Regional Health, da cuenta de algunas conclusiones en ese escenario.
Los especialistas informaron que los síntomas de COVID prolongado que experimentan los niños y los jóvenes cambian con el tiempo y, aunque algunos de los síntomas originales de los niños disminuyeron, se informaron nuevos síntomas que emergen con el paso del tiempo. Este documento representa el estudio más grande del mundo sobre COVID persistente en niños y jóvenes.
“Nuestra investigación va un paso más allá que los estudios existentes e indica que los investigadores deben rastrear las trayectorias individuales mediante mediciones repetidas en los mismos niños y jóvenes a lo largo del tiempo”, advirtió el autor principal del estudio Snehal Pinto Pereira, perteneciente a la División de Cirugía y Ciencias Intervencionistas de la Facultad de Ciencias Médicas del University College de Londres en el Reino Unido.
Para su análisis los científicos recurrieron a un cuestionario que cursaron a niños de 11 a 17 años relevando datos sobre su salud a los 6 meses y a los 12 meses después de hacerse una prueba PCR entre septiembre de 2020 y marzo de 2021. También les pidieron que recordaran sus síntomas al momento de hacerse el análisis.
Los investigadores preguntaron a los niños y jóvenes qué habían experimentado de una lista de 21 síntomas que les proveyeron, entre ellas incluían dificultad para respirar y cansancio, además de usar escalas validadas para ponderar la calidad de vida, la salud mental, el bienestar y la fatiga.
El equipo descubrió que, en el momento de la prueba, los problemas de salud eran más comunes en los niños y jóvenes que dieron positivo para el virus en comparación con los que dieron negativo, así como a los seis y doce meses posteriores a la prueba PCR. Notaron que los síntomas experimentados cambiaron en el transcurso de un año.
“Simplemente informar prevalencias transversales repetidas, o instantáneas de los síntomas a lo largo del tiempo puede oscurecer información importante sobre el COVID prolongado en los menores que tiene relevancia clínica”, dijo Pereira.
El estudio histórico sigue en marcha y los científicos confirmaron una nueva etapa en la que analizarán los resultados de la encuesta de los niños que ya participaron en el estudio, con un seguimiento de hasta dos años después de la prueba PCR inicial.
“En los menores, la prevalencia de síntomas adversos informados en el momento de una prueba de PCR positiva fue disminuyendo durante 12 meses. Algunos positivos y negativos de la prueba informaron síntomas adversos por primera vez a los seis y doce meses posteriores a la prueba, en particular cansancio, dificultad para respirar, mala calidad de vida, falta de bienestar y fatiga, lo que sugiere que es probable que sean causados por múltiples factores”. Un escenario que los especialistas continúan investigando.
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