El mundo está “lamentablemente mal preparado” para una erupción volcánica masiva y las probables repercusiones en las cadenas de suministro mundiales, el clima y los alimentos.
Es la conclusión de un estudio realizado por expertos del Centro para el Estudio del Riesgo Existencial (CSER) de la Universidad de Cambridge y la Universidad de Birmingham, ambas en Reino Unido.
En su estudio, publicado en la revista ‘Nature’, afirman que existe una “idea errónea generalizada” de que los riesgos de grandes erupciones son bajos, y califican de “imprudente” la actual falta de inversión gubernamental en la vigilancia y respuesta a posibles catástrofes volcánicas.
Sin embargo, los investigadores sostienen que se pueden tomar medidas para protegerse de la devastación volcánica –desde la mejora de la vigilancia hasta el aumento de la educación pública y la manipulación del magma– y que los recursos necesarios para ello están muy atrasados.
“Los datos recogidos en los núcleos de hielo sobre la frecuencia de las erupciones a lo largo del tiempo profundo sugieren que hay una posibilidad entre seis de que se produzca una explosión de magnitud siete en los próximos cien años. Eso es una tirada de dados –explica la coautora del artículo e investigadora del CSER, la doctora Lara Mani, experta en riesgo global–. Este tipo de erupciones gigantescas han provocado cambios climáticos bruscos y el colapso de civilizaciones en el pasado lejano”.
Mani compara el riesgo de una erupción gigante con el de un asteroide de 1 kilómetro de ancho que se estrelle contra la Tierra. Tales acontecimientos tendrían consecuencias climáticas similares, pero la probabilidad de una catástrofe volcánica es cientos de veces mayor que las posibilidades combinadas de una colisión de asteroides o cometas.
“Cada año se invierten cientos de millones de dólares en amenazas de asteroides, pero hay una grave falta de financiación y coordinación mundial para la preparación de los volcanes –recuerda Mani–. Esto debe cambiar urgentemente. Estamos subestimando por completo el riesgo que suponen los volcanes para nuestras sociedades”.
Una erupción en Tonga en enero fue la mayor jamás registrada instrumentalmente. Los investigadores sostienen que si hubiera durado más tiempo, si hubiera liberado más cenizas y gases, o si hubiera ocurrido en una zona llena de infraestructuras críticas –como el Mediterráneo–, las ondas de choque globales podrían haber sido devastadoras.
“La erupción de Tonga fue el equivalente volcánico de un asteroide que se perdiera en la Tierra, y debe ser tratada como una llamada de atención”, asegura Mani.
Los expertos del CSER citan una investigación reciente que detecta la regularidad de las grandes erupciones mediante el análisis de rastros de picos de azufre en antiguas muestras de hielo. Una erupción entre diez y cien veces mayor que la de Tonga se produce una vez cada 625 años, el doble de lo que se pensaba.
“La última erupción de magnitud 7 se produjo en 1815 en Indonesia –recuerda el doctor Mike Cassidy, experto en volcanes e investigador visitante del CSER, que ahora trabaja en la Universidad de Birmingham, y coautor del estudio–. Se calcula que murieron 100.000 personas a nivel local, y las temperaturas globales descendieron un grado de media, provocando pérdidas masivas de cosechas que condujeron a hambrunas, revueltas violentas y epidemias en lo que se conoció como el año sin verano”.
“Ahora vivimos en un mundo con ocho veces la población y más de cuarenta veces el nivel de comercio –añade–. Nuestras complejas redes globales podrían hacernos aún más vulnerables a los impactos de una gran erupción”.
Las pérdidas financieras derivadas de una erupción de gran magnitud serían de varios billones, y de una escala comparable a la de la pandemia, dicen los expertos.
Mani y Cassidy señalan las medidas que, según ellos, deben adoptarse para ayudar a prever y gestionar la posibilidad de una erupción que altere el planeta, y ayudar a mitigar los daños de las erupciones más pequeñas y frecuentes.
Entre ellas se incluye una localización más precisa de los riesgos. Sólo conocemos la ubicación de un puñado de las 97 erupciones clasificadas como de gran magnitud en el Índice de Explosividad Volcánica de los últimos 60.000 años. Esto significa que podría haber docenas de volcanes peligrosos repartidos por todo el mundo con potencial de destrucción extrema, de los que la humanidad no tiene ni idea.
“Es posible que no conozcamos ni siquiera las erupciones relativamente recientes debido a la falta de investigación de los núcleos marinos y lacustres, sobre todo en regiones desatendidas como el sudeste asiático –afirma Cassidy–. Los volcanes pueden permanecer inactivos durante mucho tiempo, pero seguir siendo capaces de una destrucción repentina y extraordinaria”.
Según los expertos del CSER, es necesario mejorar la vigilancia. Sólo el 27% de las erupciones desde 1950 han tenido un sismómetro cerca, y sólo un tercio de esos datos se han introducido en la base de datos mundial de ‘disturbios volcánicos’.
“Los vulcanólogos llevan más de veinte años pidiendo un satélite dedicado a la vigilancia de los volcanes –subraya Mani–. A veces tenemos que depender de la generosidad de empresas privadas de satélites para obtener imágenes rápidas”.
Los expertos también piden que se incremente la investigación sobre la “geoingeniería” de los volcanes. Esto incluye la necesidad de estudiar los medios para contrarrestar los aerosoles liberados por una erupción masiva, que podría conducir a un “invierno volcánico”. También dicen que hay que investigar la manipulación de las bolsas de magma bajo los volcanes activos.
Maniañade que “afectar directamente al comportamiento volcánico puede parecer inconcebible, pero también lo era la desviación de asteroides hasta la formación de la Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria de la NASA en 2016. Los riesgos de una erupción masiva que devaste a la sociedad global son significativos. La actual falta de inversión para responder a este riesgo es simplemente imprudente”.
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