Hay ciertos fenómenos que surgen o tienen otras connotaciones en el contexto del mundo virtual. Uno de ellos son los estereotipos de apariencia personal dictados en dicho entorno y que implican ciertos rangos por los que muchos individuos compiten.
Constatemos desde ya que vivimos en una época en la que, desde que apareció el Photoshop, se retocan con facilidad, y al extremo, cualquier tipo de imágenes que van a ser presentadas públicamente. Esto ahora tiene nuevas significaciones con aplicaciones para celulares como Facetune o FaceApp que ayudan a modificar y hasta cambiar el rostro y el género para postear en las redes como TikTok, Facebook, Snapchat e Instagram. El retoque especializado ha pasado al dominio de cualquier persona, gracias a un sinfín de aplicaciones y filtros, para conseguir un autorretrato mejorado, quizá superior al referente real u original.
¿Qué es lo que está detrás de todo esto? Digamos que las mutaciones de la imagen personal es el resultado de reforzar e incluso ir más allá del yo individual. Se trataría de ser más perfecto en las fotografías, manipulando intencionalmente filtros, colores e incluso fondos o escenarios. Esto lo hacían los fotógrafos profesionales de antaño, cuando buscaban mejorar o connotar la imagen sobre todo de personajes públicos. Sin embargo, vemos que ahora ya no se necesita de tales fotógrafos, sino solo tener cierta curiosidad respecto de las aplicaciones de imagen digital y jugar, si se quiere, con los recursos que estas ofrecen. Pero más allá de ello, hay algo de singular en lo que se aprecia en las redes sociales: el espectáculo de querer ser “naturales” a sabiendas que los usuarios usan los recursos de falseamiento de la imagen propia gracias a los filtros.
El tema también tiene que ver con la publicidad. En su momento, la modelización de cuerpos llevaba a que se desee un producto del mercado a partir de la asociación con la imagen de algún cuerpo. La publicidad antes incitaba a comprar la ropa, el maquillaje o algún producto porque había que satisfacer una necesidad además fundamentada ya sea por los medios de comunicación y el propio cine. En la medida que el consumismo se volvió un estilo de vida, pronto nos dimos cuenta de que había que llegar a parecerse al modelo y, por lo tanto, a hacer lo que la publicidad intentaba mostrar en una historia de pocos segundos. Desde allá hay ahora un salto apenas imperceptible. Es así como se constata que las personas, gracias a la manipulación de su imagen en las redes sociales, hacen publicidad de sí mismos. Los mercadólogos dicen que esto tiene que ver con la imagen de marca personal, la autopublicidad. ¿Hemos llegado a tanto? Es decir, ¿deseamos “vendernos” como si fuéramos algún tipo de producto comercial? Probablemente la respuesta es afirmativa, más cuando lo que importa es aparecer como alguien bien parecido, seductor, seguro de sí mismo, arriesgado, portador de objetos deseados, etc., queriendo ocultar quizá ciertas debilidades.
Y la tendencia parece ser, para que no haya mucho de falseamiento, en la sociedad de imágenes que vivimos, hacer que la gente se presente de forma real y lograr que la manipulación tan explícita de sus imágenes no sea tan notoria. Es claro que persiste la tensión entre aquellas personas que se exhiben empleando los filtros y otras que se muestran tal cual son. Las primeras sabemos que simulan. Pero percibimos en las redes sociales que algunas de ellas, al igual que las del segundo tipo, buscan exhibir su vida pública apelando a la creatividad, muchas veces sin apegarse a la realidad.
En este contexto, hay que darse cuenta de que con la autocomunicación o la autoexposición la gente pasa a publicar sin recato muchas cosas; es decir, las personas pueden estar en las redes sociales ya sea para mostrar un tipo de maquillaje, una pose a veces seria o graciosa, hasta alguna demostración explícita como el resultado de las operaciones de partes del cuerpo y otros hechos que podrían llegar a lo caricaturesco. Y hay también quienes utilizan los filtros para alterar su edad, ser más jóvenes o envejecer. Para los habitúes a las redes sociales todo esto en principio puede ser un divertimento, pero pronto nos daremos cuenta de que a la final en estos comportamientos hay mucho de querer falsear la imagen de uno mismo y, sobre todo, de esconder algo más.
Y ¿qué implica realmente el falseamiento de la imagen de uno mismo? En las redes sociales los estereotipos del mundo virtual y los hábitos de consumo llevan a equívocos a las personas. Muchos piensan que compartir imágenes es algo común entre todos; pero otros, al modificar las suyas, son quizá conscientes que hurgan el hedonismo o el placer de exhibirse. En general, el uso de los filtros de imagen tiene que ver con la publicidad engañosa y, sobre todo, con la autopublicidad falaz. Todo esto se relaciona con la dismorfia corporal, un desarreglo psicológico por el que se sabe que se tiene defectos en el cuerpo, por lo cual se distorsiona la propia imagen fotográfica, además de tender a querer operar el cuerpo o partes de él.
Y el problema de la dismorfia corporal en el contexto de las redes sociales implica que se vuelve casi común deformar la imagen del cuerpo y del rostro. Hay una preocupante relación entre lo que los individuos identifican como imperfecto en sus cuerpos con las imágenes con las que se comparan. Esto puede llevar además a forzarse con dietas, dañando en ciertos casos la salud.
Los trastornos por efecto de las imágenes se pusieron en evidencia con la publicidad, sobre todo a inicios del siglo XX, porque al aparecer en los medios de comunicación cuerpos esbeltos o usando ropa muy ceñida, queriendo seguir tales modelos, fueron dándose con más frecuencia casos de bulimia y anorexia. Hoy esto no se ha superado incluso con las redes sociales. Por ejemplo, en TikTok, hay quienes muestran sus cuerpos esculpidos apareciendo en bikinis o algún tipo de vestuario que se adhiere solo a ciertas partes del cuerpo; hay “ritmos virales” o tendencias de videos exhibiendo cuerpos y gestos, etc. Considerando estos y otros casos, se observa que hay personas que tienden a imitarles, usando su imagen natural, haciendo lo propio, bailando o presumiendo explícitamente de partes de sus cuerpos. Incluso se puede hallar ya casos de personas anoréxicas o bulímicas que queriendo revelar su estado, sin reconocer realmente su trastorno, hacen lo mismo que otras personas exhibicionistas. Cabe preguntarse ¿por qué tanto deseo de hacer alarde del yo a sabiendas que podría haber críticas hasta nocivas?
En las redes sociales el juego con las imágenes, a veces banal y hasta lleno de picardía, muchas veces podría mostrar a individuos que, aunque imiten, tienen problemas de autoestima o de querer asegurarse cierto reconocimiento que no logran en sus lugares más habituales.
Los públicos adolescente y joven son más proclives a enfrentar y padecer estos problemas contemporáneos. Estos usan las redes sociales para exponer cosas de su vida siempre usando la imagen de su cuerpo, mediante poses y gestos. Aunque todavía son usuarios convencionales que buscan verse bien, el inconveniente se acentúa al estar inmersos en un campo competitivo como es el mercado. Es en este, donde, por contrapuntear, ellos pasan de lo natural al filtro, es decir, de lo que podría ser una actitud natural a un tipo de cuerpo y rostro metamorfoseado o retocado. Pensemos solo en los llamados influencers, especie de “profesionales” que muchos los tienen como ídolos de forma acrítica. La mayoría de tales individuos emergieron del entorno del consumismo, donde la marca de ropa, el estilo de los zapatos o de los dispositivos personales, el tipo de maquillaje, etc., los llevaron a que estén en una especie de competencia personal y social, queriendo sacar partido de ello.
Pero ¿no es acaso el mundo de los influencers y, como tal, de los imitadores de sus efectos de imagen, y más aún de quienes saben que pueden explotar la imagen de marca personal, un mundo que desesperada e inexorablemente buscan el espacio público? Las redes sociales se han constituido, de este modo, en el espacio propicio para el surgimiento de este tipo de personas. Aunque hoy Facebook y Twitter ya no son los espacios eficaces para que adolescentes y jóvenes exhiban sus dotes, TikTok parece ser el entorno donde presumir sin pudor es signo de libertad. En esta red tales públicos “hacen cosas” distintas y no solo mostrarse tal cuales. Es el lugar del exhibicionismo y, por qué no decirlo, del narcisismo.
El hoy conocido trastorno dismórfico corporal en efecto tiene que ver con ciertas personalidades narcisistas. Y no solo con ellas, también con aquellas que sufren de inseguridad o cuestiones de autoestim como se apuntó líneas atrás. En muchos casos se considera que hay una búsqueda constante por la aprobación de los otros usando la imagen personal. En las redes sociales esto se traduce, por otro lado, en la necesidad constante de publicar fotos personales en distintas posiciones, eventos y acciones; el objetivo es obtener likes y comentarios. Cuando se distorsiona más la imagen haciéndola irreal, la dismorfia es más visible y preocupante. Un factor lo ha acelerado: el selfie, la autofotografía. En otras palabras, el nuevo estereotipo en el mundo virtual hace que la dismorfia sea ahora lo común de la vida cotidiana, haciendo desaparecer su sentido acaso de trastorno. Y es que es mejor para muchos verse escondido en la propia imagen elaborada, falseada, que en la verdad.
Para el caso recordemos a una vieja novela, la de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray. El personaje, no solo seducido por su apariencia, sino también por el retrato que un amigo le pinta, desea que su apariencia se mantenga eternamente. Se conjura a la imagen que se retoca constantemente para que el efecto de realidad se dé, es decir, que el personaje esté siempre joven. Algo así sucede hoy con la imagen en las redes sociales: en tales imágenes las personas, aparentemente reales, pero retocadas en sí mismas pretenden perennizarles; más allá de la presunción expuesta, más allá del hedonismo hecho algo común, la dismorfia se presenta tan naturalizada a la cual solo la encubrimos con la actitud selfie.
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